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Alcances y límites de la laicización de la política en Haití, 1804-2005

En Haití, en el mes de julio de 2005, el Ministerio de Cultura y Comunicación (Mcc por sus siglas en francés) publicaba en su boletín Reflexiones para el Futuro, un número especial en torno a la «laicidad de la República». Sin embargo, antes de la publicación del Mcc esta cuestión ya había sido debatida en el espacio público. En el prestigioso periódico Le Matin, bajo la pluma de la socióloga Sabine Manigar, apareció un editorial sobre el tema en el cual la socióloga haitiana planteaba que Haití, a partir de la promulgación de la Constitución del 29 de marzo de 1987, es una República laica. De igual modo, el sacerdote y profesor universitario haitiano, Louis-Gabriel Blot, refutó el artículo de Manigat, afirmando que, desde la firma del concordato del 28 de marzo de 1860 hasta la fecha, Haití es una República concordataria.

Creo que es importante profundizar estos planteamientos y discutir el nivel de compatibilidad o de incompatibilidad de la laicidad con los principios del concordato. Para decirlo en otros términos, hasta dónde los principios del concordato están de acuerdo con la separación de Estado e Iglesia, uno de los elementos fundamentales de la laicidad.

Me propongo estudiar la laicización de la política haitiana desde una perspectiva de larga duración. Por lo que me pregunto: ¿qué tipo de cohabitación ha habido entre las distintas religiones y cultos en el país entre 1804 y 2005?, ¿qué tanto ha pesado la religiosidad popular en la manera de hacer política en el país?, ¿cuál fue el nivel de legitimación entre lo político y lo religioso?, ¿hasta dónde ha existido una separación de esferas de la política y la religión en el país?, ¿históricamente, cómo se ha comportado el Estado haitiano al respecto?, ¿hasta dónde el Estado haitiano ha actuado como una potencia pública apta para promover el bien común? (recordando a Henri Pena-Ruiz); ¿la actuación del Estado ha permitido la eclosión del pluralismo religioso en el país?, y finalmente, ¿cuál ha sido el grado de laicización de la política en Haití?

Como se trata de un estudio de larga duración, adoptaré, desde una perspectiva histórico-social, una lógica secuencial. Esto me permitirá estudiar no sólo los procesos, sino más bien la manera en que el presente se relaciona con el pasado, sabiendo que «el presente crea un antes y un después, así como la existencia de un ahora».

Trataré de explicar el problema a partir de cuatro grandes momentos históricos: 1804-1806; 1806-1860; 1860-1970 y 1970-2005. Esta periodización es parte de una estrategia metodológica que facilita el análisis del tema, pero con esto no quiero decir que voy a leer la realidad de manera evolucionista, ya que para mí la historia no se limita a datos, fechas y cronologías, y la realidad sociohistórica se desarrolla en forma dinámica con cambios secuenciales.

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CONSIDERACIONES FINALES. LA LAICIDAD, UN HORIZONTE INALCANZABLE
Laicidad y política son dos campos sumamente complejos. Tratar de estudiarlos de manera vinculada es todavía más complejo, sobre todo cuando se trata de Haití, país con una historia política basada en la exclusión del otro. En este escrito, destaqué la laicidad como un complejo proceso, cuyo entendimiento requiere creación de un espacio político de mediación y de intermediación entre las esferas pública y privada.

Sobre la laicización de la política en Haití, traté de demostrar que la laicidad no es un proceso irreversible, ni lineal, sino que se desarrolló a de manera espiral. En cada momento histórico, la manera de hacer política en el país, para bien o para mal, ha influido sobre el proceso. De este modo, la laicidad es un horizonte inalcanzable. En el caso haitiano, si consideramos el último periodo (1970-2005), se puede sostener que ha habido muchos avances en términos de laicización de la política. La Constitución de 1987, desde el ámbito jurídico-legal, al definir las grandes orientaciones de la vida política, social y cultural del Estado-nación, ha ayudado mucho a una mejor laicización de la política. En este mismo contexto, los grupos religiosos «católicos», desde las asociaciones de la sociedad civil, han ampliado públicamente sus intervenciones en favor de la separación del Estado y la Iglesia, ya que esos grupos fueron considerados organizaciones de la sociedad civil y no sólo instituciones de salvación. Por ejemplo, desde 1989, grupos religiosos fueron incorporados en la composición del Consejo Electoral Provisional. Luego, en el contexto de la crisis política postelectoral de mayo de 2000, la Iniciativa de la Sociedad Civil, organización cívica conformada por el sector protestante, fue uno de los principales protagonistas en la mediación de dicha crisis.

Sin embargo, en Haití aún falta mucho por hacer para alcanzar un mayor grado de laicización de la política. Todavía hay una falta de autonomía de la política debido a que el catolicismo sigue siendo privilegiado sobre las demás religiones y cultos religiosos. Las relaciones Estado e Iglesia católica han complicado y dificultado los avances del proceso de laicidad. Paradójicamente, hasta la fecha, Haití sigue siendo un Estado concordatario. Se observa, por ejemplo, la presencia de estatuas católicas en muchas instituciones públicas que siguen funcionando con ritos netamente católicos. Además, los obispos siguen siendo tratados como oficiales, y los bienes de la Iglesia católica disfrutan de franquicias arancelarias. Todos estos privilegios entran en contradicción con las estipulaciones de la Carta Magna de 1987.

Si bien es cierto que la idea de la laicidad está incorporada en la Constitución de 1987, Haití todavía requiere una secularización o laicización en el nivel de las instituciones. En este país, el proceso de laicidad necesita, para su’desarrollo, una real neutralidad del Estado en materia de libertad religiosa y que no haya una religión específica que legitime el poder político. Para ello, se debe luchar para que el catolicismo, el vuduismo, así como los cultos reformistas sean tratados de manera igualitaria en el universo sociorreligioso del país.

Por las características culturales del haitiano, la laicización de la política es un imperativo. Una mayor laicización ayudará a un mejor procesamiento de los conflictos, facilitará la cohabitación respetuosa de las distintas religiones como el vudú, el catolicismo y el protestantismo, y, por supuesto, garantizará una mejor sociabilidad entre los francmasones, bautistas, católicos, testigos de Jehová, pentecostales y los adeptos a los demás cultos reformados y de los nuevos movimientos religiosos. De igual manera, permitirá un mejor disfrute de los derechos humanos, así como de los derechos de la ciudadanía en igualdad de condiciones.

De igual manera, me esforcé por demostrar que la laicidad se construye en el espacio-tiempo y no es un proceso irreversible. El Estado nación y las organizaciones de la sociedad civil son actores clave en la construcción de ese proceso. En el caso haitiano, ha habido algunos avances en la laicización de la política; la Constitución del 29 de marzo de 1987 es un ejemplo, ya que enfatiza la libertad de cultos y de religiones, y obliga el Estado haitiano a crear las condiciones propicias para un trato igualitario de las religiones, al evitar la tiranía de la mayoría sobre la minoría, y viceversa. Esta Constitución establece la diferencia entre la ley civil y las normas religiosas, tal como lo estipula la ley de separación Estado-Iglesia del año de 1905 de Francia.

Sin embargo, una constitución es una herramienta teórica que define el marco legal del funcionamiento de las instituciones y de la sociedad en su conjunto. Ahora bien, partiendo de la premisa de que el Estado no es la única instancia que participa en el desarrollo de la laicidad, creo que los actores localizados en los espacios de la sociedad civil deben organizarse y movilizarse, a modo de lograr efectivamente la aplicación de las cláusulas constitucionales. Asimismo, es muy importante que los intelectuales, los académicos, las instituciones y los centros de investigación tanto en el interior como en el exterior del país sigan participando, desde sus propias esferas, en la gestación de ideas en torno a la laicización en Haití. La realización de coloquios, de manifestaciones culturales, en este sentido, es de crucial importancia para alentar el proceso de laicización política en el país, ya que estas actividades ayudan a un mejor entendimiento de las religiones en la sociedad haitiana.

Respecto a la relación entre «laicidad e ideologías políticas», sostuve que la manera de hacer la política obviamente influye en la laicización. No cabe la menor duda de que los regímenes democráticos son más propensos al crecimiento de la laicidad y que los regímenes totalitarios, al buscar controlar tanto la vida privada como la pública de los individuos, no son los más adecuados para la creación de un clima favorable a la laicización de la sociedad. Sin embargo, subrayé que la laicidad no es exclusiva de un régimen político determinado: puede funcionar tanto en los regímenes democráticos, liberales o republicanos como puede existir en las monarquías autoritarias.

El Estado, en tanto «creador de identidades colectivas», puede desempeñar un eminente rol en la laicización. En esta investigación, me esforcé por documentar que el comportamiento histórico del Estado haitiano ha contribuido al retroceso de la laicización en vez de favorecer su desarrollo y su emancipación. Por ejemplo, el Estado haitiano ha favorecido y ha ayudado a la marginación, a los abusos y a las persecuciones de los adeptos del vudú en el país. El Estado no ha mantenido una actitud de neutralidad vis-it-vis los cultos y las religiones. Los agentes estatales no fueron capaces de crear los canales institucionales adecuados para regular e institucionalizar los conflictos entre los diversos cultos y religiones. El poder público se ha revelado bastante débil en cuanto a su capacidad de asegurar la cohesión social en el país.

En síntesis, el caso haitiano confirma la hipótesis de que la laicidad es un proceso de largo tiempo que contiene avances y retrocesos; que no se concreta una vez definida y que es una conquista que puede requerir mucho tiempo, dependiendo de cada sociedad. De esta forma, es más sensato hablar de grados o de niveles de laicización. Por consiguiente, no hay una laicización completa y definitivamente acabada.

El caso haitiano permite sostener que la laicización no es un atributo exclusivo de los regímenes democráticos liberales, sino que puede construirse en otros modelos de regímenes políticos como los monárquicos autoritarios. La experiencia haitiana ayuda a entender que los alcances y los límites de la laicización de la política, en gran medida, dependen de los avances y de los retrocesos en los procesos de construcción de los Estados de derecho.

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Jean Fddy Saint Paul

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