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El Papa no quiso aliarse con Rousseff y que su visita se politizara

El pontífice ha rechazado la propuesta de Rousseff de combatir juntos el hambre aludiendo a que el Vaticano no se alía con gobiernos

La presidenta Dilma Rousseff insistió durante la visita del papa Francisco a su país en crear una alianza con el Vaticano en contra del hambre en el mundo, pero el pontífice, según ha podido saber este periódico, no quiso que su visita con dos millones de jóvenes de todo el mundo se convirtiera en un regalo de imagen para el Gobierno de Brasil. Dilma sabe que a Francisco le conocen como "El Papa de los pobres" y deseaba aprovechar la insistencia de este pontificado en que la Iglesia se acerque más a las necesidades de los más desvalidos para sacar adelante su proyecto. No lo consiguió.

¿Quién mejor que Brasil para presentarse ante el Papa con las credenciales en regla que un Gobierno que ha sacado a 30 millones de la pobreza?, se preguntó Rouseff. Así, Brasil llegó a proponer al Vaticano que el papa convirtiera la visita a Brasil con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en un viaje de Estado. De esa forma, Francisco habría tenido que ir a Brasilia, sede del poder y hacer una visita oficial a la Presidenta Dilma.

El Papa prefirió mantener su visita con carácter “pastoral” sin compromisos políticos. El sueño de Rousseff era haber podido anunciar, al lado del papa Francisco, una alianza entre Brasil y el Vaticano para una especie de cruzada en el mundo contra la pobreza, sobre todo en los países africanos con los que Brasil mantiene especiales relaciones por motivos históricos.

El Vaticano, con la larga experiencia diplomática que lo caracteriza, hizo saber que no acostumbra hacer esas alianzas con gobiernos. Lo confirmó en Río Federico Lombardi, portavoz del Vaticano. Tras reconocer que existen “puntos de sintonía” entre el gobierno de Brasil y el Vaticano en la lucha contra el hambre y la pobreza, Lombardi zanjó la cuestión: “No existe ningún compromiso en ese sentido”.

La diplomacia del gobierno Dilma, sin embargo, no se dio por vencida y a pesar de las calabazas recibidas por el papa Francisco va a insistir en poder presentar al mundo algún tipo de acuerdo entre Brasil y el Vaticano. Para empezar, Brasil va a insistir en presentarse en todos los organismo internacionales, empezando por la ONU, como cercana y si es posible aliada del Vaticano en políticas sociales.

La negativa del Vaticano de presentar una alianza conjunta con el Gobierno de Brasil fue justificada oficialmente con la excusa de que la Santa Sede no hace ese tipo de acuerdos con gobiernos concretos. Sin embargo, en el rechazo por parte del papa a la propuesta de Dilma, que al parecer fue inspirada por el expresidente Lula da Silva, hubo más. El Vaticano posee el servicio de información e inteligencia mejor del mundo, como ya afirmó, Simon Wiesenthal, el famoso cazador de nazis.

Y en este caso de Brasil, el papa Francisco había tenido informaciones de primera mano y personalmente del momento en que vive el país, con una parte de la sociedad saliendo a las calles pidiendo mejoras sociales; el momento de debilidad del gobierno en el que la popularidad de la presidenta Dilma se acababa de desplomar y las polémicas internas dentro del Partido de los Trabajadores (PT), que después de diez años de gobierno y con no pocos éxitos sociales, se encuentra en uno de sus momentos menos gloriosos.

Fuentes tanto del mundo político como eclesial confirmaron a este corresponsal que Francisco, que siempre ha defendido que la Iglesia debe comprometerse en política, pero sólo con la P mayúscula (es decir no en la de los partidos), no quiso que el gran acontecimiento de su encuentro con dos millones de jóvenes de todo el mundo se convirtiera en un regalo de imagen para el gobierno de Brasil.

Francisco, en efecto, que dejó en evidencia que aprecia los esfuerzos que Brasil está haciendo en el campo de las conquistas sociales, se mantuvo toda la semana al margen de cualquier compromiso de tipo político partidario. Ni siquiera encontró unos minutos para estrechar la mano al expresidente Lula da Silva, una de las figuras políticas no sólo más importantes del país sino con gran cartel internacional.

Cuando la presidenta Dilma, en su encuentro a puertas cerradas con Francisco, le preguntó si le agradaría aprovechar su estancia en Brasil para encontrarse con  “alguna personalidad” que él no conociera, la respuesta, esta vez muy jesuítica, del Papa fue: “Sí, me gustaría encontrarme con Dios”.

Dilma ha entendido muy bien que el papa Francisco hizo enloquecer a los brasileños de todas las creencias por dos cosas muy concretas: su acercamiento físico a la gente que el llamó de “teología del encuentro” y su falta de miedo en presentarse lo menos protegido posible en la calle.
Y ayer mismo, la mandataria brasileña, en pleno centro de São Paulo, fuera de protocolo, sorprendió con su decisión de bajarse del coche oficial y pasear por la calle abrazando y besando a las personas. En la prensa se está conociendo este fenómeno como el “contagio franciscano”.

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