Mientras Bashar Al Asad —acompañado por los líderes de Rusia, Irán e Irak— festeja con caviar y vodka la caída en desgracia de su enemigo numero uno, Tayyeb Erdogan, y Barack Obama se tira de los pelos, aturdido por la inesperada crisis política de su estratégico aliado, decenas de miles de ciudadanos en la Plaza de Taksim siguen exigiendo democracia. El 29 de Mayo empezó una nueva etapa en la historia de Turquía.
El violento desalojo de la sentada pacífica de un centenar de ecologistas contra el pelotazo urbanístico gubernamental en un parque de Estambul, ciudad en la que sólo el 2% del espacio es verde, destapa otras caras de un sistema vendido como el ideal para los sufridos habitantes de los países musulmanes.
La remodelación proyectada en Estambul incluye, además del centro comercial, demoler el Centro Cultural Ataturk, reconstruir un cuartel militar, una mezquita (más) y una ópera: la tradicional unión entre el dinero, la religión y lo militar, con un toque de arte.
“Derecho a la ciudad” es el nombre que se da a la lucha de los vecinos contra la privatización y la deshumanización del espacio público.
Taksim es, entre decenas de monumentos religiosos otomanos, un símbolo de la Turquía laica y luchadora, donde fueron asesinados 40 activistas de izquierda el primero de mayo de 1977. Hoy miles de personas, en su mayoría de clase media, y de tendencias laicas (izquierda y derecha), se han unido para protegerla.
Descontento acumulado
En los últimos meses ya se venían apreciando signos de malestar por parte de la población, crítica con algunas políticas de Erdogan como prohibir a los sindicatos la celebración del 1 de mayo en la plaza de Taksim; detener a cientos de kurdos y activistas; negarse a aclarar las circunstancias del atentado misterioso en Reyhanlı, frontera con Siria, donde murieron 45 personas; intentar imponer clases de religión en las escuelas y prohibir el aborto; poner el nombre del Sultan Selim I, apodado El Terrible —por masacrar en el siglo XVI a miles de alavíes (musulmanes no sunitas)— a un puente del Bósforo; limitar el consumo de alcohol a menos de 100 metros de un lugar santo, a costa de la destrucción de miles de puestos de trabajo, y de paso insinuar que Ataturk era un borracho; prohibir el besarse en público o que las azafatas usen pintalabios rojo y faldas cortas, al tiempo que quiere legalizar el uso del velo en las academias.
El valor de la embrujada Estambul
La “destrucción creativa” de Taksim es otro de los oscuros negocios de los megaproyectos urbanísticos del Gobierno que incluyen la construcción del mayor aeropuerto y la mayor mezquita del mundo y un tercer puente sobre el Bósforo. Además el Ejecutivo pretende construir decenas de canales que convertirán la mitad de Estambul en una isla. Los contratos han sido asignados a los amigos (del alma) y familiares del gubernamental Partido Justicia y Desarrollo (AKP), como la empresa Kalyon Group, vinculada al alcalde de la ciudad.
Erdogan está obsesionado con el control de Estambul, corazón económico del país, y de donde proceden 85 de los 550 miembros del parlamento (frente a los 31 de Ankara). Necesita el apoyo de sus diputados (¿o de la alta burguesía especulativa?) para cambiar la Constitución y convertirse en el presidente del país en 2014.
Pulso entre Erdogan y Gül
Las críticas del presidente Abdullah Gül a la violencia policial contra los manifestantes y su afirmación de que la democracia no significa sólo elecciones, es otra manifestación de su tensa relación con el primer ministro Erdogan, ambos con el bigote musulmán y del AKP. Aunque pesca de las aguas revueltas y consolida su imagen amable, los cables de Wikileaks señalan a Gül como un fanático religioso vinculado con la hermandad mafiosa Gülen, liderada por Fethullah Gülen, residente en EEUU. Esta secta secreta, de aire liberal, controla gran parte de los medios de comunicación (diario Zaman, incluido) y posee empresas, bancos y escuelas por todo el mundo.
Erdogan, de 59 años, que aspira a desbancar a Gül y convertirse en el Putin de Turquía, sufre ahora la primera derrota de su imagen dentro y fuera del país. Pensaba arrancar votos de un proceso de paz con los kurdos (Baile de Turquía con el PKK: ¿estrategia o táctica?), y poder cambiar la Constitución para así implantar el sistema presidencial en vez del parlamentario actual.
La prensa turca acusa al primer ministro de malversación de fondos, nepotismo y manipulación de licitaciones: su suegro ha construido plantas de energía en Turkmenistán y ha comprado un banco y una compañía de teléfonía móvil en Albania. Él mismo, dicen, ha vendido acciones de TUPRAS (Refinería turca) de forma ilegal a una empresa israelí por 446 millones dólares.
Según Wikileaks, los americanos creen que Erdogan, que se cree dios, está rodeado de aduladores, ministros incompetentes e ignorantes. Ha amasado una gran fortuna a golpe de comisiones y sobornos recibidos de la privatización de empresas estatales. Incluso un hombre de negocios está costeando los estudios de sus cuatro hijos en Estados Unidos, y se dice que puede tener hasta ocho cuentas en bancos suizos. La vida es así: aquel adolescente que vendía galletas y té en las calles de Estambul y se convirtió en alcalde y también en el “siervo de la shari’a”, ahora se estrella contra el suelo.
La división en el partido puede terminar en la escisión de los gülistas.
La Primavera está por llegar
Los cambios políticos trascendentales suceden cuando “los de abajo no quieren ser gobernados como antes, y los de arriba no puedan gobernar como antes”. Aún no se da esta situación. Aún gran parte de la población confía en Erdogan. Y él tiene recursos aún, además del apoyo de Estados Unidos y los aliados europeos.
Ahora bien, una década de crecimiento económico del 8%, fruto de inversión extranjera, privatización de empresas y servicios públicos y un consumo a base de créditos, ya tocó fondo en 2012. La lira ha perdido un 25% de su valor desde 2010, miles de trabajadores perdieron sus trabajos y regresaron a los pueblos para trabajar en la economía informal. La inexistencia de una industria de alta tecnología impide al país competir con las economías emergentes de los países asiáticos que crecen a un ritmo del 5,5%.
Turquía se ha estancado. Ha acumulado una deuda exterior de 55.000 millones de dólares y está aumentando los impuestos directos e indirectos que pesan sobre los hombros de los trabajadores. Hoy, el 30% los graduados universitarios están sin trabajo, el 25% de los niños no terminen el instituto, las mujeres componen sólo el 20% de la fuerza laboral, y el 16% de la población (cifra oficial) vive por debajo del nivel de la pobreza. Crecen los poblados chabolistas frente a los lujosos complejos residenciales.
Ahora llegan los ajustes y el déficit público se reemplaza por el déficit de democracia. Menos respuesta a la crisis y más islamización y la aplicación de la ley “antiterrorista”.
Bajo la piel religiosa, el verdadero dios ha sido el dinero: se rezó en el mercado de bolsa, guiados por sacerdotes especuladores.
Las calles no tardarán en ser ocupadas por la poderosa clase obrera que es quien tendrá que llevar el peso de la gran estafa, lanzada por una interesante diplomacia (marketing) cultural financiada por los Tigres de Anatolia, empresarios sin escrúpulos capaces de vender “la nada” envuelta en magia.
Sobre el nexo entre Islam y democracia
Una silenciosa revolución liberal-secular tardía recorre otra sociedad musulmana y avanza en el proceso post-religioso, tras las amargas experiencias de los gobiernos islamistas. Sociedades y hombres de Estado que desde el principio del siglo pasado han realizado interpretaciones no ideologizadas de la religión (Nasser, Saddam, Gaddafi, El Sha, Arafat, Assad, etc,), y caminan hacia la secularización. El asalto de los movimientos islamistas en los años 70 (con el apoyo de Estados Unidos al servicio de su guerra contra la URSS), aunque ralentizó esta transición, no ha sido capaz de contenerla: no es posible reproducir el pasado y esperar que funcione si cuentas con el apoyo de sectores de la sociedad que no están preparados para entender la religión con la óptica democrática. ¡Cuán necesaria es una Educación por la Ciudadanía!
Erdogan no tuvo ni la intención de crear una coexistencia pacífica en una sociedad multirreligiosa y multiétnica. La prensa gubernamentales agita el odio hacia los alavíes —comunidad de 15 millones de fieles— y les acusa de herejía y libertinaje sexual. El músico Fazil Say ha sido condenado a prisión por insultar los valores religiosos al citar un verso del poeta iraní Omar Jayyam, que se burla de la descripción religiosa del paraíso. Durante todo su mandato nunca ha dejado de encarcelar a periodistas, activistas laicos, a los kurdos, y ahora arma a los terroristas y fanáticos que batallan contra Siria.
Que el nivel de las libertades políticas y sociales sea más alto que los países vecinos ( a pesar de tener unos 2.500 presos políticos), no salvará a Erdogan. Para su desgracia los pueblos no lanzan sus reivindicaciones mirando a los demás, lo hacen por las expectativas que tienen. Estamos ante un golpe al espejismo del modelo islámico de democracia. ¿Qué diferencia sustancial tiene el modelo turco con el sirio antes de la guerra?
Erdogan ahora se enfrenta a los militares despechados; a partidos laicos —de derecha y de izquierda— que acusan de integrismo al primer ministro por su apoyo a los yihadistas sirios; a la minoría religiosa alaví, que le pide el reconocimiento de sus centros religiosos Yamkhaneh y se queja de que en las escuelas se enseñen sólo el sunismo; a los kurdos y al futuro incierto de las negociaciones de paz; también a los problemas con los países vecinos: Siria, Rusia, Irán e Irak.
Está atrapado: ni podrá aplastar el movimiento del 29-M, ni se atreve a hacer concesiones.
La crisis no ha hecho más que empezar. Entre sus consecuencias inmediatas se puede incluir la fractura social, el daño a la “Marca Turca”, cambios en el escenario de la guerra contra Siria y también en el proceso de paz con la guerrilla kurda.
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