Me ha costado ponerme a escribir sobre la reforma de la ley del aborto que está impulsando el ministro progre del PP Alberto Ruiz Gallardón. Ya sé que al cabronazo del lector medio le importa un carajo si a uno le cuesta poco o mucho escribir sobre determinados temas, pero este pobre paleto respeta tanto ciertas cosas que incluso se preocupa por el derecho a la vida de los niños iraquís o afganos o africanos, y eso ralentiza la prosa, desafina las ideas y pone en cuestión hasta las verdades más universales, que son las que te salen cuando escribes sincero.
El ministro progre el PP ha venido a decir que va a restringir el derecho al aborto porque “la vida no es una concesión graciosa”, como por ejemplo pueda ser graciosa la concesión de un Ministerio de Justicia a un meapilas hipócrita. No menos verdadero es que el de la vida sea un “derecho inalienable que no se ve reducido por razón de discapacidad”, argumento que tampoco se aplica a la hora de conceder a determinados discapacitados éticos la condición de titulares de dicho Ministerio de Justicia.
El ministro progre del PP es un listo. Cuando campaban a sus anchas los neofascismos de José María Aznar y de Esperanza Aguirre, Gallardón intuía que ser verso suelto podría ofrecerle titulares modernuquis con los que desmarcarse y publicitar su cartel presidenciable. Ahora que en la Europa rescatada emerge el neofascismo, que es lo que siempre sucede en los pueblos y países rescatados por la banca y la oligarquía neofascistas, Gallardón busca los votos antidemocráticos de Rouco Varela, Juan Carlos, Letizia, la nobleza, las grandes fortunas y los de siempre. Bajo la señal de la santa cruz (gamada) se matan niños en África a base de prohibir el condón y se matan mujeres en España impidiéndoles abortar incluso cuando su vida y la del niño corren peligro.
Un gobierno que ha arrebatado las ayudas a los discapacitados y a los impedidos, va a obligar a las mujeres a convertir a sus parejas en viudos de los que dependa un ser humano discapacitado o impedido. Perfecto, señor lector. Estoy siendo demagogo. Pero coja usted a ese niño, aliméntelo y dele una vida digna solo con sus mil euros mensuales. Yo no sé si un feto sin brazos ni piernas desea nacer. Solo sé que, si se quiere proteger esa vida, hay que aportar los medios necesarios para hacerla digna. Y este gobierno del PP ha castrado este derecho primero no aplicando, y luego derogando de facto, la ley de dependencia. ¿Cómo puede vivir un ser humano sin brazos ni piernas ni ayuda gubernamental? Pues estupendamente. Siempre y cuando haya nacido rico.
Meapilas del mundo, gobernantes infames, fascistas intransigentes, os hago un llamamiento. Vale. Prohibamos el condón: pero dediquemos todas nuestras riquezas papales, peperas, gurtelianas, barcenistas y gubernamentales a investigar la vacuna contra el sida. ¿Nunca se os había ocurrido?
Franquistas de cejas espesas, amigos de Monserrat Corulla, oficiantes en casorios de princesas abortistas y neocatólicas: deroguemos la ley del aborto, pero protejamos a los viudos de esa muerte y a los niños imposibles de todo ese dolor que van a sufrir el resto de sus vidas con el dinero que os lleváis todos los días robando legalmente. De la libertad de la mujer, ni hablamos. Las palabras libertad y mujer solo las entendéis juntas si las pronunciamos en la cocina o en la cama de alquiler. Y no quiero perder más tiempo con vosotros y vosotras.
Yo amo la vida a muerte, pero no acepto la muerte en vida a la que estos fascistas quieren someter a las mujeres con hijos discapacitados, a los viudos con niños sin brazos ni piernas, a los niños sin piernas ni brazos ni ojos ni dientes ni sueños. A los pobres, en resumen, que siempre somos los que tenemos que estar echando carne constante a la hoguera de vuestra codicia, de vuestra absurda religión de partos virginales copulados por un palomo, de vuestros niños violados a mayor gloria de dios.
¿Parezco cabreado?
Sí, lo estoy.
Ya dije desde el principio que nunca hubiera querido hablar de esto.
Y ojalá un día poco futuro todos esos niños malformados, esas madres muertas y esos padres viudos puedan vivir en paz y libertad sin que exista siquiera el pensamiento (ya no digo el derecho) de abortar. Pero sois vosotros los que estáis abortando el derecho a la vida de estos niños, hombres y mujeres. ¿Cuánto dinero destina este gobierno a los enfermos, a los malformados, a los heridos de nacimiento, a los partos difíciles? Nada. Palabras. Nada. Estupideces. Nada. Mojigatería. Nada. O, quizás, algún que otro amén en el five o´clock tea de las cinco. O sea, nada. El aborto no es un derecho, es una desgracia. Acostumbrados como estáis a legislar nuestra desgracia, dejadnos al menos en paz con nuestros dolores más íntimos. No sé si lo he dejado lo suficientemente claro.
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