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Amin Maalouf: “La salvación de la humanidad pasa por recuperar una ideología universalista”

La idea de universalidad y el respeto a la diversidad de las culturas que hizo de Europa el crisol de razas que ha sido en las últimas décadas han desaparecido en favor de un capitalismo

Como cada década, desde hace 30 años, el escritor y académico Amin Maalouf (Beirut, 1949) se asoma al abismo del recuerdo y los trágicos pasajes de la historia reciente para embarcarse en una casi siempre amarga lectura del pasado en un intento por comprender los pesares del presente y, especialmente, los desafíos del futuro. Si en 1998 el libanés anticipaba en Identidades asesinas un nacionalismo hoy actor político destacado y en 2009 se detenía en El desajuste del mundo en una pérdida de valores hoy incuestionable, ahora son temas como la automatización, la Inteligencia Artificial, el deterioro medioambiental, el radicalismo islámico y el peligro que acecha al proyecto europeo los que pueblan las páginas de El naufragio de las civilizaciones (Alianza).

Partiendo de los recuerdos de su infancia y familiares, que arrancan en el fin del mundo árabe colonialista, del que evoca la Alejandría cosmopolita de Cavafis y Ungaretti, el Premio príncipe de Asturias traza un apasionante y emotivo recorrido a través de “la catastrófica historia del del mundo árabe en la segunda mitad del siglo XX”. Desde el frustrado sueño del Líbano de su juventud, hasta la actualidad del yihadismo, pasando por el Egipto panarabista de Nasser o la Revolución islámica de Jomeini, de la que fue testigo, Maalouf analiza las trágicas consecuencias del choque de culturas profetizado por Samuel Huntington que nos ha llevado hasta el mundo actual. Todo ello, sin olvidar los desafíos del futuro, pues “aunque el naufragio de nuestras sociedades es ya inevitable, la humanidad no permitirá que desaparezcan todos los avances que ha logrado”.

Pregunta. A mediados del siglo XX muchos países árabes, con el Egipto de Nasser a la cabeza, abrazaron un nacionalismo de corte socialista o comunista, ¿por qué fracasó este modelo y con él el concepto de panarabismo?

Respuesta. Es una cuestión compleja, pero a grandes rasgos, el nacionalismo árabe fracasó por dos aspectos. El primero es que se construyó a sí mismo en el combate contra Occidente, algo totalmente natural, puesto que los colonizadores eran los occidentales, pero que destruyó la convivencia. Y el segundo, que se apoyó en el modelo soviético, que, como se vio más adelante en la propia U.R.S.S. sólo podía fracasar. Quebró políticamente porque se fundamentaba en el autoritarismo y la restricción de las libertades, y económicamente porque se basó en una forma de socialismo muy centralizado y burocrático muy ineficaz. Las fuerzas del cambio del mundo árabe fueron obligadas a adoptar un modelo inoperante, y han sufrido las consecuencias sus carencias.

P. Sin embargo ese modelo no fue la única vía. Usted recuerda en el libro el Líbano de su juventud, que era un ejemplo de convivencia multirracial y multiconfesional, ¿por qué ese modelo naufragó en lugar de ser un faro para su entorno? ¿Fue precisamente su virtud de ser un país integrador su misma debilidad?

R. El fracaso de la experiencia libanesa obedece a factores completamente distintos, incluso opuestos. Lo que ha sido catastrófico para el país es que quiso organizar las relaciones entre sus muchas comunidades de una forma que sobre el papel era legítima pero que en la realidad ha resultado absolutamente perversa. El modelo quería reconocer la existencia de las diversas comunidades, lo cual a mi parecer era imprescindible, pero la forma en que se hizo, con un sistema de cuotas, con un estado central débil que ha sufrido presiones cada vez más fuertes por parte de cada una de las comunidades, ha desembocado en un fracaso, que es la incapacidad de construir una verdadera sensación de pertenencia, de fidelización nacional. Tras décadas de guerra, en la actualidad asistimos a un fenómeno en las calles de Beirut que es una revuelta contra ese statu quo. La gente protesta por haber sido dividida en comunidades y explotada, y espero que eso induzca a un cambio que se tendría que haber producido hace 40 años.

P. Cifra en 1967 el principio del fin del mundo árabe de tendencias modernizadoras, ¿qué supuso la guerra con Israel y la derrota más allá de las implicaciones bélicas?

R. La guerra del 67 (como llaman los árabes a la guerra de los Seis Días) fue el principio del fin de un nacionalismo árabe que, aunque no era puramente laico, buscaba la igualdad entre todas las comunidades y la separación de la religión de la vida política. A partir de entonces, el nacionalismo se basó fundamentalmente en la religión, y el conflicto entre árabes e israelíes ha sido un factor determinante en esta evolución, pues ha servido de pretexto para todos los que no querían operar un verdadero cambio. Pero más grave que el conflicto en sí, es la forma de reaccionar a él. En mi libro hablo de casos como, por ejemplo, el de Corea del Sur, que desde hace casi 70 años afronta una división del país con una desquiciante dictadura comunista en el norte que los mantiene en riesgo de guerra permanente. Y eso, sin embargo, no les ha impedido decidir que la prioridad es el desarrollo, la educación, el progreso… El problema del mundo árabe es que en ningún momento ha dicho vamos a progresar y ya veremos cómo resolvemos esto. Ha habido una obsesión extremadamente paralizante y empobrecedora y que persiste hasta hoy.

P. Ya desde esos años el mundo árabe comenzó una deriva paulatina hacia el integrismo, pero ¿cómo se llegó en, palabras de Nasser “a los tiempos del califa Al-Hakam”, a ese mundo árabe tradicionalista y radical que vemos hoy?

R. Hasta los años 60, los movimientos islamistas eran grupúsculos prácticamente inexistentes y sin la menor influencia en la vida política y social. La figura dominante era Nasser y la ideología dominante el nacionalismo árabe. El hecho de que Nasser, que fue con mucho el hombre más influyente de la región, desde hace siglos, quizás, sufriera un fracaso tan grande como el del 67, desvirtuó el panarabismo y como reacción, devolvió la credibilidad a los movimientos que habían estado aplastados bajo su peso.

En opinión de Maalouf, “este islamismo se volvió imparable a partir de 1978/1979, cuando ese movimiento llegó al poder en un país grande y poderoso como Irán y cuando estalló la primera Guerra de Afganistán, donde nació un yihadismo que en aquella época se dirigía contra los soviéticos y después, poco a poco, se volvió contra Occidente”. Un giro de los acontecimientos que era previsible y en el que el escritor reparte culpas a partes iguales. “Contribuyeron los soviéticos con su torpe y errática intervención en Afganistán y también los occidentales, sobre todo los estadounidenses, fomentando el yihadismo para enfrentar a la U.R.S.S.”.

Sobre el yahidismo actual, Maalouf opina que a pesar de la derrota del Estado Islámico “pueden surgir otros movimientos del mismo tipo, pues estos grupos radicales siempre son utilizados por unos y otros con cálculos políticos”. Sin embargo, el académico considera que, desde Occidente, se ha concedido una importancia exagerada a este grupo. “Occidente ha caído en la trampa de la ilusión creada por ese movimiento, que ha tomado un nombre muy pomposo, como si fuera un califato o un Estado, lo cual es absurdo. Es sencillamente un grupo radical, comparable a Al Qaeda, que debido a la inestabilidad de Iraq y Siria se ha instalado en un territorio de ambos países. Pero nunca ha sido nada más. Sospecho que Occidente le ha dado tanta importancia para poder proclamar un día una gran victoria”.

P. Otro año clave en su libro es 1979, el año de lo que llama la revolución conservadora. ¿Qué asemeja a actores como Margaret Thatcher y el ayatolá Jomeini? ¿Qué mundo surgió entonces?

R. Surgió el mundo en el que seguimos viviendo, que está forjado por los sucesos de hace 40 años. El auge del radicalismo islámico y las afirmaciones identitarias, tal y como se han manifestado a partir de ese año, y sobre todo tras la revolución iraní son cada día más un factor central del capital político. Además, mirando hacia Thatcher, y después a Reagan en Estados Unidos, el auge de movimientos económicamente liberales y políticamente conservadores y nacionalistas que ella inició ha sido imparable desde entonces, y ocupan hoy el poder en India, Brasil, Italia, Reino Unido, Estados Unidos…

P. Como apunta, más allá del mundo árabe, Occidente también zozobra. Por ejemplo, usted viene advirtiendo desde hace años, con el frente Nacional, que los populismos europeos no son algo pasajero, ¿por qué han arraigado tanto?

R. Creo que el factor determinante de la emergencia y la permanencia de los movimientos populistas es la percepción de una amenaza. Una amenaza económica y social, y especialmente un peligro procedente del mundo árabe. Una amenaza que se puede traducir en actos violentos de terrorismo, en migraciones masivas, y eso es lo primero que alimenta el auge de los políticos populistas. Y como estos no son fenómenos pasajeros, como la situación del mundo árabe no parece que se vaya a arreglar en las próximas décadas, el alimento del populismo occidental seguirá presente mucho tiempo.

P. La cara más amarga de esto es la crisis de los refugiados. Usted fue un inmigrante de un país árabe que vivía una guerra civil, ¿ha traicionado Europa sus valores?

R. En cierto sentido, es verdad que en esta era donde los logros técnicos han aportado mejoras impensables, el mundo está más cerrado de lo que ha estado jamás. Esto es consecuencia de la citada sensación de amenaza y también de la caída en desgracia de los valores tradicionales de la izquierda occidental, y especialmente europea, que está ciertamente en crisis. La idea de universalidad y el respeto a la diversidad de las culturas que hizo de Europa el crisol de razas que ha sido en las últimas décadas han desaparecido en favor de un capitalismo que tras la desaparición del comunismo muestra su peor cara, la más inhumana y explotadora, algo que debe cambiar y que sólo puede conseguir la presión interna de la opinión pública.

P. La misma Unión Europea, el concepto de Europa, peligra, como vemos con el Brexit, ¿por qué el mundo entero avanza hacia la fragmentación, por qué volvemos hacia la tribu?

R. Esto es un fenómeno global, y creo que la causa principal está en la desaparición del debate intelectual entre capitalismo y comunismo que determinó buena parte del siglo XX. Esto ha sido reemplazado por afirmaciones de identidad exacerbadas y, a menudo, violentas que fragmentan todas las sociedades, lo que es una regresión moral e intelectual. En Europa, por todo lo logrado después de la Segunda Guerra Mundial es más dramático aún, pues el proyecto de la Unión Europea es el más bello que ha producido el mundo en el último siglo. Y debería triunfar. Pero para ello, deben tomarse decisiones fundamentales, como hasta qué punto se integrarán los países y cuál será su papel en el mundo. Es posible que las personas y los líderes se den cuenta de ello y que busquen transformar las instituciones, pero seráun proceso largo y complejo.

P. Cierra el libro advirtiendo, aunque con tono de esperanza, de varios peligros más presente que futuros, como la automatización, el cambio climático, la Inteligencia Artificial… ¿Es posible retomar el camino correcto?

R. Me parece imposible eludir un periodo de turbulencias, lo que yo llamo naufragio. Lo habrá, sí, pero tras él habrá que reconstruir, no será el fin del mundo. Si pienso en mi sentimiento profundo, diría que vamos a pasar a través de un periodo extremadamente difícil pero que tras él nos recuperaremos e intentaremos construir las cosas sobre bases mejores. Necesitamos mantenernos muy serenos, porque después tenemos que construir un mundo que sea capaz de funcionar. No existen soluciones milagrosas, pero debemos pensar en nuevas formas de vivir juntos, porque es algo imperativo. No hay dos, tres o cuatro planetas que repartirnos, así que hay que organizar la vida juntos. No es fácil, requiere un respeto mutuo y una visión de la humanidad y de la identidad que se tiene que trabajar más. Debemos tratar de recuperar una ideología universalista, algo que una a todas las civilizaciones como en su día hizo el socialismo y el comunismo, pero huyendo de sus trampas. Es un trabajo inmenso el que hay por delante, y, sobre todo, abierto a las generaciones jóvenes, que van a vivir los 40 o 50 próximos años.

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