El 11 de septiembre pasado un grupo de personas asaltaron una embajada estadounidense y la incendiaron, matando al embajador, durante una protesta provocada por una película (no producida por el estado norteamericano, ni distribuida por la embajada de dicho país, ni nada parecido) que ofendía su religión. Casi no hay nadie en el planeta que al leer la frase anterior pueda dudar de qué religión eran los asesinos, pero por si acaso fuera así, se trataba del islam; el país fue Libia. Los manifestantes también mataron a otros tres funcionarios en un asalto al convoy que iba a rescatar a las víctimas del incendio. En Egipto otro grupo de manifestantes irrumpió en la embajada de Estados Unidos y arrancó su bandera para poner en su lugar una negra con las palabras de la profesión de fe islámica.
La película, titulada La inocencia de los musulmanes, es una producción de ínfima calidad de un tal Sam Bacile, que dijo ser judío israelí y que vive o vivía en California. Se dijo que fue promovida por el pastor evangélico quema-Coranes, Terry Jones, y por dos cristianos egipcios. El nombre Sam Bacile es con seguridad un pseudónimo. Al igual que en el caso del libro de Salman Rushdie, Los versos satánicos, y de las caricaturas de Mahoma en el diario danés Jyllands-Posten, es seguro que la inmensa mayoría de los manifestantes dispuestos a incendiar edificios y matar a personas inocentes a causa de la película jamás la vieron. De hecho sólo se conocía un trailer de 14 minutos publicado en YouTube.
Resulta interesante leer algunas de las reacciones ante el ataque y los muertos. Los políticos, siempre políticos, se manifestaron según sus prioridades. Hillary Clinton dijo que “…este video es repugnante y condenable (…), profundamente cínico, para denigrar a una gran religión y provocar enojo.” Sólo después de este preludio aclaró: “Pero como dije (…), no hay justificación, ninguna en absoluto, para responder a este video con violencia.” ¿Pero? ¿Una gran religión? No sé qué querrá decir que una religión es grande, pero seguramente una religión que en catorce siglos no ha producido ninguna forma popular más civilizada que estas hordas de asesinos de ofensa fácil no es una gran religión en ningún sentido concebible excepto el de la cantidad y el del terror que puede inspirar.
El sitio web Global Voices, que recoge noticias independientes de todas partes del mundo, reunió algunas de las reacciones dispersas de personas comunes en Twitter. Llama la atención cómo muchos libios, musulmanes o no, ofendidos o no, demostraron tener sus prioridades morales mejor situadas que Hillary Clinton. O que el Director de la Sala de Prensa del Vaticano, Federico Lombardi, que dijo:
“El respeto profundo por las creencias, los textos, los grandes personajes y los símbolos de las diversas religiones son una premisa esencial de la convivencia pacífica de los pueblos. Las consecuencias gravísimas de las injustificadas ofensas y provocaciones contra la sensibilidad de los creyentes musulmanes son una vez más evidentes en estos días, por las reacciones que suscitan, también con resultados trágicos, que a su vez hacen más profunda la tensión y el odio, desencadenando una violencia del todo inaceptable.”
Unas sesenta palabras para justificar el asesinato de inocentes en nombre del respeto a las creencias de los fanáticos asesinos, un párrafo entero para condenar sólo al final el asesinato (¡por 14 minutos de video!) como “violencia inaceptable”. ¿Por qué dice que es inaceptable algo que él mismo acaba de describir casi como una consecuencia automática y lógica de “ofensas y provocaciones”?
Esto, además, de parte del vocero de un estado que en el pasado reciente se alió con los estados teocráticos islámicos para exigir la supresión del discurso crítico a las religiones y castigos legales a la “blasfemia”, la “profanación” y la ofensa a los delicados sentimientos de los extremistas, hasta que se dieron cuenta de que los extremistas (en Pakistán, en la India, en Nigeria) estaban matando católicos y —peor aún— quemando iglesias.
La provocación puede ser irresponsable, pero la respuesta a la provocación no es responsabilidad del provocador. Los seres humanos no funcionamos mecánicamente a nivel social; no toda acción tiene que acarrear inevitablemente una reacción (y desde luego, el incendio de una embajada no es una reacción equivalente en fuerza a una burla a Mahoma). Quizá los políticos alguna vez se metan este principio en la cabeza y aprendan a no justificar implícitamente a los asesinos autonombrados defensores de la religión. Y mejor aún, a no aliarse con ellos.
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