«Las ceremonias de toma de posesión de los cargos públicos», vino a decir Francisco Delgado, presidente de Europa Laica a propósito de la toma de posesión del nuevo ministro de Justicia Rafael Catalá.
Llueve sobre mojado, pues el nuevo ministro no viene a ser sino “más de lo mismo”. Pero con todo, lo peor es que la de Delgado haya sido la única voz crítica contra la presencia de simbología religiosa católica en las tomas de posesión. ¿Dónde están los movimientos sociales por la laicidad, los partidos –teóricamente– laicos, las otras confesiones religiosas…?
“Prometer el cargo delante de una Biblia o un Corán”, explica Delgado, “es como hacerlo con una camiseta del Real Madrid o del Barça: las creencias religiosas pertenecen al ámbito privado de la persona, en este caso de la persona que ejerce el cargo público, pero no al ámbito público, es decir, no al propio cargo en sí mismo.”
El sacrosanto ámbito privado es el espacio de la diferencia personal, donde cada cual tiene sus propias opiniones, creencias o gustos particulares. “Ahí no debe entrar el Estado ni las leyes”, recuerda Delgado, justo por tratarse de “un ámbito particular y que debe estar protegido de injerencias externas”.
“En ese ámbito se decide si uno cree en un dios, en muchos o en ninguno; es ahí donde la mujer decide, de acuerdo a su conciencia, si quiere continuar o no con un embarazo, por ejemplo. Pero el ámbito público es el espacio común, el de las leyes, en el que nos reconocemos todas y todos como ciudadanas y ciudadanos, y cuya simbología debe ser inclusiva, universal, no puede ser la de una parte de la sociedad, ni de la religiosa ni de la atea”.
La laicidad supone la separación de estos dos ámbitos para garantizar la libertad de conciencia. Una asignatura que sigue pendiente en el Estado “católico” Español.
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