Las autoras analizan la ofensiva neoconservadora contra los derechos reproductivos en el contexto de la crisis.
Insertas en un contexto de crisis en el que la economía se ha convertido, una vez más, en la excusa perfecta para recortar los derechos y libertades de las personas, nadie duda ya de que no se trata de una cuestión de austeridad o gestión eficaz del gasto, sino de ideología. Una ideología que pretende crear marcos políticos y relacionales más rígidos y estereotipados que sustenten el sistema capitalista y patriarcal. Y que, en el caso del aborto, ni siquiera se esfuerza en disfrazar de cuestiones económicas, sino que se escuda en la moral, también siempre útil para estos casos.
Por eso, para entender las razones por las que los poderes tácitos están atacando de esta manera los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, es necesario contextualizarlos en el proceso de ofensiva neoliberal que se está viviendo a nivel mundial y que viene de lejos, si bien en los últimos años hemos vivido en un oasis que ahora empieza a desdibujarse como un espejismo en el desierto.
El movimiento feminista, cuyos planteamientos hacen tambalear las relaciones sociopolíticas tal y como las conocemos, ha convertido el aborto en una de sus señas de identidad, desde los primeros manifiestos de 1975 hasta hoy mismo. En los años 70 las mujeres se encontraban en una situación en la que se negaba su sexualidad, recluidas en la familia nuclear y, por supuesto, sin poder elegir sobre su maternidad.
A pesar de los avances sociales en materia de igualdad, en la actualidad el escenario no dista mucho de aquél, pues la igualdad formal no ha llegado a cristalizarse en igualdad real.
El derecho a decidir sobre nuestras sexualidades, nuestros cuerpos y nuestras vidas se está vulnerando de múltiples formas: no sólo recortan el derecho al aborto, sino que dejan de financiar anticonceptivos por la Seguridad Social; aumentan la edad de consentimiento sexual a los 16 años, en contra de la autonomía de las mujeres más jóvenes; restringen la reproducción asistida a todas aquellas que no mantengan relaciones heterosexuales estables, lo cual refuerza la heteronormatividad y castiga cualquier modelo de familia no tradicional; patologizan la transexualidad; construyen un apartheid sanitario que excluye a personas migrantes y precarias de la atención ginecológica – entre otras– ; aprueban una reforma laboral que discrimina a las mujeres; hacen desaparecer la ley de dependencia y reprivatizan la educación, la sanidad y los servicios sociales en general. Aquí encontramos la piedra angular de los derechos sexuales y reproductivos: el derecho a decidir qué marca la diferencia entre ser consideradas sujetos de derechos o meros seres sin agencia, necesitadas de permanente tutelaje en sus decisiones.
Deuda de cuidados
Nos queda claro que detrás de todo esto está la alianza capitalismo-patriarcado. Las razones que subyacen tras los recortes del derecho a decidir son el control de la natalidad y el control de la reproducción de la vida, en el sentido más amplio de la palabra. Por un lado, quieren controlar qué “tipo” de personas se reproducen, cuándo y en qué condiciones nacen los seres humanos, entendidos como recursos humanos para el sistema capitalista. Por otro, necesitan asegurarse de que el sector de la población encargado de sostener la vida, es decir, las mujeres, sigue cumpliendo esta tarea de manera eficiente, invisible y sin carga económica para el sistema. El capitalismo sólo puede existir a costa de la deuda de cuidados que acumula desde tiempos inmemoriales con las mujeres. Para ello, el patriarcado ha impuesto un concepto de sexualidad falocéntrica, coitocéntrica, monogámica y heterosexual con el fin de asegurar la reproducción y la división sexual del trabajo.
Queda patente pues cuán necesaria es esta alianza. Y cómo, ante la crisis que nosotras vivimos como una pérdida de nuestras condiciones de vida, ellos ven una oportunidad para reforzar un modelo heteropatriarcal capitalista que les permita a unos pocos seguir acumulando riqueza a costa del resto de la humanidad y, por supuesto, del planeta.
Por todo esto denunciamos que la reforma de la ley del aborto supone mucho más que un recorte sobre un derecho, mucho más que un recorte meramente económico y ni siquiera una cuestión moral. Es una decisión política y consciente que trata de impedir que las mujeres controlemos nuestra fertilidad, nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, y es ésa la cuestión que debería ser objeto de debate público y no el embrión, desprovisto, hasta el momento, de derechos por no ser aún sujeto de ellos. Así como la nueva normativa sobre reproducción asistida, que deja claro en quién sí y en quién no está dispuesto el Estado a “invertir” para que tenga la oportunidad de reproducirse.
Denunciamos también la exclusión de las mujeres y otros sujetos con sexualidades no normativas del debate y elaboración de la legislación sobre aborto y otros derechos sexuales y reproductivos, cuando deberían ser lxs principales protagonistas. La negación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres forma parte de un proceso biopolítico de control ajeno de nuestros cuerpos que no sólo determina nuestro derecho al aborto, sino que niega la legitimidad de las formas alternativas de vida, de sexualidad, de relaciones afectivas y de identidad. Un nuevo-viejo modelo de ser mujer que, enfrentado a los estereotipos sobre la masculinidad, nos devuelve a un modelo binarista sustentado en los mandatos de género, la división sexual del trabajo y la heteronormatividad obligatoria.
El 27 y el 28 se han convocado protestas y actividades en ciudades de todo el Estado contra la penalización del aborto. / Álvaro Minguito
Archivos de imagen relacionados