El 1 de febrero de 2008 Benedicto XVI se despachó a gusto. En un discurso, dirigido a los participantes de la Sesión Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, manifestó que la ciencia actual, en pro de encontrar soluciones a algunas de las enfermedades que asolan el mundo, atenta contra la dignidad de la vida humana dejando embriones congelados como mero material de investigación. Hizo especial hincapié en su discurso a las técnicas de fecundación “in vitro” -que la medicina considera como la ultima oportunidad para muchas de las mujeres que sufren esterilidad- y las condenó sin paliativos ya que éstas provocan “que seres humanos [?] en el estado más débil y más indefenso de su existencia, sean seleccionados, abandonados, asesinados o utilizados como material biológico”.
Hoy, toda la prensa del mundo destaca la noticia de la concesión del premio Nobel de Medicina a Robert Edwards, el científico que en 1968 consiguió, junto al hoy difunto Patrick Steptoe, la fertilización de un óvulo fuera del organismo de la mujer y que sería el primer paso hacia la fecundación “in vitro” que dio lugar en 1978 a la primera niña probeta del mundo, Louise Brown. Desde entonces se estima que ha habido mas de cuatro millones de nacimientos impulsados por esta técnica.
Para ilustrar esta noticia, muchos de los medios de comunicación reproducen una fotografía realmente enternecedora. En ella aparece el laureado científico abrazando por encima de sus hombros a la agradecida madre de esa primera niña y, a la izquierda de ella, la niña ya adulta sonriendo y sosteniendo en sus brazos a su propio hijo. Madre e hijo; dos generaciones que deben su existencia al buen hacer científico del nuevo premio Nobel y que, para su bien o para su mal, son personas libres de pensar, sufrir, gozar, sentir, odiar o amar.
Pero esta imagen no les ha parecido tan conmovedora a muchos de los convencidos por las enseñanzas vaticanas, que han recibido la noticia con crueles comentarios contra el nuevo Nobel y contra los padres que han empleado su innovadora técnica para serlo. Los he podido leer en aquellos periódicos digitales a los que he accedido en las últimas horas. Para muestra cuatro botones sacados de entre los lectores de El Mundo:
1º.- ¡Pues vaya tela! Una oración por aquellos que no sobrevivieron a este método donde mueren más que nacen 2º.- La vida no se elige a la carta 3º.- Serás padre de un hijo vivo y varios muertos. Alguno con tal de ser padre es capaz de lo que sea y 4º.- ¿Cuántos hijos le murieron para tener a su hija? Disfrute de su hija yo rezare por las que murieron y por usted.
Ante tanta fanática irracionalidad, y considerando la trayectoria histórica de la Iglesia Católica con los herejes que no secundaban sus creencias, sólo se me ocurre una interpretación lógica a su desmedida preocupación por la congelación de los embriones -seres humanos, dicen- para su posterior utilización en experimentaciones científicas: ¿Por qué congelarlos, pensará la Iglesia, cuando podrían ser quemados de mayores por creer que no es éticamente reprobable congelarlos? Aunque el pescado se muerda la cola, se me entiende ¿no?
Y ahora, a esperar la venida del Santo Padre a nuestro país el próximo mes de noviembre, recibirlo con los máximos honores civiles -gobierno socialista incluido-, celebrar todas las ceremonias multitudinarias que hagan falta para su mayor gloria y a seguir predicando sus dogmáticas, inverosímiles y disparatadas doctrinas en contra del progreso de la Humanidad. Que así sea. ¡Amén!
Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas