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A propósito del Día de la Educación Pública

Hace pocos días se celebró el Día de la Educación Pública, destinado a revalorizar la enseñanza pública y la educación como factor de movilidad social. En la víspera de la jornada tuvo lugar una presentación por parte de las más altas autoridades de la educación. Si bien se admitió que hay muchas críticas, por cierto bienvenidas, primó la satisfacción con la actual realidad educativa: "Constantemente estamos mostrando lo que hacemos, a pesar de que algunos actores dicen que no se ven los resultados". En opinión de algún jerarca de primera línea, la educación pública es una "maravilla".

Además del habitual reclamo por mayores salarios, se formularon propuestas para reforzar el acceso a la enseñanza media y universitaria, diversificar la oferta educativa, procurar formas nuevas para motivar a las personas que han abandonado, explorar espacios de aprendizaje y, entre otra ideas compartibles, se reclamó innovación educativa. El mismo clima de autocomplacencia fue la tónica de la celebración que culminó el día siguiente, con una fiesta en la explanada municipal.

La semana anterior, un editorial de LA REPUBLICA titulado "Ponerse la enseñanza al hombro", transmitía una visión por cierto muy diferente. Hecha la salvedad de que entiendo que el término "progresista" (utilizado como adjetivo) no es monopolio de ningún partido político, ¿quiénes fueron más progresistas en nuestra educación pública que José Pedro Varela y Germán Rama?, concuerdo en términos generales con los conceptos del editorial en el sentido de que "está faltando un nuevo pujo revolucionario en materia de contenidos y eficiencia" y que hoy no se da un gran debate educativo como en la época de Varela en la década del 40, y a nivel de la Universidad, en los 50. (Permítaseme una digresión: Cuando se aprobó la Ley Orgánica de la Universidad ­1958­, nadie imaginó que fuera una ley para siempre; ya en aquel momento se daba por sentado que desde el propio seno de la Universidad se plantearían a la sociedad y al Parlamento las iniciativas que permitieran adaptar la ley al devenir de los tiempos. Lamentablemente, no fue el caso, pero esto ya es harina de otro costal).

Continuando con el editorial, el mismo exige a las autoridades, al cuerpo educativo y a la sociedad, superar la chatura cultural y educativa que se ha vivido en los últimos años, y concluye con la exhortación de que el Estado debe ponerse al hombro "el logro" de un fuerte consenso educativo, con un fuerte contenido progresista.

Recientemente, comentando el "festejo" del Día de la Educación Pública, Antonio Pippo escribe que se nos propinó "una paliza de frases huecas…, mejores salarios, por supuesto…, la universalización de la educación…, la actualización técnica y coordinación…, sólo que el tiempo camina rápido, se nos escurre como agua entre los dedos, y las cosas exhiben ahora una fisonomía desordenada, que se aleja tercamente de esos objetivos proclamados en reiteración real".

Luego de otras consideraciones, se pregunta: "Detrás del palabrerío, ¿qué hay? Confieso que no lo sé. Ignoro hacia dónde va la educación". Y Pippo finaliza: "Usted lector, ¿qué dice?".

Digo que es condición previa despojar la educación de toda contaminación ideológica y política que, además de violar el principio de laicidad, bloquea todo intento serio de mejorar la enseñanza pública.

A esta altura no será tarea fácil desandar el camino y volver a los tiempos dorados en que la política nada tenía que ver con la enseñanza. Pero vale la pena el intento. Un camino posible sería comenzar con una revisión de los textos de Primaria y Secundaria: hay textos de historia y geografía ­y probablemente de otras asignaturas­ que invocando un concepto multidisciplinario tienen un sesgo ideológico que suministraría al docente que así se lo propusiera, la base para exponer su propia visión de la sociedad, ¡a niños de 11 o 12 años o a lo más, adolescentes que no pasan de 15! Como para muestra alcanza un botón, utilizo como ejemplo un texto de geografía de sexto año de Primaria, en el que puede verse como aproximación, supongo, a una visión de la geografía planetaria, la intervención militar de Estados Unidos en 2003, y para ilustrar la geografía del Medio Oriente, aparece una foto de jóvenes palestinos apedreando un tanque israelí. Bajo el título "Indicadores y causas del subdesarrollo", se concluye que los culpables son los países ricos, el pago de la deuda externa, etc. A propósito de la globalización, se le propone al escolar, entre otras interrogantes no menos complejas, un "relevamiento de las empresas extranjeras instaladas en Uruguay", y así sucesivamente.

El común denominador es que no somos nosotros los culpables de nuestros problemas, sino otros, los países desarrollados, los ricos, los contaminadores del medio ambiente y así sucesivamente fomentando un concepto subliminal de permanente confrontación que está divorciado de la realidad del mundo global e interdependiente.

La revisión de los textos de Primaria y Secundaria sería un importante paso en dirección a la despolitización de la enseñanza. Al mismo tiempo, reivindicaría los principios constitucionales y legales de laicidad, y formación del carácter moral y cívico de los alumnos, y sería un primer paso hacía la superación de lo que el editorialista de LA REPUBLICA llamó certeramente "Chatura cultural y educativa que se ha vivido en estos últimos años". Entonces, festejaremos el Día de la Educación Pública.

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