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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
Nada es tan sencillo como parece. Waleed Saleh Alkhalifa afirma que Israel es el Segundo Estado basado en una religión, después del Vaticano, y que desde su creación no ha dejado de cometer crímenes y exacciones. Poniéndome como abogado del diablo, lo mismo puede decirse del primer Estado arabo-musulmán, que surgió como Estado conquistador y expansionista, con todos las exacciones y violaciones que tal tipo de Estado conlleva. De las pujantes comunidades judías en la península arábiga, que llegaron a tener reinos como el de Himyar en Yemen, antes de la llegada del Islam, prácticamente no quedaban rastros a fines del siglo XV. Y Estados religiosos no faltan y son más de los que parecen. Hasta la corona británica no deja de tener un componente religioso residual, ya que el rey Carlos III es también el gobernador de la iglesia anglicana y nombra a los miembros de la Cámara de los Lores, de los cuales 26 son obispos anglicanos. ¿O acaso cuánto pesa el voto religioso en las elecciones de Estados Unidos?
La relación entre creyentes y no creyentes en el Islam ha tenido altos y bajos dependiendo de las regiones y los momentos históricos. En cualquier caso, la igualdad jurídica entre creyentes y no creyentes resulta casi utópica en un Estado que profese y base su legislación en una religión específica, tanto si se trata de un Estado Judío o de los Estados miembros de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI).
Estos últimos, en una fecha no muy lejana como puede ser agosto de 1990, se reunieron en El Cairo para redactar un texto alternativo a la Declaración Universal de Derechos Humanos que tales países habían, no obstante, aprobado, pero que consideraban como una interpretación secular que violaba las normas islámicas. Volveré sobre la cuestión de la percepción del laicismo más adelante.
La Declaración de los Derechos Humanos en el Islam (DDHI) no reconoce el derecho individual a cambiar de religión o creencias, y limita toda libertad de expresión y los derechos de las mujeres y de los no musulmanes a los prescriptos por la charía, o derecho musulmán. Si bien la DDHI ha sido revisada en 2020, la nueva versión permite la pena de muerte en casos graves, y menciona la igualdad de derechos para las mujeres «según las leyes aplicables». Vale constatar que las leyes de los países miembros admiten la poliginia pero no la poliandria, y que las leyes de herencia suelen adjudicar a los hijos varones el doble de la parte que corresponde a las hijas mujeres. El derecho a la autodeterminación, aprobado por sus miembros, sólo parece aplicarse para el caso palestino, mencionado en la propia declaración. Los saharauis y otras minorías no han tenido , mientras tanto, ningún tipo de apoyo a sus reclamos.
Evidentemente, es más fácil criticar la base religiosa de un país judío, puesto que sólo hay uno, que criticar a 57 Estados de confesión musulmana cuya legislación está basada en el derecho religioso.
Waleed Saleh Alkhalifa afirma correctamente que fue el imperio otomano el destino preferido de los judíos expulsados de España a fines del siglo XV, lo que dio un gran impulso a la política expansionista de la Sublime Puerta. Al mismo tiempo, existían en Europa otros reinos que acogían a numerosas poblaciones judías que huían las persecuciones, como el Reino de Polonia desde el siglo XI hasta su disolución a fines del siglo XVIII, salvo en un breve período entre 1492, que coincide con la expulsión de los judíos de Españ,a hasta el regreso de la tolerancia y de las immigraciones judías en 1506. Otras naciones como Holanda y la Inglaterra,que los había expulsado tres o cuatro siglos antes, también acogieron un buen número de refugiados judíos de la península ibérica, de cuyos descendientes vale recordar el fiolósofo Baruch Spinoza, el economista David Ricardo y el primer ministro británico Benjamin Disraeli.
En todos los casos, los reyes que los acogieron probablemente no lo hicieron por un simple ejercicio de tolerancia religiosa sino por las redituables tasas que los comerciantes judíos pagaban directamente al soberano, al que les servían también de prestamistas. Isabel la Católica probablemente no los expulsó tanto por una cuestión de homogeneización religiosa como par expropiarles sus riquezas y con ellas poder pagar los apoyos de los nobles que la ayudaron a instalarse como reina de Castilla. De la misma manera, Enrique VIII Tudor expropiará a la iglesia católica romana no como un puro símbolo de libertad religiosa sino para incrementar su riqueza personal y así defender sus derechos dinásticos ante sus dificultades para engendrar un hijo varón.
El conflicto entre árabes de Palestina y el Estado de Israel es demasiado complejo para limitarlo a aspectos religiosos. El proyecto sionista antecede al mandato inglés y tiene su origen en los pogroms de la Rusia zarista a fines del siglo XIX, en plena ebullición social desde la abolición de la servidumbre en 1861. El imperio otomano que los acogió controlaba entonces tanto el Levante y Jerusalén como los lugares santos del Islam. La Sublime Puerta pasaba por otra fase de modernización, endeudamiento y desintegración, lo que llevó al los supuestamente tolerantes otomanos a perpetrar reiteradas masacres por la misma época contra minorías cristianas, principalmente armenias, griegas y caldeas. El gran crecimiento demográfico y la privatización de tierras comunales favorecidos por la revolución industrial y el ascenso del liberalismo crearán nuevas condiciones de conflicto social, tanto étnico-religioso como de género (primacía de cualquier hombre sobre cualquier mujer con la extensión del voto exclusivamente masculino), entre campo y ciudad, y entre clases sociales.
Tanto el imperio Otomano como el Austro-Húngaro contaban a fines del XIX con parlamentos multiétnicos y con representantes judíos. Este último imperio había incorporado a judíos polacos tras el primer reparto de Polonia y los había integrado con bastante éxito, concediendo plena igualdad de derechos a los ciudadanos judíos en 1867. Las mujeres, independientemente de la fe profesada, no contaban con los mismos derechos por entonces en ningún país, independientemente de sus creencias.
Los nacionalismos nacientes harán trizas ambos imperios tras la primera guerra mundial. Lo que acompañó a los repartos nacionalistas de principios del siglo XX fue una serie de masacres contra las nuevas minorías dentro de cada nueva unidad nacional, incluyendo el famoso genocidio armenio. Ninguna de las naciones creadas tras la primera guerra mundial tendrá la fuerza de los imperios otomano o austro-húngaro. Muchas de ellas desaparecerán en menos de 25 años o de uno y medio, como la Ucrania anarquista y el Estado Kurdo. Las poblaciones expulsadas no serán siempre recibidas de brazos abiertos por sus congéneres, se trate de turcos de los balcanes, griegos otomanos o tantos otros que eligieron en muchas ocasiones emigrar a un tercer país. Muchos quedarán repartidos entre más países que antes, como los kurdos o los armenios, y privados de Estado propio pese a promesas de las grandes potencias o a breves experiencias de independencia.
Israel podría ser considerado un Estado colonialista o neocolonialista al igual que cualquiera de los múltiples Estados surgido en el siglo XX y que niegan el derecho de autodeterminación a minorías étnico-religiosas y que conduce expropiaciones de tierras arbitrarias. Os invito a investigar el tema por vuestra cuenta. Verán que algunos están muy cerca de España.
Es difícil afirmar que Israel conduce un genocidio contra la población palestina, como sostiene Waleed Saleh Alkhalifa, teniendo en cuenta que una quinta parte de los ciudadanos israelíes es árabe, incluyendo unos 160.000 drusos. Basta comparar con lo que queda de las poblaciones judías, cristianas o hindúes que habitaban ciertos países musulmanes hace un siglo. Al mismo tiempo, algunos países de la OCI cuentan con poblaciones no musulmanas crecientes debido a la inmigración, como Emíratos Árabes Unidos.
El relato de Waleed Saleh Alkhalifa cae, a mi humilde entender, en una mala fecha. El 7 de octubre no es el aniversario de la Nakba: la gran expulsión de árabes de Palestina tras perder la primera guerra arabo-israelí. Se recuerda un ataque directo contra la población civil en Israel en plena celebración de la vida y la fraternidad, casualmente celebrando lo contrario de lo que representa Bibi Netanyahu, quien pasaba por su peor crisis de legitimidad interna.
La masacre tiene un momento: luego de los acuerdos de Abraham, que es un un hito de normalización de relaciones, por lo tanto de paz, entre un grupo de países árabes e Israel. Israel reconoció entonces la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental y a traspasar cierta tecnología a los países firmantes.
¿Cómo se hacer saltar dicho acuerdo? A través de un crimen tan horrendo que resulte casi imposible no reaccionar con una escalada militar. Imaginemos que unos comandos israelíes hubiesen asesinado, secuestrado, mutilado y/o violado a casi dos mil árabes musulmanes durante un festival de música. ¿Habría habido moderación por parte de la autoridad Palestina en Gaza, autoridad que considera a todo civil israelí como un objetivo militar?
Otro punto poco comentado es que, al día siguiente del atentado de Hamas, Hezbolá empezó a bombardear el norte de Israel desde el Líbano, con lo que unas 60 mil personas debieron abandonar el norte de Israel y se convirtieron en refugiados dentro de su propio país.
Además, parte de los ataques a Israel provienen de otros grupos como la milicia Ansar Allah de Yemen, más conocida como movimiento hutí. Ansar Allah y Hezbollá son chiítas y reciben apoyo de la República Islámica de Irán, aunque se trata de organizaciones autónomas. Hamás es sunita asociado a un movimiento de reislamización surgido como reacción a la disolución del califato otomano y al laicismo turco. Todas ellas se refugian entre la población civil, lo que hace prácticamente imposible cualquier reacción armada sin provocar víctimas colaterales. Esa es parte de la estrategia de tales grupos, ya que de esta manera pueden jugar al victimismo de un lado para ganarse a parte de la opinión internacional mientras ellos mismos atacan a la población civil.
¿Cómo contrarrestar entonces los ataques de estas tres organizaciones paraestatales consideradas terroristas, o milicias según Waleed Saleh Alkhalifa, que forman Estados dentro de Estados? ¿Sería Netanhayu capaz de limitarse a una mera política defensiva, a reconocer la victoria de organizaciones terroristas (o simples milicias islámicas), ceder a su poder de chantaje tras una violación masiva y salir bien parado ante sus aliados y detractores en Israel? Si bien el conflicto es producto de decisiones pasadas, las decisiones se toman en base a la coyuntura actual y a sus posibles efectos en los propios decidores.
¿Qué puede hacer el laicismo para llevar la paz a la región?
Para ello hace falta un análisis más allá de las causas nacionales o religiosas.
El laicismo tuvo su influencia en el mundo islámico y en su modernización desde principios del siglo XIX. El hecho de que tal laicismo fuera asociado al ascenso de las potencias europeas y de Estados Unidos, a la democracia participativa de corte liberal, a la propiedad privada, a la educación pública no religiosa, a la emancipación de las mujeres, la abolición de la esclavitud y al Estado de derecho, provocó un rechazo en bloque de tales principios en sectores que se sintieron amenazados o perjudicados por tales cambios.
Como se ha visto en declaraciones de miembros de la OCI, éstos perciben el laicismo como una mutación de la tradición judeo-cristiana y del colonialismo europeo-americano. Por eso vemos que quienes critican tales tradiciones en Europa y en Estados Unidos terminen apoyando a los movimientos islámicos, pese a que éstos defienden la superioridad del hombre sobre la mujer, la superioridad de los adeptos de una religión por sobre el resto, la educación religiosa sobre la libertad de conciencia, el derecho divino y, en no pocos casos, el retorno de la esclavitud y la violación sistemática de mujeres que no se doblegan ante tal supremacismo.
Para las mujeres de tales movimientos, particularmente activas y al frente de sus campañas de comunicación y reclutamiento, es muchas veces preferible la sumisión sexual ante miembros de su propio grupo para obtener el favor y contribuir a la supervivencia de la tribu. Este fenómeno ha sido analizado entre otros por antropólogos como Marvin Harris en tribus como los Yanomami, entre los cuales la violencia de género es extrema.
Waleed Saleh Alkhalifa se limita a ver al sionismo como un caso extremo de colonialismo sin analizar la complejidad de conflictos entrelazados. El laicismo es un punto de fractura dentro de la propia sociedad israelí, en el cual uno de los principales apoyos del actual jefe de gobierno es justamente la derecha religiosa ortodoxa. Tal grupo rechaza, por un lado, el servicio militar, y por otro, aumenta la presión demográfica y la necesidad de ocupar más espacio en un territorio escueto y semi-árido, y rechaza el derecho secular opuesto al derecho divino. Por otro lado, los grupos más laicos, favorables a los derechos de los palestinos, habían organizado manifestaciones masivas contra los intentos de Yair Lapid, ministro de justicia del gobierno de Netanyahu, de limitar los poderes de la Corte Suprema, entre marzo y junio de 2023.
La sociedad palestina también tuvo un componente feminista, secular, anticolonialista y socialista muy fuerte en los ’70, en plena guerra fría. Pero los países de la OCI y las repúblicas islámicas que sostenían la causa palestina no veían con buenos ojos tal tipo de reivindicaciones feministas y blasfemas, de la misma manera que los apoyos occidentales no veían con buenos ojos sostener a quienes cuestionaban simultáneamente la legitimidad de Israel y la de las monarquías del Golfo y se declaraban socialistas o comunistas.
La Unión Europea tampoco aporta soluciones ya que está internamente dividiva y depende de recursos energéticos que los países miembros de la OCI poseen en abundancia.
La guerra de Ucrania a afectado doblemente a buena parte de Europa. Por un lado, el suministro de gas y de petróleo proveniente de Rusia se ha reducido considerablemente. El barril de petróleo oscila entre los 70 y 90 dólares por barril, y la deuda vinculada a las ayudas militares se suma a la deuda acumulada durante la pandemia. Francia, por ejemplo, ha pasado a ser el tercer país más endeudado de la UE, con una deuda externa neta estimada en más de tres billones de euros o 110% de su PIB. La mitad de su deuda está en manos extranjeras. La deuda pública española alcanzó el 100% del PIB con Rajoy en 2013, y desde entonces ha crecido unos 5 puntos del PIL y 600 mil millones de euros, según Datosmacro de Expansión.
En manos de quién está la deuda española o francesa, no hay informe que lo revele. Pero los propios países árabes, conocidos por invertir en clubes de fútbol, propiedades lujosas y conglomerados industriales en Europa, están entre los candidatos posibles.
A esto debemos sumar las complejas relaciones entre países musulmanes, como el conflicto entre Irán, por un lado, y Arabia Saudita y los Emíratos Árabes Unidos por otro, en Yemen. Turquía e Irán se disputan zonas de influencia en Irak y en Siria. Qatar, que comparte un mega yacimiento gasífero con Irán, tiene un conflicto no cerrado con sus vecinos emiratíes y saudíes, que firmaron justamente los acuerdos de Abraham con Israel. Jordania se mantiene como un centro de estabilidad y paz pese a contar con una importante población emigrada de Palestina y al mismo tiempo ayuda a Israel a defenderse de ataques lanzados por Irán y sus aliados.
Que Israel no habría aguantado la presión árabe sin apoyo de Estados Unidos es apenas una hipótesis como lo es que sus vecinos acepten una confederación israelí-palestina laica o que los países árabes se unan entre ellos. Basta recordar que Pakistán se constituyó como Estado confesional musulmán por miedo de la Liga Musulmana a quedar en minoría dentro de un megaestado Indio laico de mayoría no musulmana. Ese mismo Pakistán terminó partido en dos repúblicas por diferencias no religiosas sino lingüísticas. O al menos eso parece, simplificando bastante las cosas.