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La respuesta de la Iglesia fue una postal

La familia de Diana García fue a hablar con el vicario Emilio Graselli para que los ayudara a encontrarla. Nunca tuvieron respuestas, pero en Navidad recibieron una postal firmada por el cardenal Raúl Primatesta

En el final de la audiencia, Célica García sacó una tarjeta de Navidad que guardó durante más de treinta años. “Una Navidad feliz y en paz”, decía el cartón con fecha de emisión 5 de septiembre de 1977 y la firma del “Cardenal Raúl Francisco Primatesta, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina”. La tarjeta, reveladora del lugar de la Iglesia en la última dictadura y del modo en el que circuló la información, provocó escalofríos en la sala. “El respeto a los derechos humanos es el camino más seguro hacia la paz”, decía en la parte de arriba. Abajo, un pino dibujado y rodeado por siluetas de personas. “Sin ausencias, sin angustias, sin odios”. Y en el final: “Es el anhelo de los argentinos para cristalizar el propósito enunciado por el presidente teniente coronel Jorge Rafael Videla”.

En la sala de audiencias de Comodoro Py donde se sustancia el juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada, alguien expresó en voz alta aquello que la tarjeta parecía estar señalando: “Acá no hay desaparecidos”. Un testigo histórico, sentado poco más atrás, en la sala, se quedó mirando los colores amarillos que todavía se ven detrás del pino: “Esas no son luces, sino llamas”. Las siluetas dando vueltas, en este presente de la sala, no eran otra cosa que la evocación de las siluetas de los desaparecidos. Célica miró a los jueces: “Esto fue lo que mi madre recibió para que tengamos una Navidad feliz”, dijo.

Célica fue a dar testimonio por su hermana Diana Iris García, psicóloga, recibida en La Plata y para 1976 militante de Montoneros. Diana estaba de novia con Miguel Coronato Paz hijo, de Montoneros zona norte y colaborador de Ancla. A Diana la secuestraron el 15 de octubre de 1976 en Córdoba y San Martín, pleno centro porteño, con otra compañera, Graciela García. Sus secuestros en esta etapa del juicio se leen como parte de la avanzada de los marinos sobre esa área de prensa de la organización.

Célica y sus padres supieron del secuestro de Diana porque ella gritó su nombre mientras se la llevaban. Pero sobre todo lo supieron porque los trabajadores de prensa de la agencia de noticias NA lograron difundir un cable que replicaron Radio Colonia y el diario La Razón. Célica llevó ese diario a la audiencia como hizo con la tarjeta. El cable dio cuenta del “secuestro” de dos jóvenes y un operativo “de seis o siete hombres armados con pistolas 45”. Mientras las llevaban, “una de las jóvenes gritó que se llamaba Diana García y pidió a quienes la escuchaban que se avisara a la policía, añadiéndolo que no sabía por qué se la llevaban”.

“Nosotros, que vivíamos en Berazategui, nos enteramos por personas que leyeron el diario y al otro día, gente conocida nos dijo de lo sucedido –explicó Célica–. Ahí comienza la desaparición de mi hermana, hasta el día de hoy, 37 años que se van a cumplir en octubre, no sabemos que sucedió, mas que las cosas que pudimos averiguar.”

Durante la dictadura, la familia recorrió juzgados, hicieron “infinitos” habeas corpus cuyas respuestas también quedaron atesoradas. Célica las llevó a la audiencia. Ahí están los nombres de los jueces que rechazaron todos los habeas corpus. Poco después, tuvieron una reunión con el vicario Emilio Graselli, una y otra vez nombrado en las audiencias, visitado y preguntón. Célica acompañó a su madre. Lo vieron. Graselli les hizo preguntas, ellas dejaron sus datos, pero nunca obtuvieron respuesta, salvo esa tarjeta de Navidad que empieza a leerse no sólo como una posible contestación, sino como una constatación de los canales por los que circuló la información.

Otro de los lugares hasta donde se acercó la familia buscando a Diana fue la propia Escuela de Mecánica de la Armada. Fueron a fines de 1976 o principios de 1977, aunque sólo después del año 2000 supieron que Diana había estado en ese centro clandestino. “Nosotras fuimos en un auto, mi mamá y yo”, dijo Célica. “Estacionamos cerca. Nos pusimos en la puerta, llevamos unos papelitos con el nombre de mi hermana que pegamos con cinta sobre la reja de la ESMA. Había unos colimbas o no sé qué, que estaban cerca, entonces mi mamá los llamó y les dijo: ‘Si ustedes saben algo, si ven algo, acuérdense del nombre de Iris Diana García’. Uno se lo decía a cualquiera que pasaba, no sabíamos nada, no sabíamos que estaba en la ESMA ni teníamos la menor idea de que eso era así. Pero bueno, fue justo que encontramos a esa gente, porque en los otros lugares a los que íbamos no nos permitían ni siquiera el paso, ahí era como para decírselo a alguien, como para decirlo, para que alguien supiera.” Años más tarde, supieron que Diana había estado ahí. Primero, a través del Equipo Argentino de Antropología Forense que puso a Célica en contacto con un sobreviviente. “Aparece un señor, no me dijo el nombre, que había estado en la ESMA y que había hecho ese trabajo que los mandaban a hacer, como fotografías. Le presento la foto de mi hermana, él lloró, con congoja y me dijo: ‘Sí, esta persona estuvo en la ESMA y fue trasladada’. Bueno, fue un momento como este mismo momento, como todos los momentos que viví, 36 años parecen muchos para la gente joven, pero para mí es como que pasara ayer. En la piel, cada uno lo sabe.”

Hacia el final, los jueces le preguntaron si necesitaba decir algo más. “Lo único que quiero decir es que ojalá se haga justicia por mi hermana, por todos los desaparecidos. Que la baldosa que está en la puerta de la casa de mi mamá, donde dice que Nunca Más pasen estos hechos sea algo realmente verídico y efectivo, y que esto que nosotros llevamos dentro, que es un duelo que no acabamos de cerrar nunca, sirva para los que vienen atrás nuestro, que sigan pudiendo luchar.”

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