«La Iglesia no sólo reconoce y respeta esta distinción y autonomía, sino que se congratula, considerándola como un gran progreso de la humanidad y como una condición fundamental para su misma libertad y para el cumplimiento de su misión universal de salvación entre todos los pueblos»
«Al mismo tiempo, y precisamente en virtud de la misma misión de salvación, la Iglesia no puede renunciar al deber de purificar la razón mediante la propuesta de la propia doctrina social, argumentada a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano, y de despertar las fuerzas morales y espirituales».
El Santo Padre subrayó que, por su parte, «una sana laicidad del Estado conlleva que las realidades temporales se rijan según sus normas propias, a las que pertenecen también aquellas instancias éticas que tienen su fundamento en la esencia misma del ser humano, y que por tanto, conducen en último análisis al Creador».
«En las circunstancias actuales, cuando se recuerda el valor que tienen para la vida no sólo privada sino también pública algunos principios éticos fundamentales, arraigados en el gran patrimonio cristiano de Europa, y en particular de Italia, no violamos la laicidad del Estado, sino más bien, contribuimos a garantizar y promover la dignidad de la persona y el bien común de la sociedad».
El Papa se despidió de los obispos italianos invitándoles a «ofrecer un claro testimonio de estos valores a todos nuestros hermanos», pues de este modo, «no les imponemos inútiles pesos, sino que les ayudamos a avanzar por el camino de la vida y de la auténtica libertad».