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Llamazares metió a dios en el Congreso

Mediodía de ayer en el Congreso. El diputado de IU, Gaspar Llamazares, uno de los grandes defensores de la laicidad del Estado, recriminaba al presidente Zapatero que Europa no estuviese desarrollando una política socialdemócrata. El parlamentario de Izquierda Unida desgranó las razones que tenía: dijo que la socialdemocracia, para él, era sinónimo de pleno empleo y de las políticas del Bienestar. Concluyó: "y está claro que no es así, y si no, que venga Dios y lo vea". Santiago Carrillo, en plan de sorna, suele decir que es ateo "gracias a Dios"; pero Llamazares no empleó la ironía, ni el sarcasmo: simplemente, le salió. Fue sin duda una casualidad, pero pocas horas más tarde el catedrático Rafael Díaz Salazar hablaba en el Club Prensa Canaria sobre el candente tema "El cristianismo y la izquierda".

Hoy día, sobre todo después del Concilio Vaticano II, y de la evolución que por su parte han tenido los sistemas democráticos occidentales, suele considerarse como natural, y conveniente la estricta separación de la Iglesia y el Estado; pero en algunos países, donde se observan grietas en la solidez de las convicciones democráticas, las conferencias episcopales suelen intentar la estrategia de la injerencia paulatina. Caso aparte es el de Italia, que cohabita con la Ciudad-Estado del Vaticano, donde hasta los comunistas aceptan la beatería institucional, quizás porque la sede del papado conforma una forma de vida en todos los aspectos, incluido el económico: San Pedro es una de las mayores atracciones turísticas -por la arquitectura y las peregrinaciones- del mundo.

Pero la separación de la Iglesia y el Estado, para que no haya mezclas indeseadas ni confusiones, ha de empezar por la base; no es solamente una cuestión de superestructuras y grandes palabras. El 'cada uno a lo suyo' plasmado en la frase de Jesús de Nazaret, "a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César", tendría que aplicarse a las procesiones: si el párroco no asiste a los plenos del Ayuntamiento, los alcaldes no deben encabezar las comitivas detrás de los tronos. La asistencia, en cambio, a ciertas funciones religiosas sí podría estar justificadas por 'cortesía política'.

Pero es muy difícil avanzar en la aconfesionalidad. El lenguaje cotidiano está lleno de advocaciones religiosas. En una emisora de radio local escuchamos que con motivo del volcán islandés, Europa no había tenido una política aérea única "como Dios manda". En el bar de la esquina, un cliente "paga religiosamente" su cortado e invita a un grupo de amigos. Y cuando toca la despedida es "hasta mañana, si Dios quiere", como si cualquier entorpecimiento en la agenda, un infarto, un ictus cerebral, ser atropellado por un coche, caer por un barranco, tropezar en una cáscara de plátano y romperse la crisma, sea responsabilidad directa de Dios. La hegemonía de la Iglesia en la vida europea, en especial en los países de la Contrarreforma, que eligieron el secuestro voluntario de sus soberanías, ha dejado rastros muy visibles; y como no hace tanto tiempo del maridaje -durante el franquismo había prelados en las Cortes, y el Dictador entraba bajo palio en las catedrales, hasta que llegó Tarancón como mascarón de proa de la iglesia progresista y lo quisieron llevar por ello 'al paredón'- pues aún queda un cóctel de hábitos sociales, y de nostalgias en la cúpula episcopal. "Dios mediante", "lo que Dios te de….", "se armó la de Dios es Cristo"… podría hilarse una larga conversación saltando de frase hecha en frase hecha. Cuando Llamazares deje de meter a Dios en el Congreso, estará más cerca de hacer realidad la laicidad que defiende.

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