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Amores difíciles

Cuestionan a la jerarquía de la Iglesia Católica, reclaman por el lugar de las mujeres dentro de la estructura que no sólo les tiene vedado el sacerdocio, sino cualquier otra posibilidad de influir en la toma de decisiones y, sobre todo, demandan que el celibato deje de ser obligatorio para monjas y sacerdotes. Es que estas cuatro mujeres –dos argentinas, una brasileña y otra mexicana– están casadas –por civil en algún caso, por bendición privada de otro cura en otros– con sacerdotes y forman parte de un movimiento que, aseguran, cada vez es más numeroso y traduce muchas de las inquietudes de la mayoría de las y los católicos. Pero, dicen con resignación, los cambios no llegarán mientras Benedicto XVI sea Papa. Sin embargo, ellas y sus maridos persisten en reivindicarse como parte de la misma Iglesia que los denigra y los margina.

Las mujeres de los sacerdotes nos reciben en la antigua casa de la calle Gaona, en el barrio de Caballito, donde se realizó el Encuentro de Delegados Latinoamericanos del Movimiento de Sacerdotes Casados y sus Esposas.

En la biblioteca del hogar que compartieron durante años el obispo Jerónimo Podestá, fallecido en 2000, y su esposa Clelia (85), entre tallas religiosas y artesanías paganas, fotos y libros, leen algunos sacerdotes que participaron del cónclave.

Nuestra charla transcurre alrededor de la mesa de la gran cocina que evoca tiempos pasados, familias enormes, encuentros entre mujeres sabias acostumbradas a urdir la trama de sus vidas con dignidades y rebeliones, cultivando como ritos los atrevimientos y las libertades.

Son mujeres que han debido saltar barreras y apartar escollos, soportar calumnias y afrontar sus decisiones acerca del amor, por intrépidas que parecieran.

“San Pablo dijo claramente que el apóstol tiene derecho a llevar consigo una mujer, son palabras de él, no mías. Y Jesús eligió entre los hombres casados a los apóstoles que lo acompañaron. En la Iglesia hoy estamos viviendo un momento de oscuridad, pero hemos tenido momentos de mucha luz como con Medellín, o con Puebla”, abre el juego Clelia, fundadora y presidenta vitalicia del movimiento que impulsa el celibato optativo para religiosos y religiosas.

Junto a ella comparten el encuentro Aglesia Gonzaga, brasileña, casada con Gilberto Gonzaga hace 37 años; Adriana Di Tomaso, argentina, casada con José Farías hace 30 años; y Teresa De la Torre, mexicana, casada con Lauro Masías hace 8 años. Sus maridos siguen siendo sacerdotes, aun casados ya que, “una vez ordenado se es sacerdote hasta la muerte”, explican.

En el Encuentro del Movimiento, parejas de Ecuador, México, Brasil, Paraguay, Chile y Argentina, con adhesión de Colombia y Guatemala, analizaron la situación de sus iglesias y las alternativas en lo económico, social, político y derechos humanos. Y debatieron sobre la realidad de los sacerdotes casados y sus esposas, al tiempo que reiteraron su compromiso con los pobres, los oprimidos y el pueblo; subrayando su disposición al diálogo con la Iglesia y los obispos sobre esas temáticas.

“En estos días revisamos nuestra posición dentro de la Iglesia a la que ninguno de nosotros renunció. Queremos estar en otro lugar adentro de la Iglesia, no en la exclusión que vivimos hoy”, subrayó Adriana.

Se calcula que en el mundo hay alrededor de 150 mil sacerdotes casados, aunque se sabe que en muchos países estas situaciones no se hacen visibles por temor a las represalias y los escándalos mediáticos. El número de religiosas que renunciaron a los hábitos para casarse se desconoce y es silenciado por la Iglesia, y como no “ejercen el ministerio” (las mujeres no pueden casar, ni bautizar, ni oficiar misa) pasan más inadvertidas.

Dispensa del celibato

Cuando un sacerdote o una religiosa quiere contraer matrimonio o dejar los hábitos por otras razones, debe solicitar a las autoridades eclesiásticas lo que se conoce como “dispensa”. No siempre se la conceden.

La dispensa le impide al sacerdote ejercer públicamente su ministerio, puede hacerlo en privado, pero nunca en una iglesia o parroquia.

“Pueden seguir ejerciendo en comunidades de base, en España, por ejemplo hay sacerdotes que celebran misa y los obispos no dicen nada”, explica Clelia.

Aglesia subraya que en Brasil su marido, Gilberto, “hace bautismos, casamientos y celebra (misa) también. No en la iglesia, sino en casas, en salones o lugares de reunión”.

Muchos de los sacerdotes casados siguen ejerciendo su función de esta forma en barrios y comunidades pobres con el apoyo de un cura que inscribe los casamientos y bautismos que requieren firma de un religioso con parroquia.

La casa de Clelia y Jerónimo Podestá fue escenario de innumerables casamientos, bautismos y bendiciones. El tema es que no está prohibido celebrar, lo que está prohibido es hacerlo en parroquias o en lugares públicos.

“Nosotros respetamos el celibato y a los curas célibes que cumplen con el planteo, los maridos nuestros han sido célibes, nunca fue lo nuestro estar contra el celibato. Lo que queremos y en algún momento vamos a conseguir es el celibato optativo, y las voces se alzan desde muchos países, hay solicitudes en todo el mundo. Pero con este Papa es difícil, si el celibato fuera optativo los seminarios estarían más llenos, porque la juventud ya no admite el celibato obligatorio. Nosotros la esperanza no la perdemos, el movimiento es profético, denuncia y anuncia. Y esto es algo que también tiene que ver con los derechos humanos, porque se plantea una prohibición al derecho humano de amarse y de ser pareja”, puntualizan.

Clelia y Jeronimo

Se conocieron en 1966. Luego de diez años de matrimonio y embarazada de la menor de sus seis hijas Clelia abandonó Salta donde practicaba medicina preventiva entre los pueblos originarios y desarrollaba su vocación cristiana de servicio. Se separó y llegó a Buenos Aires donde en un encuentro con el obispo brasileño Helder Cámara, conoció a Jerónimo Podestá. El era obispo de Avellaneda y sus cuestionamientos a la Iglesia, su inserción entre los curas obreros y su popularidad contribuyeron al surgimiento del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Así comenzó una intensa amistad, al tiempo ella comenzó a trabajar como secretaria de Podestá y fue surgiendo el amor que lo llevó a dejar la diócesis con intensas discusiones y sanciones de la cúpula clerical, para unirse en matrimonio en 1972. Podestá se convirtió así en el único obispo casado del mundo, y Clelia en su mujer. El escándalo mediático fue importante y ellos, lejos de esconderse, decidieron dar batalla y proponer el celibato optativo.

“Bueno, claro que fue una vida agitada, ya en el ‘67 Jerónimo en plena dictadura fue declarado enemigo por Onganía, finalmente le pidieron la renuncia por sus posturas teológicas y políticas. Y así comenzó una vida de lucha, persecución, amenazas de la Triple A, pobreza y exilio en Roma, México y Perú. Siempre luchando yo, Jerónimo en Perú y yo con mis hijas acá. Y siempre Jerónimo y Clelia eran una pareja. El era ‘el obispo’ y yo era Clelia, pero… siempre viviendo como pareja públicamente. En esa época eso era tremendo, pero hoy día es una cosa normal y la gente ya pide que los sacerdotes se casen, se vive otra situación cultural. Nos amamos profundamente, y él sigue estando presente en esta casa, en mi vida, en esta misma cocina entre nosotras… Desgraciadamente Jerónimo se fue, murió en un momento de oscuridad muy triste para el país, en 2000. No alcanzó a vivir el resurgimiento político que hay hoy ni la unión latinoamericana. El era un patriota y un profeta; siempre luchamos, nos dolía el país, la Iglesia. Un día Pepe Sacristán nos dijo ‘pero a ustedes los golpean y siguen dentro de la Iglesia’, y yo le pregunté ¿y vos por qué seguís en el Partido Comunista?, ‘porque lo quiero cambiar’, me dijo. Y bueno, nosotros también queremos cambiar la Iglesia, le contesté. Por eso todavía hoy sigo con la esperanza de que en un tiempo no lejano, cuando este Papa termine su ciclo, se produzca un cambio grande. El movimiento nuestro es profético. Lo profético denuncia y anuncia lo que viene, una Iglesia abierta, renovada, porque el mundo cambia y las generaciones jóvenes no aceptan cuestiones del medioevo”, concluye.

Ambos soportaron fuertes presiones de la cúpula eclesiástica y del Vaticano adonde fue llevada por Jerónimo y discutió personalmente con las autoridades decididas a separar a la pareja. La privaron de su nombre para pasar a ser en los medios y para la opinión pública “Esa mujer” o “Esa señora”. Jerónimo a su vez vociferaba que su relación con ella era “una gracia y no un pecado”.

Han pasado muchos años desde entonces, no obstante la religión católica sigue manteniendo la obligación del celibato para curas y monjas, afincada en “la idea platónica de que el alma es prisionera del cuerpo y el cuerpo es malo”, expresaron durante el encuentro los representantes de Brasil, y mencionaron la cuestión económica, “la Iglesia jamás consideró la posibilidad de mantener a un sacerdote con mujer e hijos”. De hecho quienes se casan siguen siendo sacerdotes toda la vida, pero quedan excluidos de toda remuneración o trabajo dependiente de la estructura eclesiástica.

Adriana y Jose

Adriana ingresó al noviciado a los 17 años y tenía más de 30 cuando conoció a José, que también ejercía su sacerdocio en Córdoba.

“Yo estaba en mi vida religiosa trabajando en pastoral vocacional, y él trabajaba en un grupo de jóvenes. Nos conocimos ahí y fue todo un proceso complejo resolver nuestras respectivas vocaciones, yo desde muy chica trabajaba con los más necesitados, había estado toda mi vida dedicada a eso. Bueno, nos enamoramos y dijimos por qué no tener una vida juntos…”, relata serena y pausada.

Las mujeres ordenadas también deben solicitar la dispensa cuando deciden abandonar los hábitos ya sea para casarse o por otra razón, y este no es un paso sencillo, “porque la estructura eclesiástica católica es absolutamente verticalista y las mujeres no tenemos voz ni presencia de peso. En otras religiones como la luterana o la anglicana la mujer tiene un lugar de reconocimiento y protagonismo. Pero en la estructura de la Iglesia los que mandan son los curas, los párrocos, esto es muy cerrado y si una religiosa se va, todo ocurre silenciosamente”.

No fue fácil el camino de las decisiones porque pedir la dispensa significa de algún modo quedar a la intemperie en muchos sentidos. Adriana y José dejaron sus respectivas congregaciones y “se nos planteaban muchas dificultades, si bien José era farmacéutico antes de ser religioso, había que buscar posibilidades de trabajo, estábamos en el interior, en Córdoba y nos vinimos para Buenos Aires, yo comencé a trabajar en la docencia y él como farmacéutico. No conocíamos a nadie y nos comunicamos con Jerónimo y Clelia, era muy duro porque la Iglesia no nos hacía ni un cachito de lugar, aunque fuera para seguir compartiendo lo que había sido tan fuerte para nosotros en la fe, el servicio a los demás. Pero esta casa se convirtió en el lugar que nos permitía ir de a poquito insertándonos en la vida nueva”.

Adriana y José tienen dos hijos y contaron con el acompañamiento de sus familias en los momentos más difíciles de sus decisiones donde se mezclan las dudas, las incertidumbres y el temor al futuro.

“En la comunidad religiosa en la que yo estaba tuve problemas, pero un tiempo después pude conectarme con algunas que habían sido compañeras mías y me han dicho sinceramente que tendríamos que tener la libertad de elegir si queremos ser célibes o no. Como dice Clelia, proféticamente estamos anunciando algo que por ahora no es para todos pero que, bueno, nosotras nos hemos animado a vivir. Mi papá me decía ‘tanto tiempo me llevó aceptar que entraras a la vida religiosa y ahora me decís que salís…Y bueno, vos sabés que yo te acompaño’.”

Adriana es psicóloga, trabaja en el área de clínica y “en un barrio pobre del conurbano en fortalecimiento familiar, muy fuertemente con mujeres en situación de violencia. Estoy jubilada como docente, hice 31 años de docencia. Soy profesora de teología y filosofía, así que podría cubrir algunos sectores de formación religiosa popular, pero en estas condiciones no me dan ganas. Sí, claro que pienso que las mujeres podrían acceder a un sacerdocio, claro que sí, ¿por qué no? Si el catolicismo aceptara el celibato opcional, la mujer también entraría en un lugar diferente. Por eso nuestro movimiento es de sacerdotes casados y sus esposas, de parejas, es nuestro estatuto, tenemos los mismos derechos y deberes. Pero la estructura de la Iglesia es durísima con las mujeres, en el campo de la producción intelectual tenemos teólogas destacadas, doctoras, pero jamás las citan ni para consulta. Y si saben que dejaste los hábitos no participás en nada, ‘fuera de aquí’ es la síntesis”, afirma.

Aglesia y Gilberto

Ella es menuda, inquieta, dinámica y expeditiva, él se asoma cada tanto a la cocina, sonríe y en algún momento se acerca y ella se pone de pie para regalarle un beso o una caricia, hace 37 años que son matrimonio y ejercen una activa militancia cristiana y de opción por los pobres en Brasil.

Cuando nos conocimos con Gilberto yo era profesora, él se fue a hacer una terapia en Río de Janeiro al poco tiempo de que comenzamos nuestra relación, necesitaba saber realmente qué es lo que quería. Es muy conmocionante para un sacerdote enamorarse cuando tiene planificada una vida de celibato, servicio y entrega a Dios y a la religión. La culpa es inevitable”, define.

Para las mujeres tampoco es sencilla la decisión, especialmente cuando comparten creencias y sentimientos religiosos, el celibato como tabú tiene un peso específico.

“A mí el que me dio más pesares fue mi padre. Mi madre y mi padre eran muy beatos, muy religiosos, así que para ellos casi cuarenta años atrás fue un shock que yo me enamorara de un sacerdote. Sin embargo, mi padre ahora tiene Alzheimer y a la única persona que reconoce es a Gilberto”, afirma.

Aglesia desgrana recuerdos mientras una luz de picardía le baila tras los anteojos, “Gilberto era uno de los sacerdotes más avanzados, un líder de la Iglesia Nueva. Cuando terminó su terapia y supo claramente lo que quería, demoró dos meses en obtener su dispensa. Nosotros hacemos todo juntos en Brasil, para nuestra gente el es ‘el Padre’ y yo ‘la Madre’, trabajamos con mucha libertad y con mucho respeto. Nos apoyan una cantidad muy importante de obispos, Gilberto trabajó tres años en la Conferencia Nacional de obispos de Brasil. Todos dicen ‘padre tein que casar’, es cierto que en nuestro país tenemos mejores condiciones y un grado más de libertad en cuanto a las limitaciones que impone la Iglesia”.

Ella es asistente social, “tengo mucha dedicación a personas que viven con VIH, en forma voluntaria. También en una liga femenina de combate contra el cáncer. Y estamos poniendo un enorme esfuerzo en un equipo de voluntarios que armamos en Portobello para el trabajo individualizado con menores con adicciones. Es un lugar turístico de mucha pobreza donde el recurso es la pesca, los chicos trabajan en los barcos, seis meses en el medio del mar pescando, necesitan ayuda y apoyo. Con Gilberto tenemos dos hijos y una nieta; él también es voluntario social, líder de grupos, nuestra vida es así, no somos ricos, vivimos con lo necesario y nuestra casa está siempre llena de gente, así somos felices”, sonríe luminosa.

Ambos editan un periódico mensual Rumos (rumbos), en el que se trata habitualmente el tema del celibato obligatorio y se publican artículos críticos respecto a la postura rígida del Vaticano. Temáticas como la necesidad del sacerdocio femenino, el celibato optativo, la importancia de revisar la formación de los sacerdotes, o de una reforma urgente en las jerarquías, están a la orden del día, marcando una sideral diferencia con la situación del resto de los países latinoamericanos, incluida la Argentina.

Teresa y Lauro

“Nuestra historia es un poco diferente”, anuncia esta mexicana mezcla de María Félix y Frida Khalo, de mirada penetrante, figura sensual y afirmaciones tajantes.

“Empecé mi relación con Lauro después de que él casó a una de mis hijas. Los dos somos divorciados. Al año siguiente de que mi hija se casó yo me separé y cuando Lauro, que se había divorciado, supo que yo estaba separada nos encontramos y empezamos una relación. Fue un poquito difícil para mí tomar la decisión porque tuve que romper con muchos esquemas, mi divorcio con el padre de mis hijos fue difícil, muy doloroso. Mis hijos a él lo aceptan perfectamente, lo quieren, y si quieren pedir un consejo recurren a él y no a su padre, es triste, pero es así. También los hijos que Lauro tiene de su matrimonio anterior, a mí me ven bien. Estamos juntos desde hace ocho años.”

El peso de la ancestral cultura religiosa mexicana se nota en el discurso de Teresa, y la represión se filtra más allá del deseo y la voluntad de seguir resquebrajando las reglas establecidas.

“Tristemente en México el movimiento está un poquito dormido, como cansado porque allá es todo muy difícil, la diócesis es muy cerrada. Muchos sacerdotes no quieren ni que se enteren de que son casados porque pueden perder su trabajo. Si el obispo sabe que ellos están dando clases en una institución religiosa dan orden a las religiosas para que los despidan; para nosotros es todo muy difícil. Pero no debemos tirar la toalla, seguimos luchando por esto. Como compañeras y esposas de los sacerdotes tenemos un doble compromiso de estar al lado de ellos en las buenas y en las malas; estamos comprometidas con su ministerio, queremos que siga vivo para trabajar por el reino de Dios que es lo que al fin de cuentas buscamos”, relata.

Teresa dibuja un panorama muy diferente del trabajo que desarrolla en México y resulta evidente que la situación de las mujeres está a años luz de las brasileñas e incluso de las argentinas, “yo en México hago lo que puedo porque soy comerciante y Lauro es director de escuela. La tarea que me he propuesto es buscar a mujeres, señoras que tienen relación con curas, pero que ellos las tienen relegadas, escondidas, que les dicen ‘te callas si quieres que te mantenga, no puedes decir que eres mi mujer, no puedes decir que nuestros hijos son míos’, les ordenan. También nos hemos encontrado con casos de religiosas violadas por sacerdotes, son casos muy difíciles, hemos tratado de integrarlas a nuestro grupo. Una de ellas quedó embarazada por el abuso, sin embargo no hubo consideración ni del convento ni del obispo, fue correrla como si ella hubiera sido la culpable de la violación, fue tremendo, hay mucho machismo. Por medio de una de mis hermanas que es monja conozco situaciones de mujeres que necesitan ayuda. Otro hermano mío estuvo en el seminario y salió porque se sentía inseguro y quiso probar un año afuera. Entró a estudiar a la universidad de Guadalajara, conoció a una chica y se enamoró de ella; y dijo ‘yo ya no regreso más al seminario, excepto que me digan que me aceptan casado y ahí sí me ordeno, de lo contrario no, porque quiero tener hijos’”.

Teresa recuerda que su padre “perdió el habla en el año 2000, sus manifestaciones ahora son gestuales, estrecharte las manos, abrazarte, y cuando ve a Lauro es evidente que le demuestra afecto, cuando le pregunto qué le parece todo esto, a su manera da a entender que es cosa de Dios… Mi abuela le decía, ‘tienes que estar contento porque Dios no te dio un hijo sacerdote, pero te dio un yerno sacerdote, dale gracias a Dios’. La mamá de Lauro sí estuvo distante de él un tiempo por su decisión, pero ya lo ha aceptado. Nuestros hijos están orgullosos de nosotros por nuestro amor y coraje”, concluye.

Ante la reiteración de una pregunta cuya respuesta fue evadida a lo largo de la entrevista, ellas responden con pudor, y sí, “ellos al principio se sienten pecadores, no todos, pero en general hay un período de crisis que tenemos que elaborar cada uno por su lado, y luego juntos”.

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