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Algunas preguntas sobre el robo del Códice Calixtino

¿Cuánto dinero ingresa la Iglesia Católica por el cepillo de la Catedral de Santiago de Compostela (cuyas sucesivas obras de restauración hemos pagado entre todos)? ¿Tanto como para que un electricista pueda robar cientos de miles de euros –en sus casas han aparecido 1,8 millones de euros y 300.000 dólares en efectivo– sin que nadie se dé cuenta de que falta? ¿Esos ingresos se declaran? Si el deán sabía del robo, ¿por qué no lo denunció? ¿Podrá recuperar la Iglesia ese dinero supuestamente robado si no justifica que lo había declarado ante Hacienda? ¿Estamos ante un caso similar al de la monja pintora?

¿Qué hace un tesoro bibliográfico de las características del Códice Calixtino en una catedral sin protección alguna ni contra los robos ni contra su deterioro? ¿No estaría mucho mejor conservado en algún museo o en la Biblioteca Nacional? ¿Es normal que el arzobispo, el presidente del Gobierno y el deán manoseen el códice sin los preceptivos guantes con los que hay que acercarse a un manuscrito del siglo XII? ¿Y que el Dean asegurase que había escrito una marca en la última página del libro (más tarde rectificó y dijo que no eran marcas sino marcapáginas)?

¿Qué hace el presidente del Gobierno apuntándose a la foto de la recuperación del Códice? Si no hubiese aparecido, ¿habría ido a Santiago a sacarse esa misma imagen y reconocer que la Policía no lo había encontrado? ¿No tiene nada mejor que hacer el presidente del Gobierno ahora que ha terminado la Eurocopa?

Y la última pregunta: alguno de los que hablan del Códice Calixtino –como Nuñez Feijóo, que ve en él “la misma fuente del europeismo“–, ¿se lo han leído?

Lo que dice el Códice Calixtino de vascos, navarros, castellanos y gallegos

…Uno de los peregrinos es un francés, Aimerico de Picaud, que llega a Santiago de Compostela en el año 1143 y escribe la primera guía del Camino, recopilada en el Códice Calixtino, un manuscrito donde también se recogen todas las leyendas ya resumidas sobre el hallazgo de la tumba y otros milagros y que hoy se conserva en Compostela. Picaud, en su viaje, no deja muy bien parados a los cristianos hispanos de la época, unos pueblos incultos y atrasados bajo los ojos de este religioso francés. Los navarros y vascos “torpemente visten y torpemente comen y beben”. “Si los vieres comer, los considerarías perros o cerdos. Si los oyeres hablar, te acordarías de los perros que ladran, pues tienen una lengua de todo punto bárbara”. “Navarro o vasco matan, si pueden, por una moneda a un galo”. Los castellanos tampoco quedan mejor parados, aunque Picaud los denomina ya en el siglo XII como españoles, en contraposición con los vascos y navarros: “Pasado Montes de Oca, a saber, hacia Burgos, siguen las tierras de los españoles, esto es, Castilla y Campos; esta tierra está llena de riquezas, con oro y plata, feliz, con tejidos y yeguas fortísimas, fértil en pan, vino, carne, pescados, leche y miel; sin embargo, está desolada de árboles y llena de hombres malos y viciosos”. Picaud sólo salva a los gallegos: “Las gentes gallegas concuerdan mejor que las demás gentes españolas con las nuestras francesas, por las costumbres cultas; pero se las tiene por iracundas y litigosas en gran manera”.

Picaud, es evidente, no quedó muy satisfecho del viaje, tampoco de la gastronomía local: “Si en alguna parte de España y Galicia comiereis el pez que el vulgo llama barbo, o el que los de Poitou llaman alosa, y los italianos clipia, o anguila, o tenca, sin duda moriréis próximamente, o enfermaréis. (…) Todos los pescados y las carnes vacunas de toda España y de Galicia comunican extrañas enfermedades”. También se queja Picaud de los cobradores de portazgos, que se aprovechan para timar al peregrino: “Salen al camino a los peregrinos con dos o tres dardos para cobrar por la fuerza los injustos tributos, y si alguno de los transeúntes no quiere dar las monedas a petición de ellos, los hieren con los dardos, y con esto les quitan el censo, afrentándolos, y hasta las calzas los registran”.

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