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Alberto Kornblihtt: «La ciencia existe para romper ideas previas»

El prestigioso biólogo tituló a su libro: «No, no está bien. Está mal».

No, no está bien. Está mal. La respuesta de Alberto Kornblihtt a la senadora Silvia Elías de Pérez que marcó el debate sobre el aborto en 2018, que se volvió meme y remera, y también bandera de la lucha de las mujeres, es ahora el redondo título del libro que acaba de editar Sudamericana. Una pasión argentina por la ciencia (y por el arte y la política), es la bajada de ese título, y también resulta acertada: anuncia que lo que sigue es un relato de índole muy personal, pero que se abre a lo colectivo. El prestigioso biólogo molecular vuelve a sorprender, y esta vez no es con un paper ni una exposición. Publicó un libro en el que enhebra fragmentos de su vida, sus convicciones políticas, lo que entiende por ciencia y por biología, aquello en lo que cree, aquellos a quienes admira, aquello que disfruta, el cine, la literatura. Y resulta que de lo que termina hablando, es de un país. También, claro, de una vida marcada por esa potencia que también destaca el título, la de la pasión. 

Sorpresas, hay varias a lo largo de libro. Una la adelanta Pablo Esteban en el prólogo en el que traza un perfil entrañable, desde una cercana admiración: «Kornblihtt tiene un archivo de Excel en el que atesora con una prolijidad desmesurada todas y cada una de las películas que vio en su vida«, se sorprende el periodista de este diario, quien colaboró también en la edición del libro. Más adelante los lectores ponderarán que ese archivo debe ser gordo, pues el hombre de ciencia es un cinéfilo irredento capaz de relacionar más de un suceso del país y del mundo con alguna escena puntual recordada. La del cine es apenas una de las listas que lleva en su vida (de libros también hay), y tiene unas 2200 entradas, detalla Kornblihtt más adelante; también ha armado una sublista con 900 que son las que más le gustaron. Y algo más: se desafía a dar entre uno y tres datos de cada una sin recurrir a esos apuntes que comenzaron en un cuaderno y se transformaron luego en una base de datos.     

«Se debe a una combinación entre obsesividad y sensibilidad. ¡Un coctel explosivo!«, define entre risas él, en diálogo con Página/12. Lo cierto es que el dato simpático es apenas una de las facetas que descubre este libro. Hay otras hechas de un amor evidente a su rol docente, que también enuncia desde esta combinación: sacó la cuenta de que por su cátedra de Introducción a la Biología Molecular y Celular, de la que es titular en la UBA desde 1985, pasaron 12.000 alumnos. «Aunque no todos terminan la carrera», aclara. Leyendo los capítulos que refieren a los profesores que admiró (hay uno dedicado a su profesora de Biología de cuarto año del Nacional Buenos Aires, Rosa Guaglianone), y los que hablan de sus propias clases, es fácil corroborar las anécdotas de alumnos ya adultos que se acercan a agradecerle en la cola de un cine.    

Y está también, claro, la valorización de la ciencia. Mucho más concretamente, del sentido crítico que implica su ejercicio: «Las cosas no son como se ven a simple vista«, cuenta que les dice a sus alumnos. Parecido a lo que dijo para iniciar aquella audiencia pública en el Senado, el 17 de julio de 2018: «Tal vez las cosas que voy a decir a muchos no les gusten, pero un poco la ciencia tiene que ver con eso, con la ruptura de ideas previas«. Le siguió una conferencia magistral de 17 minutos, enfocada en explicar por qué la idea de «vida humana» no es un concepto biológico, sino una absatracción que resulta de convenciones que sí fueron creadas por los humanos. Se reproduce completa en el libro, igual que la historieta de la ilustradora feminista Ro Ferrer que registra el histórico intento frustrado de chicana de la senadora. 

«No es necesario ser universitario, científico ni profesional para ser legislador o autoridad política. Lo que sí se pretende es que se tenga honestidad y pensamiento crítico».

¿Qué le provoca el recuerdo, hoy, de esa frase y ese intercambio con la senadora?

–La primera intervención, en Cámara de Diputados, fue absolutamente amable, la gente opinaba cosas distintas pero no había agresividad. Mientras que en Senadores había un grupo de tres o cuatro muy agresivos con los que exponían a favor de la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Los acusaban de querer hacer negocios, de que les interesaría usar el material de los fetos para sus investigaciones o para vender células. Estuve cinco horas escuchando agresiones descabelladas como la que José Mayans le dedicó a la experta en derecho de familia Nelly Minyersky: ella dijo que el feto no tiene ni DNI ni domicilio para ser una persona. Y Mayans le respondió: sí, el DNI es su ADN y el domicilio es el útero de la madre. Ese tipo de sinsentidos ya me habían precalentado y, cuando me tocó hablar, ya estaba muy alerta a que pudiera haber algún tipo de agresión velada. El intercambio con Elías de Pérez me salió naturalmente. Salí conforme de lo que había hecho como un acto cívico, usando mis conocimientos científicos, pero jamás imaginé que iba a tener la repercusión que tuvo. ¡Ni por spuesto el meme! 

–Ni que iba a ser remera…

–Eso fue porque, en la época en que íbamos a hacer planteos contra los recortes macristas a la ciencia con el grupo Ciencia y Técnica Argentina (CyTA), una vez hubo una manifestación muy grande en el Congreso. Cuando salgo, veo a un colega que había sido exalumno mío, con el cartel con el meme. Me reí mucho. Me pidió que lo sostuviera y él me sacaba una foto, esa foto también se hizo viral.

–No es por quitarle mérito a su intervención, pero esa escena pareció hablar más de la senadora que de usted: fue brutal la imagen que contraponía a alguien que hablaba sabiendo con alguien que no. ¿Qué reflexión le merece esa falta de conocimiento de una parte de la clase política argentina?

–No es necesario ser universitario, científico ni profesional para ser representante del pueblo en las cámaras, o autoridad política. Lo que sí se pretende es que se tenga honestidad y pensamiento crítico. Cuando se ven intervenciones donde no trascienden esos valores, uno se siente mal como ciudadano. El macrismo con la boutade de Rozitcher y Marcos Peña, vinieron a decir que el pensamiento crítico le hizo mucho daño a nuestro país y que había que reemplazarlo por el entusiasmo. Son valores y un lenguaje que trató de imponer el macrismo, y en parte lo logró, porque hay un sector de la población que, en su vehemencia contra cualquier proceso popular o de transformación de la sociedad hacia algo más equitativo, atacan desde una irracionalidad absoluta.

–Hoy parece un viento mundial de la derecha…

–Las derechas han empezado a adoptar los métodos de expresión que eran tradicionales de las izquierdas. En nuestro país, con la 125, los sectores terratenientes del campo cortaban rutas, luego con la cuarentena hicieron manifestaciones callejeras, mientras los sectores progresistas nos limitábamos para salir a la calle. Ahora con el tema de la negativa del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a cumplir con el DNU, se han adueñado también de la rebeldía. Lo que era una bandera de los sectores desposeídos, pasa a ser de los que quieren guardarse privilegios. Me da la pauta que la derecha se está apropiando de esas metodologías, un poco a los sectores populares nos deja sin reacción.

«Esa sonrisa del que pasa de no comprender a comprender, es el premio mayor que puede tener un docente».

Las fascinación de la enseñanza

–¿Qué fue lo que más disfrutó de su rol de docente?

–Nuestra materia tiene una ventaja: Si bien repetimos contenidos bastante recientes, por su especificidad, estamos muy atentos a contarles a los alumnos cosas que salen publicadas el mismo año en que están cursando. Poder mostrar algo que rompe un dogma previo, es parte de la fascinación de la enseñanza. Otro placer ocurre cuando uno explica algo, y algunos no lo entienden. Lo vuelve a explicar con otras palabras, y los que pasan a entender esbozan una sonrisa que es única. Esa sonrisa del que pasa de no comprender a comprender, es el premio mayor que puede tener un docente.

–¿Lograrla es también lo más difícil?

–Hay dos tipos de docentes que son queridos por los alumnos: Aquellos que se acercan como si fueran amigotes, les dan una palmadita en la espalda y hablan de sus problemas, los docentes demagógicos. Y aquellos que se acercan desde un respeto intelectual hacia el alumno. El punto de partida es entender que los alumnos tienen capacidad de comprender cualquier cosa si se les explica adecuadamente, y que los profesores no tienen respuesta a todas sus preguntas. Que tienen que saber decir no sé. Hay frases hechas en mi bestiario de profesor que los alumnos repiten: Una es esto no lo sé y no sé si se sabe. Otra: esto no lo sé, y sé que se sabe, pero yo no lo sé. Son dos situaciones epistemológicas distintas. Y las dos forman parte de la docencia.

–Si el profe sabe todo, todo, ¿hay que desconfiar?

–Si rascás un poquito, salta (risas).

–Las y los docentes no han sido muy bien tratados en la Argentina.

–Ni por los salarios, ni por la calificación social que recibimos. Y aun así hay tantos profesores que son luces en todo el país, muchos traían a sus alumnos desde ciudades chicas a conocer el instituto, yo charlo con ellos y veo que tienen una gran polenta. Siempre digo que hay que apuntar a los institutos de formación docente, ahí tiene que haber una inyección de cambio, progresista. La educación secundaria suele ser una pérdida de tiempo para los alumnos, debería estar más enfocada en entusiasmarlos, porque en esa edad son esponjas, traen todas las antenas paradas. Hay que transmitirles la pasión por el conocimiento, y no solo el científico. Mostrarles que con pasión se puede obtener placer. Pero no pretendo dar cátedra ahora sobre eso, cuando la pandemia lo vuelve todo más precario.

«Hubo muchas oportunidades en estos últimos dos años en que deberíamos haber salido a la calle, a apoyar o pedirle más a nuestro gobierno».

El visitante furtivo

Los relatos de Kornhblitt pueden dar pie a una reflexión sobre lo difícil que ha sido siempre hacer ciencia en la Argentina, aun en los momentos en que el país apostaba a su desarrollo. Pero también de lo que el biólogo marca como un plus diferencial, «la calidad de nuestros jóvenes graduados universitarios», consecuencia de un sistema de educación público, laico y gratuito. «Eso hace que nuestro país, pese a las dificultades, tenga una tradición científica muy destacable», destaca. Junto a una decisión ética que ha compartido con muchas y muchos investigadores: «Ser cabeza de ratón y no cola de león«, en relación a la decisión de no ser «furgón de cola» de proyectos liderados por los países centrales. 

Los últimos capítulos del libro son textos publicados en medios como Página/12. Dos contraponen escenas en la Ciudad Universitaria de la UBA: una, el expresidente Macri llegando a visitar las obras del nuevo pabellón Edificio Cero + Infinito, construido por la gestión anterior, un día feriado, sin alumnos, profesores ni autoridades. Fue una visita furtiva que difundió en un video como si se tratase de un recorrido por un logro propio. El otro, el acto de 2019 en el que más de 8.700 científicos le entregaron a Alberto Fernández su documento de apoyo a la entonces flamante coalición del Frente de Todos, el compromiso del candidato a revertir «el vergonzoso acto de Lino Barañao, quien había firmado el decreto de degradación de la cartera de Ciencia y Técnica a secretaría de Estado», en medio de un estado de entusiasmo generalizado que Kornblihtt describe como de «esperanza colectiva».  

–¿Extraña ese entusiasmo, más allá de la pandemia?

–Lamentablemente la pandemia nos impide vernos a quienes pensamos similar y queremos una argentina distinta, porque somos los que más nos cuidamos y cuidamos a los otros. Es cierto que estamos como castrados de poder manifestarnos en la Plaza de Mayo. Hubo muchas oportunidades en estos últimos dos años en que deberíamos haber salido a la calle, a apoyar o pedirle más a nuestro gobierno. No lo hemos podido hacer.

«Para mí el ideal comunista, al igual que la ciencia, no es la meta sino el camino. Lo que me sostuvo toda la vida es caminar por una cierta vereda».

–Como hombre de ciencia, ¿qué le provoca ver que frente a una pandemia una parte de la población decide no cuidarse, dice que el virus no existe, que las vacunas hacen daño?

–Tristeza. Veo un comportamiento ahistórico, que niega lo que pasó antes. Yo no creo que la ciencia sea el único tipo de conocimiento válido, pero tampoco se puede negar lo que ha aportado a la humanidad. Tiene que ver con la filosofía del New Age: toda afirmación es válida mientras haya un grupo que la sostiene. Es un relativismo cognitivo en el que todo vale, todo da igual, todo es relato, de los científicos, de los historiadores. Lo asocio también con la inyección de las fake news y del Lawfare. Todas palabras en inglés que forman un corpus donde se puede avanzar con argumentos que no están sostenidos por la evidencia ni por el razonamiento lógico, pero que se dan como válidos.

Imagen: Sandra Cartasso.

–¿Qué devoluciones recibió de su libro?

–Por suerte ha gustado, porque yo pensaba que siendo tan personal, y desnudando tanto algunas memorias de mi vida, podía no resultar atractivo o generar rechazo. Por ejemplo cuando digo que soy un comunista visceral, citando a Saramago. Eso es algo que a alguien puede no gustarle…

–Capaz que a esta altura ya se habían dado cuenta. A mí me pareció más fuerte imaginarlo haciendo pis en la pileta del lavamanos de la Casa Argentina de París… 

— (Risas) Pero lo otro también es íntimo… Quise dejar claro que para mí el ideal comunista, al igual que la ciencia, no es la meta sino el camino. Lo que me sostuvo toda la vida es caminar por una cierta vereda. Y ese caminar forma parte de una historia, familiar, del país, del mundo. De la cual no me quiero bajar.

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