La política moralista del presidente de México ha encontrado eco en donde no debería haberlo hecho. Entre los dichos del presidente, sus promesas de campaña y las decisiones tomadas para moralizar la vida pública, la cuarta transformación impondrá una nueva etapa, un nuevo modus vivendi en materia de relaciones Estado-Iglesias. Algunas iglesias -entre ellas la Católica y ahora las agrupadas en la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas-Evangélicas– parecen estar convencidas en trabajar con base en la antiquísima práctica denominada “trueque”. Mientras el presidente escucha la demanda de abrir las concesiones de radio y televisión a las iglesias, las iglesias se comprometen a “repartir” la Cartilla Moral con sus feligreses en más de 10 mil templos. La condición pactada apela al “ganar-ganar” pero en detrimento de las leyes existentes.
Claro, al presidente poco parece importarle el marco normativo. Si le estorba, lo ignora y violenta; si lo necesita pero no le sirve del todo como está, lo cambia. Por su parte, los evangélicos seguramente consideran la cartilla moral un documento tan importante como sus propios principios religiosos. Eso de que “… la Cartilla enseña el amor al prójimo, a la familia, a la patria y a la naturaleza, que son las mismas enseñanzas de la Biblia.”, justifica interferir áreas que corresponden al Estado, porque en este momento es el Estado quien promueve la moralización de la vida pública (cosa que tampoco es correcta). Luego entonces, habría que preguntarles a las iglesias y a su portavoz, Arturo Farela, quién ha hecho mal su trabajo: ¿el Estado o las iglesias? Si ha sido el Estado, entonces por qué hacer la tarea que a él le corresponde; si han sido las iglesias de la Confraternidad, entonces –en términos teológicos- sus principios y enseñanzas no sirvieron. Si las enseñanzas teológicas de los evangélicos que encabeza Farela no sirvieron, entonces asegurar que colaborarían con las políticas de combate a las adicciones, violenta el principio histórico de separación Estado-Iglesias, y nos advierte de un fracaso anticipado en esta materia.
La declaración más preocupante de Farela –pastor cercano a AMLO según la nota de la Revista Proceso- es la crónica de la muerte anunciada para el Estado laico en México: “Las Iglesias evangélicas estamos dispuestas a colaborar en la cuarta transformación, que intenta ser también espiritual de la sociedad. Lo mismo contribuiremos a elaborar la Constitución Moral, basada en la Cartilla Moral de Alfonso Reyes. Hace mucha falta atender el alma y el espíritu de los mexicanos…”.
Hasta donde sabía, precisamente atender el alma y el espíritu es competencia absoluta de las iglesias. Y atender la vida pública, la legislación, lo material, pues, es tarea del Estado. Pero en el México surrealista en el que vivimos, todo parece estar de cabeza. Y con el Congreso de la Unión con mayoría de Morena, ya vimos de lo que son capaz de hacer.