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El hombre y su quimera

La conquista social de la Tierra es una narración solvente y razonada de la evolución humana, de sus condicionantes genéticos y de su probable futuro como especie.

La idea central de esta obra es una doble condición quimérica del hombre. Quimérica porque la especie humana es resultado de dos instintos en liza: el instinto individual y aquellos de carácter gregario; y quimérica también por cuanto el hombre, su propio desarrollo técnico, ha conducido a una grave merma del mundo en el que habita. A la segunda de estas Quimeras, el biólogo Edward O. Wilson opone una solución científica, "una nueva ilustración", que impida el rápido deterioro del planeta. Para la primera, sin embargo, no existe solución posible. El hombre, su larga historia evolutiva, es el extraño producto del ambas tendencias. Sin el egoísmo, sin una genética de la conservación, parece que la creatividad y el genio individual -la evolución, en suma- no serían posibles. Sin la propensión al altruismo, la especie como tal quizá no habría sobrevivido.

Wilson se sirve del último cuadro de Gauguin, De dónde venimos. Qué somos. Adónde vamos, para ilustrar el contenido de estas páginas. Páginas de ambición divulgativa, cuya dificultad estriba en aplicar un complejo número de conocimientos (genética, biología, matemática, arqueología, paleontología, etcétera) a un relato claro y coherente de los hechos. El resultado, en cualquier caso, es satisfactorio. La conquista social de la Tierra es una narración solvente y razonada de la evolución humana, de sus condicionantes genéticos y de su probable futuro como especie. Quizá el mayor acierto de esta obra sea el de exponer, sencillamente, los modestos avances que convirtieron a un remoto mamífero en un sofisticado primate dotado de habla. Dichos avances, producto de una azarosa y dilatada selección evolutiva, son la estructura bípeda, los miembros prensiles, la vida en grupo, la domesticación del fuego, el reparto del trabajo, la alimentación carnívora y la cocción de alimentos. Esto significa, según Wilson, que la vida inteligente, que la evolución compleja, es fruto de la condición terrestre del homo sapiens, imposible en el hábitat acuático (el inteligente delfín, tan amistoso, no puede fabricar utensilios con sus aletas). También indica, no sin ironía, que los maestros de la ciencia-ficción, muy dados a figurar la amenaza extraterrestre como entidades viscosas, ignoran por completo los rudimentos de la evolución, que necesita de uñas planas y dedos hábiles para domesticar su medio. Obviamente, quedan fuera de esta explicación los complejos conocimientos técnico/científicos que han llevado a tales conclusiones. Aun así, Wilson no deja de mencionar las diversas teorías que han ayudaron a revelar los actuales avances sobre el proceso evolutivo.

Eso en cuanto al De dónde venimos. Qué ocurre, sin embargo, con la cultura, con el idioma, con la religión, con las manifestaciones más propias del ser humano. Qué ocurre con el libre albedrío, con la predisposición genética, con el Qué somos. Ortega, a primeros del XX, señalaba que la naturaleza del hombre, a diferencia de otros animales, consiste en no tener naturaleza. El hombre, decía Ortega, es una flecha sin destino. Wilson matiza mucho esta idea para llegar, en cierto modo, a la misma conclusión del madrileño: "Yo soy yo y mi circustancia". Las circunstancias de Wilson, no obstante, son ya circunstancias genéticas, que conducen y acotan, que prefiguran la naturaleza humana sin agotarla. El libre albedrío, concluye el biólogo, es una predisposición de los genes. También lo son el honor, la cultura, la religión, el lenguaje y todo aquello que, de un modo u otro, contribuye a la preservación y el dominio de la especie. Dicha predisposición, en cualquier caso, no significa un mandato; implica, principalmente, una facilidad, una propensión de la que el hombre hace uso en su propio beneficio. Lo cual, unido a su excelente memoria, hacen de la especie humana esa quimera tribal, violenta e imaginativa de la que se habla en estas páginas.

Cabe, sin embargo, una última pregunta, relacionada con el Adónde vamos. ¿Existe también una predisposición genética para esquivar el peso de ese fardo atávico? ¿Puede "la nueva ilustración" que propone Wilson eludir el cerco del tribadismo, del carácter gregario, de la voracidad, del egoísmo, de la violencia ingénita de nuestra especie? ¿Es el libre albedrío, en definitiva, lo suficientemente libre?

La conquista social de la Tierra.

Edward O. Wilson.

Trad. Joandomènec Ros.

Debate.

Barcelona, 2012.

381 páginas.

23,90 euros.

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