Iglesia del barrio de Wedding (Berlín), transformada los viernes en una mezquita para la oración de fieles musulmanes. ALFREDO CÁLIZ
Otro islam es posible y está surgiendo en Alemania. En este país con cinco millones de musulmanes comienza a tomar cuerpo una corriente religiosa más abierta, liberal, de corte europeo, sin ataduras rigoristas. Y que pretende dar nuevas respuestas frente al fanatismo y la pérdida de identidad.
Los hombres desenrollan sin prisas la moqueta verde que cubrirá por un rato el suelo del templo. Es viernes al mediodía y esta iglesia de barrio, al oeste de Berlín, se convertirá en mezquita en cuestión de minutos. La gran cruz del altar queda tapada y los que llegan se van quitando los zapatos y se sientan en el suelo a rezar. Hay quienes vienen con el mono de trabajo puesto, otros en chándal. Una chica se tumba en la alfombra, a descansar. Hay mujeres con velo y otras sin el pañuelo. Idriss al Jai, el imam que oficia hoy, les habla de la renovación del islam. “Vivimos en Alemania y debemos renovar nuestra religión”, les dice en alemán desde el púlpito portátil. “Aquí necesitamos un islam distinto del de Arabia Saudí. El islam no es una piedra. Los musulmanes no podemos pensar en el pasado, hay que mirar al futuro. No estamos en la era de Mahoma”.
Es una de las llamadas mezquitas nómadas de Alemania, en las que rezan los que ya no se sienten representados por las comunidades tradicionales y buscan nuevos caminos dentro de su religión. Esta la ha fundado un antiguo salafista arrepentido y puede que, como las mezquitas más liberales, no sean experiencias mayoritarias, pero sí sintomáticas de la pelea que se libra aquí por la identidad de un islam que hasta ahora monopolizaban las instituciones más conservadoras.
La pelea de las nuevas generaciones se libra a diario en los comedores de muchas de las casas de los cerca de cinco millones de musulmanes que viven en Alemania. Pero también, de la mano de teólogos, activistas, feministas, youtubers y poetas que dan fe de la diversidad del islam alemán. Son la nueva hornada, mejor formada y más asertiva que la de los que llegaron a Europa sin hablar el idioma y sin conocer la cultura. Unos, los que más ruido hacen, abrazan las corrientes más extremistas. Otros pelean por construir un islam más abierto y acorde con sus vidas y sobre todo liberado de los tentáculos de los Gobiernos de los países de origen y de su financiación. Es un fenómeno lento e inasible, que puede que no manche grandes titulares, pero que resulta evidente en las calles de las grandes metrópolis alemanas.
Si hay una voz que resuena con especial fuerza en Alemania y que representa como pocas esa lucha contra la corriente tradicionalista, esa es la de Lamya Kaddor. Hoy participa en una conferencia sobre antisemitismo en una zona de moda de Berlín, en un local pegado al estudio del artista chino Ai Weiwei. Cuando termina su intervención, hay cola para felicitarla. Kaddor sonríe mucho, pero su vitalidad encierra un drama. Durante un receso explica su trayectoria. Hace nueve años decidió montar la Asociación de Musulmanes Liberales de Alemania (LIB, por sus siglas en alemán). “Tratamos de ofrecer respuestas contemporáneas, de hacer una aproximación más racional, en lugar de simplemente leer el Corán”. Esta profesora de Ciencias Islámicas defiende “un entendimiento distinto del islam y el Corán en temas como el de la mujer o el matrimonio entre musulmanes y no musulmanes”. En su organización hay mujeres imames y matrimonios mixtos, y tienen las puertas abiertas al colectivo LGTB. Cuentan con unos 200 miembros y siguen creciendo a contracorriente. “Para algunos somos demasiado islámicos y para otros demasiado poco”, se resigna. Después de fundar LIB, le llovieron las críticas desde dentro, acusándola de dividir a los musulmanes, y pronto le llegaron las amenazas de muerte. Decidió abandonar sus clases de educación islámica en la escuela secundaria porque pensó que no podía arriesgar la seguridad de sus alumnos.
Con Kaddor trabaja Rabeya Müller, una imán liberal que tiene una comunidad también en el anexo de una iglesia protestante en Colonia y que asegura haber casado ya a 250 parejas. “Era importante poner en práctica nuestra visión del islam, demostrar que no es solo teoría. Tenemos muchos miembros LGTB y hay que defenderlos. Se puede ser homosexual y musulmán”. Müller lo tiene claro: “Asistimos a una respuesta al dominio del islam conservador durante décadas”, y ahora, “los jóvenes piden otras respuestas”. Müller, que se tapa la cabeza con un turbante, habla en los márgenes de la Islamkonferenz, el foro anual de interlocución entre el Estado alemán y la comunidad islámica, que en su última edición abrió por primera vez la puerta a Kaddor y a otras voces liberales. El inicio del fin del monopolio de las organizaciones conservadoras tiene que ver no solo con la emergencia de los liberales, sino también con el deterioro de las relaciones políticas entre Berlín y Ankara y el deseo de Berlín de debilitar los lazos con un Gobierno turco de menguantes credenciales democráticas.
La Islamkonferenz sirve para tomar la temperatura a la comunidad musulmana en el país. Allí, los jóvenes musulmanes liberales atacaron más a los representantes del islam conservador que al anfitrión, Horst Seehofer, el archiconservador ministro de Interior alemán católico, el mismo que pronunció la célebre frase “el islam no pertenece a Alemania” y que incluyó cerdo en el menú de la Islamkonferenz. En aquel salón bullicioso en el que se celebró la conferencia, cristalizó por unas horas la intensidad y la vitalidad de la batalla interna por la identidad del islam en Alemania.
Puede que la Islamkonferenz sea la versión más estridente del cambio, pero en la calle la impresión cotidiana deja poco lugar a duda de que algo se mueve dentro de la comunidad y también en la Red, donde los jóvenes se buscan, se encuentran y canalizan su mar de dudas hacia lugares como el buzón de los Datteltäter, algo así como “la banda del dátil”. Esta pandilla risueña son los influencers musulmanes de moda, que desde un piso del oeste de Berlín disparan un vídeo de YouTube cada semana cargado de “sátira musulmana”. Su cuartel general de operaciones es una vivienda en Wedding, un barrio de Berlín multicultural. El núcleo duro del grupo lo componen cinco jóvenes que desbordan creatividad y que, como de costumbre, hoy tontean y dan saltos en el estudio. Aquí graban los vídeos que compra la televisión pública alemana y que acumulan 4,5 millones de visitas al mes. Cada viernes, a las tres de la tarde, cuelgan un nuevo vídeo, esperado con impaciencia entre los jóvenes.
Al Amayra, que trabaja también en un proyecto de desradicalización con antiguos miembros del Estado Islámico, explica que Datteltäter “es una plataforma para reflexionar. Para nosotros, el Estado Islámico o los salafistas es un no rotundo, pero a partir de ahí, cada uno tiene que reflexionar. En las mezquitas, sin embargo, tienen más dificultad para aceptar otras opiniones. Yo no voy a la mezquita porque no estoy satisfecho con ninguna de ellas. Además, no hablan mi lengua ni de mis problemas”, explica antes de que arranque una nueva sesión de gansadas y risotadas.
Es un proyecto ilusionante, pero el día a día, confiesa Adlah, es duro. “Si nada cambia en un par de años, me iré. Hasta hace unos años, sentía que Alemania era mi país. Trabajé mucho en proyectos contra el racismo, pero la sociedad alemana nos ha abandonado. La gente tiene miedo a la extrema derecha. En mi grupo, cinco chicas ya han sido víctimas de ataques racistas. A mí mismo me han amenazado de muerte por decir que predico el islam como algo bueno”.
Dar Assalam es un gran templo sirio-palestino y también berlinés al que se acercan unas 1.500 personas los viernes a rezar. Es una mezquita conservadora, en la que, sin embargo, el discurso de su imam, Mohamed Taha Sabri, denota que el cambio permea más allá de las vanguardias. “El islam al final es un texto y hay gente que interpreta ese texto y lo encaja en la realidad. Necesariamente tiene que ser distinto en Europa que en otros sitios porque le influye la realidad social”, dice Sabri, quien constata que ese cambio también procede del mundo árabe. “Las conciencias se han despertado, incluso si la oposición está en el exilio”, dice el imán de esta mezquita, que estuvo bajo vigilancia por sus presuntos vínculos con los Hermanos Musulmanes.
La transformación del islam también tiene una importante vertiente académica en Alemania, donde seis universidades ofrecen Teología Islámica. La idea no es formar imanes, sino más bien profesores de primaria y secundaria de Ética o Religión. La Universidad de Erlangen es uno de esos centros donde imparte Mohammed Nekroumi. “La relación del islam con Europa no es nueva, que se discute en Francia, en Bélgica, en Países Bajos… Lo que pasa es que en Alemania se ha desarrollado de forma científica. Es el proceso más ambicioso de toda Europa”, explica. Nekroumi lo tiene claro: “La segunda y la tercera generación necesitan una teología europea”.
Junto a la formación académica y los cambios institucionales, la única certeza para muchos analistas es que son los jóvenes los que tienen la llave de la redefinición del islam en Alemania. Lo explica Sineb el Masrar, una editora “musulmana feminista”, “estamos en el inicio de la yihad de género en Alemania”. “Yo veo que cada vez hay más gente que quiere un cambio, pero todavía tienen miedo”.
El Masrar habla de su vida y de su barrio en un restaurante de Berlín, donde sirven pesados platos tradicionales alemanes. Unos metros más allá, informa, está la conocida mezquita de As-Sahaba, la que frecuentaba el terrorista que atentó contra un mercado de Navidad en Berlín. Semanas después del encuentro con El Masrar, una aparatosa operación policial desmantelaba una supuesta trama de financiación yihadista en la mezquita. Y evidenciaba una vez más que la pelea a contracorriente en nombre del islam no va a ser fácil.