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Legión cristo Alhaurín de la Torre (Málaga)

Como a un Cristo dos pistolas · por David Torres

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Hay expresiones como «educar a hostias» y «la letra con sangre entra» bastante ilustrativas de los avances didácticos en los colegios religiosos de mi época. En mi barrio había una sucursal del Pío XII –bautizado así en honor de un papa– que albergaba dos auténticos cabestros, don Jesús y don Fernando, cuyo repertorio pedagógico incluía los castigos de rodillas una hora cara a la pared, la escritura de frases repetidas cien veces con tiza en la pizarra, las patadas en el culo, los capones en el cráneo, los bofetones a mano abierta y los tirones de orejas a lo bestia. La especialidad de don Jesús eran los capones petrolíferos mientras que don Fernando tiraba de las orejas con tanto ahínco que algunos chavales empezaban a levitar y otros a crecer a lo alto. Un día mi hermano Dani llegó a casa con parte del lóbulo desprendido, lo que provocó una visita de mi padre en la que, muy amablemente, avisó a don Fernando que a la próxima le arrancaba la cabeza.

Con algo menos de entusiasmo, aquellos dos sádicos bien podían haber trabajado para la camorra napolitana, siempre y cuando les encargaran ocuparse de niños menores de 12 años, porque los de 13 o 14 cualquier día les devolvían los golpes. La sevicia y la sangre fría con que ejercían su labor sugerían que de algún modo se estaban vengando de su propia infancia, que ellos mismos habrían sufrido palizas parecidas de niños, una sana estirpe de guantazos que se remonta hasta vaya usted a saber cuándo y que viene a certificar que un hombre se hace hombre a hostias: dándolas y recibiéndolas. Las mujeres ya tal. Es muy curioso que el catolicismo acogiera encantado esta tradición sanguinaria cuando las enseñanzas evangélicas vienen a decir exactamente lo contrario: la paz, el amor y ofrecer la otra mejilla.

Desde esta perspectiva, la incoherencia flagrante entre una procesión de Semana Santa y un grupo de legionarios transportando la imagen de un Cristo crucificado entre cánticos marciales deja de ser un oxímoron. Desde siglos atrás, al pobre Jesucristo lo hemos traído de aquí para allá con el fin de justificar guerras, cruzadas, matanzas, limpiezas étnicas, olvidando las muchas tonterías que dijo acerca de dar de comer al hambriento, de beber al sediento, dar refugio al extranjero y amarse los unos a los otros. Por eso, ver a unos niños disfrazados de legionarios desfilar con armas de juguete en el colegio El Divino Pastor de Málaga, imprime nuevos y excitantes significados a la expresión «como a un Cristo dos pistolas». Lo de incluir niñas en el papel de damas legionarias demuestra que hasta un cuerpo militar tan refractario a la evolución es sensible al cambio de los tiempos.

Quienes se quejan amargamente del adoctrinamiento infantil promulgado por la izquierda (que consiste en enseñar a los niños lecciones tan peligrosas como la educación sexual o la igualdad de género) están de enhorabuena al contemplar que todavía hay chavales educados en un folclore secular de hombría quintaesenciado en el verso «soy el novio de la muerte». Fue la misma canción que los legionarios entonaron, hace sólo unos pocos años, en la sala oncológica de un hospital infantil de Málaga, un disparate que no se les ocurre ni a los Monty Python ciegos de moscatel. «El novio de la muerte» en versión infantil y un Jesucristo erizado de fusiles. Nada mejor esta Semana Santa que reivindicar una guerra santa.

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