Nos conocimos en la Complutense, una universidad que había padecido la depuración de más de la mitad de aquel profesorado que pensaba.
En el libro de la vida muchos se limitan a poner en sus páginas el sello de su indiferencia; tú, José Luis escribiste líneas de compromiso con la libertad y la justicia.
Nos conocimos en la Complutense, una universidad que había padecido la depuración de más de la mitad de aquel profesorado que pensaba. La nuestra era una facultad de bella factura racionalista, pero por el contrario elevaba la irracionalidad a la categoría de excelencia académica.
Eran las últimas décadas de un largo silencio de hierro que convertía en irrespirable aquella atmósfera universitaria: la de unos profesores que tenían que obedecer los dictados del poder.
En este contexto hicimos nuestra aquella frase del Quijote: “¡Qué desdichada nación donde las desgracias se reputan glorias y se ocupa el tiempo en indagar necedades!”
Y nos metimos de lleno en el movimiento estudiantil. Un movimiento que nos maduró y nos despojó de la superstición y nos llevó a asumir que el conocimiento para ser verdadero, tenía que basarse en la razón y la experimentación.
Pero sobre todo fueron años de compromiso. Hicimos una apuesta por la libertad, por acabar con una dictadura, y por crear un modelo social que persiguiera el fin de la explotación del hombre por el hombre y la hermandad entre los hombres y los pueblos.
Fueron los años de la creación de Comisiones de Estudiantes, reuniones en el palomar de la facultad, manifestaciones semanales exigiendo libertad, de las movilizaciones contra la guerra de Vietnam. Y también con muchas ansias de saber y conocer.
Y llegó la represión: las detenciones, los expedientes, dormir en casa de tus padres, porque nos buscaba la policía.
Y años después como trabajadores de la Enseñanza vino la fundación de SUATEA y la lucha por la escuela pública, por una escuela para todos: basada en los principios de laicidad, gestión democrática, conocimiento científico, integradora y compensadora de desigualdades, que hiciera suyo el lema: “ser instruidos para ser libres”.
Fueron años en que también apostamos por la solidaridad con los pobres de la tierra impulsando en Asturias la Plataforma por el 0,7, algo que logramos a base de encierros y huelgas de hambre. Después fuiste a la inspección, pensando que era posible mejorar la escuela pública desde los despachos. Y comprobaste con amargura lo alargada que es la sombra del poder.
Esto es lo que mejor recuerdo de nuestros primeros años en que pudimos ver como nuestro pensamiento subversivo confrontaba con el desorden que perpetúan los tiranos del mercado.
Fueron años en que pensábamos que íbamos a poder con todo y que íbamos a cambiar el mundo, vaga ilusión, porque el rodillo del poder se empeña en destruir nuestros anhelos. Una inmensa máquina que intenta borrar la historia para que otros la escriban; que pretende convertir a la población en indiferente ante las injusticias y el dolor humano, para transformarla únicamente en objeto de uso y de consumo.
Pero seguimos adelante y nuestra mochila, eso no hay quien nos lo quite, está cargada de dignidad y ansias de justicia. Y sobre todo porque somos capaces de indignarnos cuando la codicia oprime y destruye a seres humanos. Podrán decir de nosotros que tenemos nuestras miserias, es verdad, pero nunca que somos unos miserables. José Luis, gracias por todo; nos dejas vida y trayectoria; ha sido un privilegio haberte conocido y haber podido compartir contigo amistad y tanta ansia por alcanzar la libertad de conciencia de la que tanto hablaba tu amigo Gonzalo Puente Ojea.
Y antes de despedirte para siempre, le dijiste a la Parca que esperara unas horas, que tenías que ir a la manifestación pidiendo justicia para el pueblo palestino, y ahí estuviste junto a la Ventolin mientras interpretábamos el Derecho a vivir en paz de Victor Jara y viviendo el dolor de las victimas mientras sonaban los acordes del Cant des ocells de Pau Casals
Hasta siempre.