Vivimos como si las libertades conquistadas en los últimos 200 años fueran irreversibles. Vivimos poseídos por la fantasía de que “nacemos libres” porque eso dice la declaración universal de derechos individuales. Nadie nace libre, la libertad se conquista y se defiende. Vivimos ignorando, de espaldas a las amenazas que no dejan de fraguarse milenariamente y concentrarse como torrentes de lava en torno a la balsa de la libertad: Europa, Norteamérica y Canadá. Aún no somos capaces de sentir el aliento, cálido por el sudor de sus entrañas, de los enemigos de las libertades que avanzan desde fuera y desde dentro de nuestra fortaleza derribada.
La Historia ni está determinada ni tiene fin. Es cíclica, pero podría ser dialéctica. Se repite cuando sus agentes del presente han perdido la memoria del pasado. Sus lecciones. Grecia, la democrática tuvo una brillante historia de tan sólo unos escasos 80 años, tal vez menos; Roma, la republicana se desarrolló a lo largo de unos 300 años de debates internos hasta caer derrotada por su propio engendro: el Imperio. El Renacimiento fue una exhalación de pensamiento crítico, laico y secular prestamente contraatacado por la siniestra contrarreforma clerical. Pero sobrevivió en el subconsciente de los iluminados. Ese fue el signo del cambio profundo en el que la Historia metía a sus agentes. La Ilustración nos deslumbró con sus luces durante unos 150 años. Luego el fascismo, el nazismo y las dictaduras clericales y teocráticas se encargaron de encender las hogueras del oscurantismo con las antorchas de la libertad y de la libertad sólo quedaron las cenizas. Como esperanza subconsciente de la Humanidad liberada. Luego la democracia, hace unos 60 años, restableció las luces de la Ilustración.
Total que sólo unos pueden decir que son demócratas desde hace unos 200 años; los franceses desde hace unos 140; los ingleses desde hace unos 120; los alemanes, japoneses e italianos desde hace 60 y los españoles desde hace unos treinta años o poco más. Hemos vivido cientos de siglos bajo el poder de algún dios o de algún sátrapa y nos comportamos como si los cimientos de la democracia fueran sólidos. Es más fuerte el viento de la autoridad que la brisa de la libertad. Nos tambaleamos. Vivimos como náufragos sobre una balsa que creemos ser un transatlántico.
Aún así hablar de democracia cuando las mujeres carecían de derecho al sufragio es cuando menos hablar de una democracia imperfecta por ser exclusivamente machista. Realmente sólo podremos hablar de democracia política desde el momento en el que las mujeres son consideradas ciudadanas de primera categoría porque, al igual que el hombre, tuvo sus mismos derechos. Empezando por el derecho al sufragio y la libertad de conciencia. Y estos derechos no fueron conquistados por las mujeres hasta el siglo XX, con la excepción de dos Estados norteamericanos. De manera que la democracia como comunidad de ciudadanos políticamente libres no llega a tener ni tan si quiera 100 años. Y eso en los países en los que primero alcanzó la mujer el derecho al sufragio y los derechos individuales.
Por otra parte, como en la actualidad la democracia política exige como condición universal necesaria que las mujeres tengan el derecho al sufragio y los mismos derechos individuales que los hombres libres, ni en los países islámicos ni en ninguna teocracia, como el Estado Vaticano, podrá existir nunca jamás un sistema político democrático.
Los enemigos de la libertad avanzan lenta y progresivamente en un estado de permanente conspiración. Insistente e ininterrumpidamente. Son legiones que emergen desde las profundidades oscuras del subdesarrollo tercermundista, religioso, económico, científico, cultural y político y desde aquí, desde la balsa de la libertad, los imbéciles contemplan sus asedios como si fueran desfiles en su honor.
Y los aplauden. Los necios aplauden porque no denuncian; aplauden porque justifican; aplauden porque callan. Aplauden con su silencio que las mujeres sean objetos de usar y tirar para mayor grandeza de sus dioses o de su dios; aplauden que sean obligadas a vestir según la voluntad del dios de turno, del déspota de turno, del sátrapa de turno, cuyas manos besan los estúpidos desde la plataforma de la libertad. Porque se mueve con el petróleo.
Aplauden que las mujeres sean condenadas a parir, desde antes de su propio nacimiento, en los libros sagrados de cualquier dios, del cualquier monstruo, de cualquier sátrapa y condenadas a vivir como esclavas. Porque dicen, justificando su ridícula sumisión, que se sienten felices siendo esclavas. No pueden ser felices porque nunca, desde que fueron condenadas en los libros sagrados, han conocido la felicidad. Se les niega ese derecho por ser privilegio de los déspotas. No pueden elegir en nombre de la libertad porque tampoco fueron nunca libres. Los libros sagrados también niegan la libertad. La sumisión es el estado de perfección. La esclavitud la liberación.
Aplauden los imbéciles de esa izquierda instalada en el Poder amante del Capital; aplauden la opresión de la mujer porque se hace en nombre de leyes divinas; porque se hacen en nombre de las tradiciones; aplauden la ausencia de libertad en nombre de la revolución antioccidental. Necios. Están cavando su propia tumba; aplauden los necios desde las plataformas de la libertad cuando cuelgan a las mujeres de una farola por lujuriosas o a los homosexuales por ser homosexuales y a las feministas por ser feministas; aplauden porque los cuelgan en nombre de la libertad religiosa. Los necios, desde la libertad civil, única posibilidad de ser libre, aplauden la opresión porque está inscrita en los libros sagrados. Por eso son necios.
Y mientras tanto los ejércitos, bajo los estandartes de la tiranía, avanzan y nos lo tomamos como un juego que no va con nosotros. Y mientras, penetran en los espacios de libertad, los ocupan y nos los arrebatan. Ya nunca jamás podremos pasear por ellos en libertad. Y eran nuestros barrios. Esos en los que nacimos y aprendimos, chicos y chicas, a jugar iguales, a divertirnos como iguales, a luchar como iguales. A crecer iguales. Ya no son nuestros. Los nuevos y viejos dioses han levantado sobre nuestros cimientos sus altares y sus tronos.
Ante ellos, sus fieles invocan oraciones contra las libertades, contra los derechos individuales, contra la felicidad y en su nombre se han propuesto instaurar tiranías. Particulares, privadas y públicas. El reloj sigue su curso, indiferente ante el avance de los nuevos bárbaros. No sentimos tranquilos y seguros creyendo que 30 ó 60 años de libertad son suficiente garantía frente a las tiranías. Mientras tanto millones de fanáticos avanzan ininterrumpidamente sobre nuestras fortalezas desarmadas e invaden nuestras calles. En ellas las Luces no nos volverán a iluminar jamás.
Frente a la amenaza la solución: fortalecimiento de la Sociedad-Estado de bienestar y de los derechos individuales desarrollando las tres libertades: la libertad política, la libertad económica o ausencia de explotación económica y la libertad moral o ausencia de represión sexual. Un Estado de bienestar sin derechos individuales ni libertad de conciencia sería como un paraíso económico, artificialmente perfecto y ordenado gobernado por un déspota.
Estos paraísos ya existen como modelos de laboratorio en Estados como el de Dubai y Qatar donde regímenes despóticos teocráticos han transformado esos Estados en paraísos con las últimas tecnologías en los que las carreras de fórmula 1 y de motos Gran Premio contrastan con que los derechos individuales son enemigos del Islam y donde las mujeres son esclavas de sus amos. Paraísos donde, como en el Estado imaginado por Orwell en su novela “1984” la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza y la guerra es la paz. Donde ha sido extinguida de una vez para siempre la posibilidad de toda libertad de pensamiento y de toda libertad moral. El triunfo del Gran Hermano. La casta teocrática.