Eran siete los llamados ‘estados bisagra’ en los que se jugaba el resultado de las elecciones presidenciales, y entre ellos se encontraba Pensilvania, hasta ahora un estado demócrata y hogar de esta históricamente apolítica comunidad conservadora.
En las semanas previas a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Donald Trump y sus socios se obsesionaron con Pensilvania. Era sólo uno de los siete llamados estados bisagra -junto con Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Michigan, Nevada y Wisconsin- en liza, pero el republicano sabía que este, históricamente azul, tenía la llave -y los 19 votos del Colegio Electoral- para su victoria. Y esa victoria dependería, en gran parte, de una pequeña comunidad conservadora, históricamente apolítica y aislada del resto de la sociedad: los amish.
El condado de Lancaster, al sureste del estado, alberga el asentamiento amish más grande del mundo, aunque los 45.000 residentes (de un total de unos 92.000) sólo representan el 6% de su población. No tienen redes sociales ni coches. Se desplazan por sus pueblos en coches de caballos y dedican sus vidas a honrar la palabra de Dios y a cuidar las tierras en las que viven. No conocen los bulos ni las fake news, y tampoco se han visto influenciados por los mítines de los candidatos. Entonces, ¿cómo es posible que todos hayan sabido votar por el republicano y no por su rival, Kamala Harris?
La historia se remonta a principios de año. En enero, el Departamento de Agricultura de Pensilvania realizó una inspección en la granja de Amos Miller, después de que saltaran las alarmas sobre enfermedades en niños relacionadas con productos lácteos crudos comprados allí. No fue la primera vez que el agricultor, quien alegó que sus creencias religiosas le impedían seguir las directrices de la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos), se vio envuelto en una encrucijada con las autoridades por vender estos productos sin un permiso.
Lejos de abandonar a uno de los suyos, la comunidad amish arropó a Miller, quien se vio obligado a dejar de vender la leche, que luego se utiliza para hacer mantequilla, yogur y kéfir, una medida que consideraron «una exageración» por parte del Gobierno de Joe Biden y de la oficina del gobernador Shapiro, a quienes exigían mayor autonomía para vivir como quisieran: con menos intervención gubernamental. «Ese fue el impulso para que dijeran: ‘Tenemos que participar’«, afirmó una fuente anónima al medio local Lancaster Farming, a raíz del incidente. «Se trata de vecinos ayudando a vecinos», añadió, haciendo alusión al efecto cadena que esto generó dentro de la comunidad.
Pero la negativa a la leche de Miller no es un caso aislado. «Las autoridades demócratas han hostigado a la comunidad amish de muchas otras maneras: han tenido problemas con la forma en que manejan a los perros, cómo cuidan a los animales, cómo realizan trabajos de carpintería, cómo gestionan la compensación de los trabajadores y los problemas relacionados con el seguro», explica Robert Barnes en declaraciones a The Times. El abogado representó a Miller durante su caso y acabó convirtiéndose en el asesor político de facto de toda una comunidad que sólo buscaba que se les respetara la promesa que el Estado de Pensilvania les hizo cuando llegaron a sus tierras en los años 80: que «protegerían su modo de vida y sus creencias y no los hostigarían por ellas».
Nunca fue la intención de Barnes convencerlos de que votaran por Trump. «Pero cada vez quedaba más claro que la única manera de lograr sus derechos de defensa legal era generar un cambio político y ganar más capital político, ya que los amish eran vistos como personas que no participaban en el sistema electoral». Es cierto. Menos de la mitad de la población amish tiene la edad legal para votar, y de aquellos que pueden, normalmente menos del 10% ejercen su derecho al sufragio, según un análisis del Young Center for Anabaptist and Pietist Studies de Elizabethtown College, en el condado de Lancaster.
Sin embargo, este martes, eso pareció cambiar. Varios amish, vistiendo sus tradicionales faldas, sombreros y chalecos, se dirigieron a los centros de votación para registrar su voto. «Sí, por sí solos no forman un bloque de votantes poderoso», reconoce Barnes. «Pero hay otros 250.000 habitantes de Pensilvania que dependen de los amish para su bienestar económico y que se han visto afectados negativamente por las medidas del Gobierno de Biden. Además, hay varios millones de personas en todo el país que dependen de los productos alimenticios y de carpintería amish», añade el comentarista político.
Con el 98% del escrutinio, Trump ha derribado el muro azul de la costa noreste, obteniendo el 50% de los votos en Pensilvania y el 57% en el condado de Lancaster. Un escenario que deja claro que los amish no estaban dispuestos a que el Gobierno se entrometiera más. «Solo querían que les dejaran en paz y pudieran hacer lo que saben hacer bien, y así Donald Trump se ha convertido en su defensor casi por defecto«, vaticina Barnes.