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Salvador Illa, acompañado de Pere Aragonès, en su acto de toma de posesión como President de la Generalitat.

¿A qué viene invocar el “humanismo cristiano” para la toma de posesión de un cargo? · por Pedro López López

La invocación del humanismo cristiano en la toma de posesión del Presidente de la Generalitat de Catalunya, Salvador Illa, ha provocado muchos comentarios en los medios de comunicación y en las redes sociales. Comentarios críticos justificados al ser proferida la expresión por un socialista no precisamente de base, sino un auténtico peso pesado, y cuyo ideario a la hora de pronunciar un discurso debería estar enmarcado en las líneas generales que su partido proclama en los programas electorales, si es que estos tienen algún valor una vez pasa la cita electoral.

Uno de los pilares tanto del socialismo como de la izquierda en general es la laicidad del Estado, un principio democrático que persigue la libertad de conciencia de los ciudadanos, lo que requiere la separación entre la Iglesia y el Estado, así como entre la práctica religiosa, propia del individuo creyente, y la práctica democrática, propia del ciudadano y del responsable político. Mezclar el ámbito religioso con el democrático no parece una buena idea. En los programas electorales del PSOE suele aparecer la laicidad como uno de sus principios o de sus objetivos; así podemos verlo en los programas electorales para las elecciones generales de 2011, 2016, 2019 y 2023, entre otras, en el programa marco de las municipales de 2015 o en el programa para las europeas de 2019.

Aunque existan militantes y cargos que son católicos –fundamentalmente, la existencia de otras religiones es muy minoritaria-, los hay que son agnósticos, ateos o de otras religiones. Cuando un militante llega a un cargo público debe dejar sus convicciones personales en la esfera de su privacidad y dirigirse a la ciudadanía de manera que nadie se sienta excluido; no en vano la laicidad es un principio de concordia.

A lo largo de su discurso, Salvador Illa expresó su deseo de que todos se sientan representados, su propósito de gobernar para todos, su voluntad de facilitar la convivencia. ¿Qué necesidad había, entonces, de referirse, al humanismo cristiano? Simplemente invocando el humanismo no habría dejado a nadie fuera, pues el humanismo tiene una vocación universal y sus raíces están en el Renacimiento, cuando se reclama el papel central del ser humano y se dejan de lado las concepciones teológicas medievales, cuando se reclama que la filosofía se centre en lo humano y no en lo divino, cuando se reclama el uso de la razón por encima de la fe. Esta perspectiva nos incluye a todos y todas, no hace distingos entre creyentes de unas u otras fes, o entre creyentes y no creyentes. Por eso el laicismo, el movimiento hacia la laicidad del Estado, exige que los cargos públicos, que representan a los ciudadanos a cualquier nivel (estatal, autonómico, local), dejen sus convicciones particulares en materia de creencias para sus actos privados.

Un alcalde, una diputada, un ministro, etc., pueden ir a misa o a ceremonias religiosas (bodas, bautizos, funerales) dentro del ámbito privado, pero no deben representar a los ciudadanos en actos religiosos. El cargo público representa a la universalidad de los ciudadanos que caen en su territorio (vecinos en un distrito o en un ayuntamiento, ciudadanos en otro nivel). Igualmente, en el nivel institucional, los actos públicos de ayuntamientos, ministerios, presidencia del gobierno, etc., ante homenajes, funerales y otros, no deben tener representación de cargos ni iconografía religiosa.

Cosa distinta es invocar la ideología socialista, o socialdemócrata más exactamente, puesto que el President ha accedido al cargo dentro de un partido que se reclama socialista (otra cosa es la práctica, desde luego). Por supuesto, el socialismo no deja a priori fuera a nadie, puesto que reclama unos derechos y una justicia social para todas las personas, no solo para las socialistas. Igual que los adjetivos añadidos al concepto de democracia nos ponen en alerta (recordemos el invento de Franco con la “democracia orgánica”), los añadidos al concepto de humanismo solo pueden recortarlo. Un cargo público debe invocar al dirigirse a los ciudadanos valores universales, como los derechos humanos, la democracia o la libertad de conciencia –objetivo fundamental de la lucha por la laicidad-, y hacer que todos y todas se sientan incluidos cuando pronuncia unas palabras públicas. Y no debe olvidar que la institución que representa está legitimada por la soberanía popular, no por ningún elemento religioso. Ni la democracia ni la educación son plenas si no son laicas.


Pedro López López. Grupo de Pensamiento Laico.

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