He leído, con detenimiento e interés, la última columna de Esperanza Aguirre en la que, felicitando a todos la Navidad , lo cual es muy de agradecer, critica duramente, sin embargo, a los laicos y defiende a ultranza el cristianismo y el confesionalismo, además del adoctrinamiento religioso en la escuela. Ella habla literalmente de “el interés de los políticos de izquierda en erradicar el estudio de la religión cristiana en las aulas”, lo cual no es del todo cierto. Porque el estudio es lo contrario del adoctrinamiento. Y aprender sobre la religión cristiana implicaría estudiar la historia del cristianismo, justamente lo contrario de lo que sucede en las escuelas españolas, donde los alumnos, repito, no estudian la religión desde un punto de vista histórico y científico, sino son adoctrinados en su ideología y en sus dogmas.
Dicho esto, y con el mayor de los respetos, ese mismo respeto que me inspira cualquier posicionamiento o creencia personal, creo que hay algunos puntos que aclarar un poco porque, desde mi punto de vista, algunas de las reflexiones de Aguirre son histórica y racionalmente erradas. Asegura que la fiesta de la Navidad es la más universal y que se celebra en todo el mundo conmemorando el nacimiento de Jesús. Lo que se celebra en todo el mundo, y siempre se ha celebrado, no desde el nacimiento del cristianismo, sino desde los mismos inicios de la civilización, es el cambio de ciclo natural coincidente con el cambio de estación, y se ha hecho en nombre del nacimiento de diversos dioses, o mitos a lo largo de la historia. Enumerarlos todos es extenso e innecesario.
Sólo por poner algunos ejemplos con que ilustrar mi argumento, los Incas celebraban el renacimiento de Inti o el dios Sol, los escandinavos celebraban en estos días el nacimiento de Frey, dios nórdico del Sol y la fertilidad; los romanos celebraban en diciembre la llamada Saturnalia, en honor a Saturno y al Solsticio de invierno; y exactamente el 25 de este mes celebraban la fiesta del “Natalis Solis Invicti”, que asociaban al nacimiento del dios Apolo. Y admitamos que la cultura greco-romana sí es la verdadera cuna cultural de todo Occidente, y no el cristianismo, como alegan sus adeptos.
O sea, contra la opinión de Aguirre, la Navidad no es una fiesta de origen cristiano, ni de lejos, sino una conmemoración que todas las culturas de todo el planeta y de todos los tiempos han celebrado en honor al nacimiento de la luz del sol y al cambio cíclico de la naturaleza que culminará con la fertilidad de la primavera. Y cada una de ellas lo ha hecho a su modo y manera, y erigiendo cada una a su dios correspondiente como símbolo teísta de la grandeza y la transformación de los grandes ciclos anuales de la natura. Por tanto, la navidad cristiana no es una fiesta universal, y su origen no es religioso, sino pagano.
Califica Aguirre de “laicos fundamentalistas” a los que han criticado que el presidente del Congreso de los Diputados haya felicitado oficialmente la navidad con un símbolo cristiano. Habría que hacer entender a la expresidenta del Gobierno de la Comunidad de Madrid que los laicos respetan todas las creencias que no induzcan a la intolerancia; y a lo que aspiran es a que ninguna creencia se infiltre en las Instituciones del Estado, porque el Estado está obligado, en toda democracia, a defender el pluralismo y la diversidad ideológica que es la gran riqueza de todo sistema democrático. A nivel privado los políticos pueden rezar el rosario, los maitines y el miserere, si se les antoja, pero a nivel público no pueden ni deben ostentar su confesionalismo en detrimento de la libertad de pensamiento y de creencias. Eso sólo ocurre en las tiranías y en las dictaduras. No hay más que recordar el franquismo.
El confesionalismo del Estado es teocracia, es decir, pensamiento único. Sería quizás conveniente que Aguirre, mujer a la que considero despierta, astuta e inteligente, retomara la lectura de libros sobre historia de las religiones y sobre historia del cristianismo; y no estaría nada mal que volviera a echar un vistazo, aunque fuera muy somero, a la Carta Magna de los Derechos Humanos y leyera algo sobre los terribles estragos que durante muchos siglos llevó a cabo la Santa Inquisición. Probablemente cambiaría el tono de sus argumentaciones. Porque, como decía Don Miguel de Unamuno, ser de derechas (él lo llamaba fascismo) se cura leyendo.
Coral Bravo es Doctora en Filología