En la fiesta católica del Corpus Christi se proclama la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Cuando tantos alcaldes y otras autoridades y servidores públicos, civiles y militares, participan como tales (es decir, no a título privado) en esta proclamación a través de misas, procesiones…, deberían darnos explicaciones a todos los ciudadanos: ¿será que ellos tienen alguna prueba sobre algo tan fuera de toda ley científica y de toda racionalidad? No vale que recurran, como hacen las Iglesias cada vez que se enfrentan a explicar lo insostenible y lo irracional, a la falacia del “misterio”. Los cargos públicos no pueden hacer esto, pues se deben a todos los ciudadanos, no sólo a los creyentes en fenómenos imposibles y en entes ficticios (que tienen todo su derecho a tener y manifestar sus convicciones). Cuando, no obstante, promueven como servidores públicos estas (u otras) particulares creencias, muchos nos sentimos ofendidos en nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad. Estos servidores no respetan la aconfesionalidad del Estado, es decir, la libertad de conciencia de los ciudadanos. De ser un creyente ‘favorecido’ por ellos, les diría: “aparta tus manos públicas de mis creencias”.
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