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A la modernidad contra Dios

Epicuro, que no era el libertino depravado que pintaba la Iglesia, sino un filósofo que identificaba placer con moderación, nunca con exceso, y cuya vida fue sencilla y ejemplar.

El giro, de Stephen Greenblatt, editado por Crítica, recoge la aventura intelectual y humana de un erudito italiano que, a comienzos del siglo XV, descubrió en un remoto monasterio alemán la copia manuscrita de una obra perdida durante siglos de un poeta y filósofo romano cuyas ideas impregnaron el Renacimiento e influyeron en el azaroso viaje hacia una modernidad ajena al oscurantismo religioso.

Año del hallazgo: 1417. Monasterio: probablemente Fulda. Descubridor: el florentino Poggio Bracciolini, erudito, bibliófilo, calígrafo, político y secretario de varios papas. Obra: De rerum natura (De la naturaleza de las cosas), escrita en hexámetros sin rima en latín. Autor: Lucrecio, discípulo de Epicuro. Época: siglo I antes de Cristo.

Es sorprendente que un ensayo histórico de este tipo consiga en EE UU el Pulitzer y el National Book Award a la mejor obra de no ficción y encabece la lista de ventas en esta categoría de The New York Times. Pero solo a priori, ya que se trata de un ameno y enriquecedor viaje intelectual que ilustra cómo, en los estertores de la Edad Media, se vislumbraba ya la salida de un largo abismo cultural y científico, por el choque de las viejas-nuevas ideas del clasicismo con el retrógrado poder establecido.

Desde aquel lejano 1417, la influencia de De Rerum Natura ha sido notable en artistas como Botticelli y Leonardo da Vinci, literatos como Shakespeare o Voltaire, y políticos como Thomas Jefferson, uno de los padres de la Constitución de EE UU, que introdujo la epicureísta idea de la “búsqueda de la felicidad”. Jeffersontenía al menos cinco ejemplares en latín del poema y varias traducciones al inglés, italiano y francés.

El rastro del pensamiento de Lucrecio y Epicuro es nítido también en Montaigne, que llenó de anotaciones una copia personal en latín e incorporó casi cien citas a sus Ensayos, el mejor manual jamás escrito para disfrutar de una vida plena. La obra de Montaigne estuvo largo tiempo prohibida en Francia, destino azaroso que también sufrió De rerum natura, a la que, por ejemplo, el Sínodo de Florencia tachaba un siglo después de su descubrimiento de “obra lasciva e inmoral que intenta demostrar la mortalidad del alma”. Y es que si algo convierte el poema en subversivo a ojos de la Iglesia es la descripción científica de un mundo en el que no caben ni el origen divino, ni la preeminencia del ser humano, ni la providencia, ni la vida eterna.

Lucrecio no se proclamaba ateo, pero sostenía que los dioses no crearon a los humanos, no se preocupaban por sus acciones, no les castigaban ni premiaban y no apreciaban que les adorasen o les ofrendasen sacrificios. Pasaban de nosotros, nos consideraban insignificantes. Se entiende que la Iglesia se sintiese amenazada por unas ideas que ponían en peligro el entramado de terror y represión con el que dominaba cuerpos y espíritus, y que defendía con instrumentos tan eficaces como la Santa Inquisición.

El lector apresurado puede ir al capítulo 8 de El Giro para ver las claves del pensamiento de Lucrecio (y de Epicuro), cercano a la actual visión científica del mundo:

–         Todo consta de partículas invisibles y eternas, infinitas en número, limitadas en forma y tamaño, moviéndose en un vacío infinito.

–         El universo no tiene creador. Todo surge como consecuencia de un cambio de rumbo que es la fuente del libre albedrío.

–         La naturaleza experimenta sin cesar.

–         El universo no fue creado para los humanos ni alrededor de ellos.

–         Los humanos no son seres únicos.

–         La sociedad humana no comenzó en el paraíso, sino en una lucha primigenia por la supervivencia.

–         El alma muere.

–         No existe el más allá.

–         Tras la muerte no habrá nada: ni placer ni dolor, ni deseo ni miedo.

–         Todas las religiones organizadas son ilusiones supersticiosas e invariablemente crueles.

–         No hay ángeles, ni demonios ni fantasmas.

–         El fin supremo de la vida humana es potenciar el placer y reducir el dolor. El gran obstáculo al placer no es el dolor, sino las ilusiones.

Quedémonos con esta última idea de Epicuro, que no era el libertino depravado que pintaba la Iglesia, sino un filósofo que identificaba placer con moderación, nunca con exceso, y cuya vida fue sencilla y ejemplar.

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