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Una persona sin hogar espera junto a un mural con la imagen del papa Francisco en el barrio La Matanza de Buenos Aires (Argentina). Juan Ignacio Roncoroni

[ALyC] ¿Latinoamérica cambia de ‘bando’ religioso?

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Si es más o menos secular está a debate

La llegada de los europeos a América Latina trajo su organización social, sus creencias e instituciones religiosas. Desde entonces el catolicismo se instaló como el sistema religioso que dominó y permeó las sociedades. Ensamblada a las coronas española y portuguesa durante la época colonial, la Iglesia católica creció en estructura, en especialistas –sacerdotes y religiosas–, y se convirtió en la opción cuasi monopólica en el espacio público, esparciendo la simbología católica sobre una sociedad mestiza en la cual aún persistían las huellas de las creencias y los rituales de los modos de vida de las sociedades prehispánicas, a las que se incorporaron las creencias de los africanos deportados y esclavizados primero, de los migrantes luego. América nace a la modernidad como una sociedad atravesada por mestizajes y sincretismos, visibles en las grietas y los intersticios del culto hegemónico. Los procesos independentistas (siglo XIX) mantuvieron la relación privilegiada entre estados e Iglesia católica, conformando un modelo de relación que entrará en crisis entre fines del XIX y principios del XX con el avance del liberalismo y las legislaciones que van quitando las prerrogativas de la Iglesia en el control de la población (registro y matrimonio civil, secularización de cementerios, divorcio) y llegan en algunos países a separar a la Iglesia del Estado (Uruguay, Brasil, México).

Y si la identificación entre nación y catolicismo definió un horizonte político en muchos países de América Latina durante la primera mitad del XX, las asociaciones entre Iglesia y estados en el plano jurídico y político no llegaron nunca a corresponderse con una población homogénea desde el punto de vista religioso, ni siquiera con una feligresía católica uniforme. La mirada institucional deja en las sombras la vasta multiplicidad de creencias y prácticas diversas de los latinoamericanos, que no son reguladas por una estructura eclesial que, especialmente en los países del Cono Sur, sufre históricamente de una crónica escasez de personal.

La secularización

El concepto de secularización es complejo. Una de las interpretaciones más extendidas lo asocia a la decadencia de las creencias y prácticas religiosas a partir de los procesos de modernización. No se trata de un proceso unilineal ni irreversible, e impacta tanto en las creencias y prácticas de las personas como en las estructuras culturales y las instituciones sociales y políticas. Pensar la secularización exige entonces miradas abiertas a los procesos de transformación social. Enfocadas desde la perspectiva de las creencias, las sociedades latinoamericanas son espacios en movimiento, en las que la diversidad se manifiesta en la presencia de grupos religiosos plurales y en actitudes y prácticas diversas en el    interior de los grupos religiosos. Durante el siglo XX, nueve de cada diez habitantes de América Latina eran católicos, y aún hoy viven en el continente alrededor de un 40% de los y las católicas del mundo. Esta amplia mayoría permaneció hasta alrededor de los años sesenta, cuando paulatinamente aparecieron procesos diversos que transformaron el paisaje de la hegemonía católica.

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Colombia es de los principales países católicos de América Latina. en la imagen, La Candelaria, localidad número 17 del Distrito Capital de Bogotá. Xavier Cervera

Considerando la distribución religiosa de su población, el Pew Research Forum,1 divide a los países en América Latina en cuatro grupos:

1. Predominantemente católicos, con más de un 70% de su población católica (Paraguay, México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Venezuela y Panamá)

2. De mayoría católica (Argentina, Chile, Costa Rica, Brasil, República Dominicana, Puerto Rico).

3. Mitad católicos (El Salvador, Guatemala, Nicaragua).

4. Con menos de la mitad de su población católica (Honduras, Uruguay, Cuba).

Entre los países con menor porcentaje de católicos podemos observar situaciones diferentes: mientras que en Honduras la proporción tanto de católicos como de evangélicos se acerca a un 40%, en Uruguay y Cuba el porcentaje de personas sin filiación religiosa supera un 35%. En los países de América Central los evangélicos pentecostales han crecido consistentemente y alcanzan más de un tercio de la población, mientras que en los países del Cono Sur de Latinoamérica (Chile, Argentina, Uruguay) y en El Salvador, República Dominicana y Cuba las personas sin filiación religiosa han aumentado continuamente desde los años noventa.

Apertura religiosa

Los procesos que marcan la apertura religiosa de las sociedades latinoamericanas son múltiples y diversos según los países: entre estas corrientes podemos evocar    el crecimiento de los evangélicos pentecostales, las reinvenciones identitarias ligadas a los indigenismos y a los africanismos, la difusión de las religiosidades de origen oriental, como los budismos y los hinduismos, el florecimiento de las espiritualidades de la nueva era, y también la posibilidad de pensarse fuera de todo marco religioso. Para los latinoamericanos cambiar de religión, adoptar prácticas alejadas de la ortodoxia, creer sin pertenecer a ninguna tradición religiosa se han vuelto posibilidades concretas y poco penalizadas social y comunitariamente. En un mundo marcado por el capitalismo y la globalización, la circulación de personas, bienes y mercancías caracteriza las relaciones sociales, y con ellas las actitudes hacia la religión y las creencias. El paisaje religioso muestra grandes mayorías cuya relación con la institución está marcada por la autonomía, y minorías que eligen practicar la religión y la espiritualidad de forma intensa y en toda la vida: lo que deja un espacio cada vez más reducido a las instituciones religiosas como organizadoras de la vida social.

Los “sin filiación religiosa”

El aumento de las personas que no se adscriben a ninguna religión es uno de los fenómenos que caracterizan el cambio sociorreligioso en América Latina. Desde principios del siglo XXI, y con la excepción de Uruguay y Cuba donde los “sin filiación religiosa” constituyen un fenómeno más antiguo, el crecimiento de esta corriente se fue volviendo evidente. En un principio se trataba de personas de proveniencia católica, que se alejaban de su religión de origen; luego este grupo fue creciendo hasta llegar a un 8% de la población de América Latina (Pew Research Forum, 2014). Se trata de un proceso que crece y permea a todas las sociedades: los países con mayor porcentaje de “sin filiación religiosa” son Cuba, Uruguay, Argentina, Chile, República Dominicana, El Salvador y Honduras.

El paisaje religioso muestra grandes mayorías cuya relación con la institución está marcada por la autonomía y minorías que eligen practicar la religión y la espiritualidad de forma intensa y en toda la vida

Las personas sin filiación religiosa no son uniformes en sus actitudes, prácticas y creencias, ni desde el punto de vista de sus preferencias ideológicas o políticas. Si consideramos la actitud hacia la religión y las creencias, es posible identificar a los ateos, aquellos que no creen en la existencia de Dios, a los agnósticos, y a un grupo más amplio que se relaciona con la espiritualidad y las creencias más allá de las instituciones o las pertenencias a una religión. Para quienes se definen como ateos, la religión no es un tema en su vida cotidiana. Estas personas viven, se educan, pasan por circunstancias difíciles como enfermedades o pérdida de seres queridos, eventualmente constituyen familias, sin que las creencias o prácticas religiosas intervengan: no se realizan ritos familiares de inspiración religiosa, los hijos e hijas no se bautizan y los funerales son laicos. Las búsquedas de sentido de estas personas pasan de largo de la religión.

Pero aunque las prácticas y creencias de los alejados de la religión bajan significativamente en relación con las de aquellos que se identifican con alguna religión, no todas las personas sin filiación religiosa dejan necesariamente de creer. En Argentina, por ejemplo, tres de cada diez personas sin filiación religiosa creen en Dios.2 Se trata de sujetos que se identifican como espirituales, que buscan técnicas de contacto con lo trascendente como meditación, oraciones, práctica de yoga o reiki, y que rechazan cualquier pertenencia institucional. Suelen mantener creencias y prácticas atenuadas, relacionadas con ciertas sociabilidades familiares y con una relación personal con lo sagrado, desvinculada de las iglesias o templos. La interpretación de lo divino como energía, el encantamiento del cosmos y las cosmovisiones holísticas forman parte de este universo. Desde el punto de vista sociodemográfico, los “sin filiación religiosa” son más numerosos entre los jóvenes y entre los habitantes de las grandes metrópolis.

Creyentes más autónomos

El aumento de las personas sin filiación religiosa no es, sin embargo, el único hilo que podemos seguir para tratar de comprender la secularización en América Latina: si observamos la población de las personas que se identifican con alguna religión, y sobre todo a los católicos, notaremos que existe allí una amplia población que se parece sociodemográficamente a los sin filiación religiosa (entre ellos hay más jóvenes, más habitantes de las grandes ciudades), y que tiene comportamientos similares: bajos niveles de práctica, creencias religiosas disminuidas respecto de otras personas religiosas, escaso apego a las iglesias. Esta población, que aún se identifica con algún credo, establece con su religión una relación marcada por la autonomía. Se trata de creyentes que arman sus propias trayectorias religiosas de pertenencia y prácticas, son indiferentes o críticos a las directivas e incluso a los valores institucionales, y para quienes las instituciones religiosas son una reserva de símbolos a los que se puede recurrir o no, según las necesidades o los recorridos individualizados.

Las sociedades latinoamericanas muestran una religiosidad de baja intensidad, donde creencias y prácticas se ven reducidas a su mínima expresión y están marcadas por la autonomía y la elección personal

La religiosidad vivida en los márgenes de las instituciones es definitivamente un aire de época: aún con la persistencia en la mayoría de los países de América Latina de un habitus católico, inscrito en las estructuras urbanas, en la presencia de imágenes católicas en instituciones de gobierno en algunos países, articulado con una creciente presencia evangélica visible en manifestaciones públicas y en el número de templos, las sociedades latinoamericanas se ven atravesadas por una religiosidad de baja intensidad, donde creencias y prácticas se ven reducidas a su mínima expresión, y están    marcadas por la autonomía y la elección personal. Esta religiosidad necesita poco de las iglesias: las personas recurren a las instituciones en busca de símbolos, rituales, objetos bendecidos en recorridos personales ideados en interacción con medios de comunicación y redes sociales más que en relación directa con una comunidad, con sacerdotes, religiosas, pastores u otros líderes espirituales.

¿Cómo pensar en la escena social y política de las sociedades latinoamericanas el aumento de la población sin filiación religiosa y de los creyentes alejados de las instituciones? Aparecen ligados dos fenómenos convergentes. Por un lado, el alejamiento de las ideas marcadas por los dogmas religiosos muestra una apertura de signo progresista de las relaciones sociales, que se ha proyectado en legislaciones que incluyen las diversas maneras de relación con el otro y con el cuerpo. Así, se ha convertido en ley el matrimonio igualitario en Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, Uruguay    y algunos estados de México; el aborto es legal en Argentina, Uruguay, Colombia, Cuba y algunos estados de México; y las leyes de identidad de género habilitan a las personas reconocerse con el género autopercibido en Argentina, Bolivia, Chile, Uruguay y Ecuador, mientras que en Perú, Brasil y Colombia se permite a través del sistema judicial o por decreto presidencial. Estos procesos de apertura fueron empujados por nuevos movimientos sociales, como el feminismo, que masivamente se volcó a las calles y ocupó el espacio público con sus reivindicaciones, algunas de las cuales condenan la intervención de la Iglesia en asuntos públicos.

La desconfianza crece: los ciudadanos se distancian de las iglesias, escuelas, sindicatos, y partidos políticos. Allí donde el lazo social se vuelve débil y se diluye, crecen la sospecha, el enojo y la ira

Por otro lado, la menor intensidad de las pertenencias religiosas se puede asociar con el aflojamiento del lazo social: el siglo XXI ha visto emerger sectores cada vez más amplios que no tienen sociabilidades religiosas, ni políticas, que no participan en parroquias o templos, pero tampoco en sindicatos, asociaciones vecinales o cooperadoras escolares.3 Es una población joven, desenganchada de los espacios que solían estructurar la vida social, con escasa valoración por las instituciones de todo tipo y con fuertes críticas al sistema democrático. Entre esta población, cuyas expectativas de mejora económica y social se han visto decepcionadas, con sus vidas marcadas por la informalidad laboral, en las cuales el Estado no llega o llega tarde, circulan con más facilidad las ideas de los grupos conspiracionistas y antisistema, y son grupos susceptibles de ser tentados por la extrema derecha no partidaria. Las iglesias y las instituciones religiosas son pensadas como obsoletas y portadoras de restricciones a las libertades individuales. El “Ni Estado ni Dios ni Iglesia” parece haber sido tomado por jóvenes del polo derecho del arco político.

La lejanía de las instituciones no es un fenómeno propio de las instituciones religiosas: sucede con las políticas, educativas, sociales. La desconfianza crece: los ciudadanos se distancian de las iglesias, las escuelas, los sindicatos y los partidos políticos. Allí donde el lazo social se vuelve débil y se diluye, crecen la sospecha, el enojo y la ira. La secularización en América Latina está presente, convive con creencias religiosas y espirituales, y también con procesos de alejamiento y desconfianza de las instituciones no solo religiosas sino también sociales y políticas. Tal vez este sea el mayor desafío para la convivencia democrática en las sociedades latinoamericanas.

Verónica Giménez Béliveau es investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina, coordinadora del programa Sociedad, Cultura y Religión del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL) y profesora de Sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Notas al pie

1. Pew Research Forum, “Religion in Latin America. Widespread Change in a Historically Catholic Region”, www.pewresearch.org/religion/2014/11/13/religion-in-latin-america.
2. Según los datos de la segunda encuesta nacional sobre creencias y actitudes religiosas, del Programa Sociedad, Cultura y Religión, CEIL-CONICET, 2019, publicados en Juan Cruz Esquivel, María Eugenia Funes, Sol Prieto, “Ateos, agnósticos y creyentes sin religión. Análisis cuantitativo de los sin filiación religiosa en la Argentina”, Sociedad y Religión, Vol. 30, N.º 55 (2020).
3. Fortunato Mallimaci, Atlas de las creencias religiosas en Argentina, Biblos, Buenos Aires, 2013.

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