Artículo del Grupo de Pensamiento Laico
Este artículo se enmarca en las publicaciones del Grupo de Pensamiento Laico.
Se adoctrina cuando no se da respiro a alguien para pensar. Es como meterle un chip en el cerebro para que absorba lo que le digan o manden. Es un modo pasivo de enterarse de lo que sucede y perder así la autonomía de ser uno mismo.
La educación, por el contrario, es la instrucción que pone huellas para que otro camine por sí mismo. Los que nacimos justo en los comienzos o mediada la dictadura franquista sabemos bien lo que es adoctrinar. El nacionalcatolicismo lo invadía todo. Desde confesarse semanalmente hasta cantar el Cara al Sol. No había rendijas. No se podía respirar a gusto fuera de unos límites fuertemente establecidos. Pero por mucho que se apriete el recinto, es posible romperlo. No pocos lo sabemos por experiencia. Poco a poco las creencias impuestas se van desvaneciendo y la libertad avanza. Porque no somos simples máquinas, sino humanos capaces de cambiar, incluso allí en donde todo colabora para que no seamos nosotros mismos. Es obvio que existen grados de obligada sumisión.
En nuestros días, por ejemplo, es muy distinta la situación de una persona que vive en una aldea remota de un país ultrarreligioso que otra que se mueve en una sociedad abierta. Se dirá que en esta supuestamente abierta sociedad el adoctrinamiento es más esquivo y sibilino. Y que el engaño nos rodea como beso de Judas. Pero es posible sacar la cabeza sin tirar la toalla. Y para lograrlo deberían darse estas dos condiciones: la primera es querer salir de unas creencias que aprisionan. Se trata de ejercitar lo que llamamos voluntad; esta no es ciega, como sostenía el gruñón de Schopenhauer, solo que es costoso engrasarla. En este punto vendría bien leer el Discurso sobre la Servidumbre voluntaria de La Boetie.
Y en segundo lugar, es decisivo estar en contacto con gente que ayude a salir de la jaula. Es un hecho que si estás en un círculo de ideología rígida acabarás con una cabeza de dirección única. Si estás con inteligentes, aprenderás más rápido. Si estás con imbéciles, te irás entonteciendo. Y si estás con pijos se te quedará cara de pijo. El círculo, sin embargo, aprieta pero no ahoga. Y si alguien pregunta cómo elegir los amigos adecuados, le diremos que es cosa suya. Más difícil es saber cuánto dependen las creencias, y en qué casos, de nuestro equipamiento cerebral. Ahí la respuesta la dejamos en las ciencias del cerebro.
Un sistema de creencias es un conjunto estable de pensamientos considerados verdaderos o ciertos, sin haber sido objeto de comprobación empírica, que orientan la disposición a actuar. Desde el punto de vista neurológico, son redes neuronales relativamente estables, ya que se refuerzan por repetición o por gran impacto emocional, por lo que al ser poco plásticas son renuentes al cambio. Integran componentes de la corteza prefrontal ventromedial (que implica dar valor de verdadero o falso a algo con aparente coherencia), la ínsula (que codifica el sentir interno de convicción), la corteza cingulada anterior (implicada en el conflicto cognitivo y el sesgo de confirmación) y el sistema límbico (principalmente la amígdala), lo que les confiere alta carga emocional.
Tales creencias se adquieren por experiencia personal y por la influencia del entorno, sobre todo en las etapas de edad temprana, guiadas por figuras de autoridad que a su vez responden al ideario de cada sociedad en su momento.
Tienen función adaptativa, puesto que guían las disposiciones y los comportamientos que han sido útiles a lo largo de la evolución de nuestra especie. Como heurístico, permite que el individuo desarrolle tareas más pragmáticas en la sociedad que le corresponde sin tener que deliberar a cada paso sobre su posición en el mundo.
Contribuyen a la cohesión y pertenencia al grupo, lo que favorece la cooperación, las alianzas y los acuerdos. Constituyen las bases primarias de las cosmovisiones y de las ideologías que nos identifican con los valores que creemos mejores en nuestra sociedad y nos predisponen a enfrentarnos con los que no los comparten.
Llevados a nivel de proyecciones mentales imaginarias sobre otros mundos, conforman las mitologías y las religiones. Las creencias organizan el resto de los pensamientos a modo de paraguas o semiparadigmas que amparan el modo de estar e interpretar el entorno.
Dado que son pensamientos adquiridos sin mucho contraste y reflexión, son potentes herramientas para la manipulación por parte de individuos y elites poderosas que utilizan ingeniería social. El poder establecido se cimienta mejor sobre una base de individuos sumisos que se autocontrolan al haber asumido determinadas creencias. Lo que se llama el relato compartido creado ad hoc y difundido por los medios de comunicación que al unísono dictan las cláusulas que interesan al poder.
Si las creencias se fijan en el cerebro por impacto emocional -acordémonos de la doctrina del Shock o de las imágenes manipuladas de desgracias ajenas- y por reiteración, eso es lo que vemos en las noticias.
Si la voz es la de nuestro grupo, difícilmente se discute frente al adversario. No hay objetividad posible porque las creencias de pertenencia a un grupo son instintivamente fuertes. Si nuestro grupo es homogéneo, las creencias lo serán también; si nuestro entorno no nos brinda información suficiente y no deliberamos sobre los sesgos, seguiremos pensando lo mismo de siempre. Si los que nos rodean no nos ayudan a reflexionar estimulando la crítica y están distraídos, seremos presa de la idiotez como ellos.








