Las polémicas declaraciones del cardenal Javier Lozano Barragán, a pesar de haber sido desmentidas, han dado la vuelta al mundo y desatado las más agrias protestas de actores que reconocen la diversidad y la pluralidad como condiciones de existencia de un mundo culturalmente cada vez más globalizado, por ello la suerte básica de esta multiculturalidad es la tolerancia.
Recordemos las discutidas declaraciones de Lozano al sentenciar que tanto los gays como los transexuales no entran en el reino de los cielos porque todo lo que va contra la naturaleza y la dignidad del cuerpo, ofende a Dios; y no lo digo yo, sino San Pablo
. Enseguida Federico Lombardi, vocero del Vaticano, descalificó al cardenal mexicano. Refirió las bondades con que el nuevo catecismo aborda la condición homosexual e invocó las acciones del Vaticano en el plano internacional tendientes a dignificar los derechos de los homosexuales.
Por su parte, el vaticanista italiano Andrea Tornielli, defensor de oficio del Papa, explicó que la Iglesia hace bien en condenar una cierta ideología homosexual, pero no puede cerrar las puertas del paraíso a los homosexuales y transexuales, porque el juicio, gracias a Dios, espera a Dios, y la teología católica siempre ha enseñado que hasta el final siempre está la posibilidad de arrepentirse de los propios pecados, invocando la misericordia divina
.
Tornielli, fingiendo no conocer el pensamiento de Lozano, remató disculpándolo: no puedo creer que (el cardenal), siendo teólogo, haya hecho esas afirmaciones, que con toda probabilidad son una indebida síntesis de su entrevistador
, el periodista italiano Bruno Volpe, quien publicó la nota en el ortodoxo portal católico www.pontifex.roma.it. Empero, la postura de Lozano Barragán no está del todo lejana del actual pensamiento conservador de Roma en los tópicos de la sexualidad.
Tan sólo hace un año, ahí están los registros, Benedicto XVI criticó crudamente a los homosexuales en su discurso de fin de año, en el cual calificó de grave amenaza para la humanidad la confusión de los sexos, porque es la negación de las leyes de la naturaleza
. Dicha posición recibió fuertes críticas de asociaciones y personalidades homosexuales tanto en Italia como en el resto de Europa. Este severo pronunciamiento ocurrió pocos días después de que el Vaticano rechazó aprobar la propuesta de despenalización universal de la homosexualidad, presentada el 18 de diciembre de 2008 en las Naciones Unidos por 66 países.
Históricamente la Iglesia ha venido condenando no nada más la homosexualidad, sino toda expresión de la sexualidad que no tiene su fundamento y ejercicio en el matrimonio heterosexual, cuyo principio esencial es la procreación. El placer es relegado, se asume con vergüenza y entra en una pantanosa zona oscura.
Así, por ejemplo, la masturbación, las relaciones pre y extramatrimoniales, el sexo entre personas del mismo sexo, el sexo intergeneracional o en grupo, el fetichismo, la prostitución, el voyeurismo, etcétera son considerados perturbaciones, desórdenes morales inadmisibles ética y religiosamente. Lo cual desencadena, según expertos en sicología, comportamientos patológicos en sectores católicos que llevan a vivir culpígenamente la sexualidad.
Por supuesto, las uniones homosexuales son tajantemente repudiadas. Joseph Ratzinger, siendo prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, en un breve documento intitulado Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (3/6/03), de manera tajante pide a los políticos: Desenmascarar el uso instrumental o ideológico que se puede hacer de esa tolerancia; afirmar claramente el carácter inmoral de este tipo de uniones; recordar al Estado la necesidad de contener el fenómeno dentro de límites que no pongan en peligro el tejido de la moralidad pública y, sobre todo, que no expongan a las nuevas generaciones a una concepción errónea de la sexualidad y del matrimonio… A quienes, a partir de esta tolerancia, quieren proceder a la legitimación de derechos específicos para las personas homosexuales conviventes, es necesario recordar que la tolerancia del mal es muy diferente a su aprobación o legalización
.
Los homosexuales son seres cargados de pecados de los que deben arrepentirse; la Iglesia podría aceptarlos siempre y cuando renuncien a ejercer sus preferencias y prácticas sexuales; una especie de homosexualidad casta. Son referidos como enfermos que deben sujetarse a tratamientos de terapeutas y sacerdotes que permitan revertir
el mal.
A raíz de los escándalos de pederastia, la Iglesia expresó su preocupación extrema por la propagación de la imagen del sacerdote homosexual que abusa de menores varones. En 2005, Benedicto XVI firma una instrucción que prohíbe la entrada a los seminarios y la ordenación de personas homosexuales o de aquellos que presenten rasgos o apariencias homosexuales.
Marco Politi, vaticanista y biógrafo de Juan Pablo II, deploró entonces que en la Iglesia católica el sacerdote gay sea visto como un triple traidor: rompe el compromiso sagrado del celibato, traiciona la masculinidad de la institución y atenta contra el ícono de Cristo, representado por el sacerdote.
Si bien los pontífices y el Vaticano se han pronunciado por respetar la dignidad de homosexuales en la práctica, su actitud es contradictoria y excluyente, aun más severa con los miembros de su clero que se atreven a reconocerse en tanto tales.
Lamentablemente, las declaraciones de Javier Lozano Barragán no fueron el accidente de un cardenal senil semirretirado: expresan una postura muy viva en los pasillos vaticanos. Sin embargo, retomando íntegramente la cita de San Pablo en la que fundamentó la exclusión de los homosexuales, ahí mismo también excluye del reino de Dios a borrachos, maldicientes, robadores y mentirosos. Por tanto, quedan fuera del paraíso también los muchísimos diputados, senadores, dirigentes políticos, altos funcionarios, miembros del alto clero y conductores de noticieros.