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Amin Maalouf: “Me pesa nuestra incapacidad para gestionar sociedades plurales”

“Yo lo que espero es que se produzca un combate verdadero para ganar el pensamiento, para cambiar la manera de concebir el mundo, para que este tipo de actos [atentados islamistas] sean resuelto en origen. Creo que luchar contra las identidades asesinas es un combate que sigue mereciendo la pena”.

Cuando se produzca el colapso, ¿a quién o a qué podremos recurrir? ¿Por qué nos hemos hecho esto a nosotros mismos? ¿Estamos genéticamente programados para autodestruirnos o aún hay espacio para la esperanza en nuestra salvación? Estas son las preguntas filosóficas que se hace Amin Maalouf (Beirut, 1949) en su última novela, Nuestros amigos inesperados, una entretenidísima intriga editada en español por Alianza.

La trama comienza con un gran apagón. Todo el planeta se detiene. No funcionan ni la electricidad ni los transportes ni las comunicaciones. Alex, el protagonista, un exitoso dibujante de tiras cómicas, asiste a la misteriosa interrupción desde su retiro en una pequeña isla de la costa atlántica. Alguien (en un primer momento no se sabe quién) le ha dado al ‘botón de pausa’ para impedir una inminente catástrofe nuclear. Los responsables del rescate pertenecen a una cultura que ha vivido durante milenios al margen de la humanidad. Increíblemente avanzada en el plano ético y tecnológico, esta civilización oculta decide tomar al resto de terrícolas bajo su tutela para que no se hagan daño.

El tema y el estilo chocan bastante si se tienen en cuenta las anteriores obras firmadas por Maalouf. Premio Goncourt (por La Roca de Tanios en 1993) y premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2010, el escritor franco-libanés tiene una larga trayectoria literaria ligada a la historia y los conflictos políticos, culturales y religiosos desarrollados en la cuenca del Mediterráneo. Esta vez no recurre a ningún personaje histórico (como en León el Africano o en Samarcanda), sino que se lanza de lleno a la pura ficción.

El libro se abre con una cita del escritor alemán Novalis: “La novela surge de las carencias de la Historia”. Estos ángeles guardianes, por tanto, son “la respuesta a una angustia respecto a la historia actual”, explicaba Maalouf en un encuentro virtual con periodistas españoles. Se trata, como el propio autor señala, de una especie de coda ficticia a su anterior ensayo, El naufragio de las civilizaciones. “Nació de ese temor de ver que el mundo avanzaba, efectivamente, hacia un naufragio”.

La novela puede leerse, pues, como una suerte de metáfora. Incluso de metáfora de su propio país. El sistema político instaurado en el Líbano, basado en la representación de todas las religiones mediante cuotas fijas en el parlamento, podría haber parecido prometedor hace unas décadas. Hoy, en opinión del autor, está en ruinas. Por eso desea para su país un rescate internacional como el que narra en Nuestros inesperados hermanos. “No voy a pretender ser optimista con lo que sucede”, apunta con una sonrisa y una amabilidad que contrastan con su luctuoso discurso.

Mi sueño es que el Líbano quede bajo la tutela de una administración internacional provisional que reconstruya el país. No puede ejercerla un solo país sino que debe ser compartida, por ejemplo, por EEUU, Rusia, China y la Unión Europea. La reconstrucción de las instituciones, del sistema político y bancario, podría llevar seis o siete años pero serviría para que el país arrancara de nuevo desde cero. Porque mi sensación, y lo digo con toda franqueza, es que el Líbano no es capaz de encontrar por sí mismo la capacidad para evitar su desmoronamiento”.

La conexión con su anterior ensayo, por lo tanto, es evidente. Maalouf evocaba en él otro mundo árabe posible… porque ese mundo existió y él mismo vivió en él durante su juventud. A su juicio, el ascenso de los nacionalismos fue una esperanza de modernidad, independencia y libertad que se difuminó rápidamente. Tras la derrota de Egipto en la Guerra de los Seis Días, en 1967, el nacionalismo laico dio paso al triunfo de la ideología islamista, hoy dominante en la zona.

Antes de eso, según rememora Maalouf, el mundo árabe participaba de todos los debates, no era una región separada intelectual y políticamente del resto del mundo. También allí se polemizaba sobre los dos bloques antagónicos de la Guerra Fría. Se hablaba de capitalismo, de socialismo, de feminismo… Recuerda, por ejemplo, que el laicismo estaba muy extendido en países como Irak, Sudán o Indonesia, un país musulmán que albergó el partido comunista más nutrido e importante fuera de China y de la Unión Soviética. Todo eso terminó abruptamente en los años setenta, con el crecimiento de la influencia, económica e ideológica, de las monarquías del Golfo.

Pero cuando Maalouf habla de “naufragio de las civilizaciones” no se refiere solo a Oriente. También Occidente se ha despeñado, aunque con efecto retardado. El año del desastre, a su juicio, fue 1979. Esa es la fecha que marca la cúspide de la revolución conservadora que alumbró el mundo en el que hoy vivimos. Por un lado, la revolución islámica de Irán y, por el otro, el ascenso al poder de Margaret Thatcher, lo que supuso la entrada en una nueva era marcada por el triunfo del ultraliberalismo. Maalouf llama a ese momento “la gran desviación”.

‘Resetear’ el mundo

El apagón que sufren los protagonistas de su última novela tiene un claro paralelismo con el confinamiento al que se ha visto sometido buena parte del planeta en 2020. Aunque confiesa que la novela estaba ya escrita cuando se produjo el estallido de la pandemia, de este frenazo podría salir, como en su ficción, algo positivo. “Deberíamos considerar esta pausa como una oportunidad para empezar desde cero. No sucede a menudo que la humanidad esté así, en pausa, durante un año. Y creo, sinceramente, que debemos aceptar esto como una señal del cielo. Tenemos la posibilidad de repensar nuestro mundo. Y creo que este trabajo, esta tarea, es indispensable”, afirma Amin Maalouf.

Para alguien tan cosmopolita y equilibrado como el escritor beirutí, el choque cultural y la violencia, verbal y a menudo fisica, que existe alrededor de esta hostilidad es algo absolutamente insoportable. Por eso deplora la reivindicación de lo “políticamente incorrecto”, que no es más que una excusa para ser maleducado. En su opinión, se puede disentir y ser correcto sin ser completamente aséptico. “Me pesa enormemente nuestra incapacidad para gestionar sociedades plurales, para convivir con gente distinta, para asumir la velocidad de los cambios científicos y tecnológicos… Me siento consternado”, confiesa.

“Las relaciones entre las personas que proceden de orígenes distintos, en nuestras sociedades, en todas las sociedades del mundo de hoy, no mejoran. Más bien diría que se están deteriorando. Estoy convencido de que en ninguno de los países que conozco y que he estudiado, en ninguno de ellos, se está haciendo un verdadero esfuerzo, con perspicacia, sabiduría y voluntad, para que esta coyuntura cambie”.

Maalouf y las “identidades asesinas”

En el extremo de ese choque cultural está lo que él llama “identidades asesinas” (título, también, de un ensayo suyo de 1998). Cree firmemente en la pertinencia de combatirlas, pero confiesa que esa batalla, por el momento, la está perdiendo: “No voy a decir que todo lo que he escrito desde hace 30 años sea inútil, espero que sea algo que dé sus frutos. Y yo sigo expresando las cosas en las que creo, pero es cierto que cuando uno observa el mundo… parece que no hemos avanzado mucho”.

El atentado perpetrado contra el profesor Samuel Paty, asesinado y decapitado por un terrorista islamista el pasado 16 de octubre, conmocionó a la sociedad francesa. Este tipo de ataques son, al parecer de Maalouf, muy difíciles de impedir. “Si analizamos la situación de manera fría —explica—, probablemente el fenómeno del fanatismo tal y como lo observábamos hace seis o siete años, con el ascenso de Daesh, de esas organizaciones que controlaban territorios muy vastos, ha perdido buena parte de su influencia”. Queda, pues, el asesino solitario. Y a este, “sea cual sea el nivel de vigilancia”, no se le puede combatir con armas.

“Yo lo que espero es que se produzca un combate verdadero para ganar el pensamiento, para cambiar la manera de concebir el mundo, para que este tipo de actos sean impedidos en su propio entorno –propone Maalouf–. Quisiera que estas personas fueran absolutamente inaceptables en sus comunidades, que sus actos fueran condenados en origen. Si estuviera en una época antigua diría que deberíamos ‘secar el estanque’ en el que vive el pez del terrorismo. No todo el mundo comete actos tan bárbaros, claro, pero sí que hay un entorno en el que estas acciones no son condenadas de manera espontánea por todo el mundo. En ese sentido, hay una brecha. Y el problema no se ha resuelto. Por eso creo, a pesar de todo, que luchar contra las identidades asesinas es un combate que sigue mereciendo la pena”.

En su novela y en sus deseos, a Maalouf le gustaría, parafraseando a Groucho Marx, parar el mundo, bajarse y… mirarle el chasis: “Creo que el mundo de hoy necesita, sin duda, ser repensado, reinventado, reimaginado. La humanidad, gracias a los medios técnicos y económicos, puede resolver hoy casi todos sus problemas. Lo que le falta es saber hacia dónde va, saber qué es lo que quiere construir. Necesitamos mucha imaginación”.

Esa imaginación para crear un mundo nuevo post COVID es la que nos salvará. Es una tenue esperanza, pero no prescinde de ella. Considera que es su obligación como escritor: “Por una cuestión de principios, creo que a los escritores nos corresponde ser lúcidos pero también mantener la esperanza. Un escritor que crea que no hay futuro para la humanidad es alguien socialmente inútil”.

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