Dos pastores evangélicos colaboraron en la represión del régimen militar en Uruguay
La aparición en Uruguay de un servicio de Inteligencia brasileño devenido pastor evangélico, Alberto Conrado Avegno, reactualiza el caso de Claudio Antonio Guerra, su compatriota y colega durante la dictadura, quien también predica en nombre de Dios. Los dos hicieron una carrera parecida. El primero se infiltró en la década del ’60 entre los exiliados de su país en Montevideo. Delató, entre otros, al ex presidente Fernando Henrique Cardoso por “subversivo”. A los 85 años, lo descubrió un equipo periodístico del diario Folha de São Paulo. El segundo confesó sus crímenes en el libro Memorias de una guerra sucia, publicado en mayo último. Es un ex represor del DOPS (Departamento de Orden Político y Social) que se hizo temible en el estado de Espíritu Santo. Hoy tiene 71 años y su testimonio es considerado clave por la Comisión de la Verdad que creó el gobierno de Dilma Rousseff. Los dos dan sermones como si nada hubiera pasado en sus vidas, plagadas de desapariciones forzadas y una notable fidelidad al régimen militar que gobernó de 1964 a 1985.
La metamorfosis de ambos personajes es una curiosidad brasileña. Jair Krischke, consultor de la Comisión de la Verdad, dice que “Avegno es el hijo de un diplomático que fue cooptado por los servicios de Inteligencia y convivía con nuestros refugiados sin levantar sospechas. Operó tranquilamente en Uruguay, Argentina, Chile, Perú y hasta en Cuba y Argelia. Trabajaba para el CIEX (Centro de Informaciones del Exterior), que funcionaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y también para el Cenimar, el servicio secreto de nuestra Armada. Logramos obtener 814 páginas que describen su accionar entre documentación de aquella época”.
La historia del pastor Guerra es más conocida en la nación vecina. Estuvo preso siete años por el crimen de un levantador de quiniela del que siempre se declaró inocente. También lo investigó la Justicia por quedarse con el diezmo de la Asamblea de Dios, una orden evangélica. Los videos con su imagen predicando el culto se pueden ver en YouTube. “Cómo fue que Dios me buscó y me colocó en tierra firme”, se pregunta desde una tarima, rodeado de fieles. “Cambié gracias a Dios”, confiesa ante su audiencia este hombre canoso, de lentes, que hasta bien entrada la década del ’80 lucía barba en su credencial de la Secretaría de Estado de Seguridad Pública de Río de Janeiro. Allí se desempeñó en el Departamento General de Investigaciones Especiales como “servicio reservado” entre 1982-83. Aunque unos años antes, y con bigotes, se lo observa en una fotografía color sepia, participando de una reunión del Plan Cóndor en el hotel Gloria de Río.
Estas imágenes aparecen en el libro de investigación de los periodistas brasileños Rogério Medeiros y Marcelo Netto, Memorias de una guerra sucia, donde Guerra brinda un extenso testimonio sobre los hechos en que participó. Uno de ellos, ilustrado con una foto, muestra la fachada de un edificio de Copacabana cubierta por palmeras. Allí el represor estuvo a punto de asesinar a Leonel Brizola, el ex gobernador de Río de Janeiro, ex candidato presidencial y fundador del PDT (Partido Democrático Trabalhista) fallecido en 2004.
Hoy declara que está arrepentido de su pasado, aunque también señala que “mientras cumplía con el régimen militar fui absolutamente leal, hasta el punto de aceptar la responsabilidad por un crimen que no había cometido”. Su súbito misticismo lo resume el título de una de las tantas notas que le dedicó a su caso la prensa brasileña: “Un matador en busca de paz”.
Lo que causa más perplejidad en Brasil no es la fe que profesa, pero sí que jamás figuró como integrante de los aparatos represivos del Estado durante la dictadura en los registros de los organismos de derechos humanos. “Su nombre nunca ha estado en las listas de los acusados por la represión”, dijo Vitória Garbois, presidenta de la organización Tortura Nunca Más de Río, en mayo pasado. Como fuere, la Ley de Amnistía impuesta por los militares en 1979 lo protege de los delitos que cometió.
A diferencia de Guerra, quien apareció en programas de televisión, incluso retratado por el periodismo como un “hombre respetado y temido” en Espíritu Santo o “ex policía y pastor”, Avegno mantenía un bajo perfil en Montevideo, donde Folha de São Paulo lo descubrió este mes. Es el líder espiritual de la comunidad evangélica Centro El Shadday desde 1998. El artículo se titula “O araponga uruguaio”. En Brasil se conoce como araponga a los informantes. Describe que trabajó para la dictadura durante 14 años y que despachó desde Uruguay cientos de informes sobre los exiliados brasileños. Sólo entre 1974 y 1975 redactó 361. Este anciano que no reniega de su historia como espía del régimen militar tenía varios seudónimos: Altair, Johnson, Mario, Carlos Silveira y Zuleica.
Nacido en 1927 en el consulado brasileño de Salto, hijo del diplomático Octavio Conrado, operó en Uruguay entre 1967 y 1980. Uno de sus trabajos como servicio, por los que cobraba 400 dólares, fue describir en un informe enviado al CIEX las actividades en Maldonado del ex presidente Joao Goulart, exiliado en esa época. Por entonces seguía los pasos de unos doscientos brasileños que se habían refugiado en varias localidades uruguayas. De los documentos desclasificados en Brasil por el gobierno, también se desprende que Avegno entregaba la información que juntaba en encuentros de 15 minutos mantenidos en la calle o en cines de Montevideo.
La Comisión de la Verdad que integra Krischke, basada en aquellas pruebas, intentará entrevistarlo en enero próximo en Montevideo para que aporte información sobre cómo era su modus operandi y las víctimas que delató. Varias figuran como desaparecidas. El testimonio de Avegno, a juzgar por una de sus declaraciones a Folha, todavía sigue sintonizando la onda de la Guerra Fría: “Siempre luché contra el comunismo, es una porquería, la derecha es buena, es gente de bien”.
El hombre de bigotes es Claudio Antonio Guerra, quien participaba de una reunión del Plan Cóndor.
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