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Aborto y religión

En un pueblo de Estados Unidos, un médico que practicaba abortos fue asesinado de un tiro en la cabeza mientras asistía a los servicios religiosos en su parroquia. George Tiller dirigía una clínica en la que se atendía a mujeres que desearan abortar en las etapas finales del embarazo. Sufrió durante treinta años una serie ininterrumpida de amenazas, ataques a su clínica y presiones.

El párroco que dirigía los servicios religiosos en el momento del asesinato le conocía y trataba desde hace muchos años. Manifestó al respecto: “Había sufrido mucho. Estaba entregado a la misión de aliviar los problemas de salud de las mujeres. Hizo de esto la prioridad de su vida, aunque conocía el peligro”.

¿Imagina el lector este comentario en boca del secretario general de la Conferencia Episcopal, que ha amenazado con la excomunión a quienes no obedezcan los criterios eclesiásticos sobre la legislación para la interrupción del embarazo?

El párroco antes citado añadió: “Trató a muchas mujeres que habían deseado tener un niño pero que tuvieron que sufrir la agonía de descubrir que su feto tenía espantosas deformaciones. La imagen que difunden los que se oponen al aborto es siempre la de un bebé bello, pero esto no es lo que él observaba. Lo que hizo, lo hizo por amor”.

Tras 22 semanas de gestación, una de las pacientes del doctor asesinado y su pareja fueron informados de que el feto tenía un exceso de líquido en el cerebro. Se les dijo que nacería sin funciones cerebrales y carecería de vida consciente: “Tuvimos que tomar una difícil decisión, pues ésa no era la vida que deseábamos para nuestro hijo”, declaró la madre. Ningún doctor de la zona en la que vivían aceptó hacerse cargo del asunto, pues se habían superado las 20 semanas consideradas suficientes para que un feto sea viable”. Se les remitió a la clínica de Tiller en Wichita.

“Pudimos ver a nuestro pequeño, ya muerto, tocarle y acariciarle, y despedirnos de él. Fue la peor experiencia de toda nuestra vida, pero allí nos la hicieron mucho más soportable”. El proceso duró cuatro días y los padres tuvieron que aguantar amenazas de los antiabortistas concentrados ante la clínica: “Mi marido quiso una vez explicarles lo que ocurría. No pudo. Sólo con bajar el cristal de la ventanilla del coche arriesgábamos nuestras vidas”.

¿Alguna vez han considerado este punto de vista esos prelados célibes juzgan lo que ignoran? Porque simplificar el problema y reducir a dos bandos la cuestión es el grave error que cometen muchos de quienes tratan este asunto. ¿A favor o en contra del aborto? ¿Es que no hay otras opciones? A esto contribuyen los medios de comunicación, con su incapacidad para iluminar aspectos intermedios entre el blanco y el negro.

¿Por qué algunas mujeres esperan demasiado tiempo antes de adoptar la decisión de abortar? Las causas pueden ser muy complejas: desde ignorancia o error médico al valorar los peligros de la gestación, hasta la voluntad de tener o no un hijo mediante el cual restablecer una relación matrimonial deteriorada. Ni la Conferencia Episcopal ni los medios de prensa que se hacen eco de la cuestión entran en territorio tan delicado.

En todo lo anterior no se hace mención expresa de la separación entre religión y política en un país aconfesional, como es España, ni a la ingerencia que supone la presión de un órgano de la jerarquía eclesiástica sobre los legisladores democráticamente elegidos, para forzar su voto. Por supuesto, tampoco se insiste en el derecho básico de toda mujer a decidir libremente sobre su vida, sin amenazas ni presiones físicas o morales.

Treinta años soportó el doctor Tiller la hostilidad de un sector fanático de sus convecinos. ¿Es tan difícil concebir la existencia de otros fanáticos, esta vez españoles, que animados por la condena expresa de la Iglesia quieran tomarse la justicia por su mano? No sería la primera vez que clérigos españoles respaldan asesinatos siempre que la víctima sea un “malo”: en el pasado, un rojo; ahora, un excomulgado por practicar el aborto. Una vez más ¿tendrá la Iglesia que arrepentirse de sus errores cuando ya sea tarde para subsanarlos?

 Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva.

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