El reciente mandamiento de la banda de delincuentes instalada por segunda vez, por EEUU en el gobierno de Kabul, es un nuevo capítulo de la interminable novela el «Edicto del visir» que contamos no hace mucho.
Esta organización criminal (como lo son todos los totalitarismos) ya había prohibido los partidos políticos, sindicatos, organizaciones feministas, prensa libre, el ocio, la televisión, la música, el cine, volar cometas (la afición de los niños pobres afganos)… y a las mujeres específicamente trabajar, reír, bailar, cantar, hablar con hombres no parientes, enamorarse, llevar maquillaje y pintauñas, tacones, perfumes, montar en bici, conducir coches, ser fotografiadas o ir a hammam (baños públicos), causándoles graves problemas de salud, entre otras barbaries.
Los nuevos 35 artículos añadidos a esta lista, -desde el velo integral para las mujeres y ahogar su voz, hasta imponer barba a los hombres y prohibir instrumentos musicales-, ya los aplicaron sus colegas en Arabia Saudí, en Israel, en Irán (desde 1978) e incluso en Occidente (aquí, con discreción y la complicidad de las autoridades). ¿Por qué, entonces, la prensa europea se lleva las manos a la cabeza si en su propio suelo no ha habido nunca una mujer con el velo que cante o baile (¡y las monjas de ‘Sister Act’ no cuentan!)? ¡Allí está! El velo justamente es para ocultar este estatus subhumano de la mujer en todos los aspectos de su vida. Es la relación del dedo con la luna.
Los talibanes han convertido Afganistán en la prisión más grande del mundo para las mujeres, en la que además las encierran en celdas de aislamiento llamadas «casa» impidiendo que salgan incluso para tomar aire en el «patio», comer, ver un médico o hablar con otras reclusas sin estar vigiladas por un carcelero menor (hermano, padre, marido): fue por ello que cerca del 90% de los 2.000 afganos que fallecieron en los terremotos de Herat de octubre de 2023 fueron mujeres y niños encerrados en casas-prisión.
Que una banda de lumpen y delincuentes profesionales, con harenes llenos de niñas secuestradas como esclavas sexuales, oro y narcodólares, lance una patrulla de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio, es el justo reflejo del dicho «Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces«.
En este gigantesco Guantánamo centroasiático, 20 millones de mujeres y niñas llevan siendo agredidas y torturadas desde hace 45 años, con la venia de Dios, por los mercenarios patrocinados por Estados Unidos y los regímenes despóticos de la región. ¡Ni imaginan cómo será una cárcel de mujeres en este lugar! Ahora, ni ellas se acuerdan de que antes de 1978 -fecha en la que Estados Unidos patrocinó al monstruo Yihadista en Afganistán para destruir el gobierno socialista del país y luego hacer de «bombero pirómano» en el país más estratégico del mundo- gozaban de más derechos que las españolas o las suizas desde la década de los cincuenta.
Con el lema «los comunistas pretenden colectivizar a las mujeres», el islamismo, que las considera meros «medios de producción», prepararon su asalto a la conquista de las mujeres en toda la región. «Los talibanes no son nuestros enemigos», dijo Joe Biden en 2011, cuando era vicepresidente del gobierno de Barak Obama, como si revelara un gran secreto.
Motivo 1: Religión y ginofobia masculina
«Nuestra voz no es ourat», responden las mujeres afganas a los talibanes. La palabra árabe de ourat se refiere a las partes íntimas del cuerpo, y a pesar de que en el Génesis eran sinónimos de «los genitales», que deberían ser tapados aunque con la hoja de parra, con el tiempo los timadores de la fe, primero añadieron los senos de las mujeres al concepto, luego todo su cuerpo, y para más inri afirmaron que el cuerpo de la mujer es el habitáculo del «honor» del hombre para así poder imponer su voluntad absoluta sobre esa mitad de la comunidad, despojada de los más elementales derechos humanos. Por consiguiente, si un hombre ajeno toca la mano de una mujer-genital o simplemente la mira, sus familiares varones la pueden matar (¡a ella, no al camarada del gremio!). Que los fundamentalistas religiosos, obsesionados por el sexo perverso, ahora pidan a las «musulmanas» -la propiedad exclusiva del hombre «musulmán»-cubrirse también delante de las mujeres «incrédulas» por temor a ser seducidas, no se lo han inventado: está en los textos sagrados.
Las religiones semitíco-abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam), todas totalitarias, reglamentan hasta el rincón más privado de la vida de las personas, aunque no sean sus fieles, y lo hacen sin pizca de piedad y con durísimos castigos.
«¡Mujeres del Profeta! No seáis como cualquier otra mujer; no habléis con la voz suave que provoque deseos en el corazón débil» (Corán. Sura Al-Ahzab 35)
El Islam, que fue una reforma del judaísmo, en su Sharía recoge gran parte de las tradiciones y edictos de la religión de Moisés. Para el judío ortodoxo, escuchar a la mujer, aunque esté recitando la Tora, es como ver una mujer desnuda, una invitación al sexo.
La pedagogía del terror siempre ha sido un instrumento de los totalitarismos. Decapitar a la policía embarazada de 8 meses Negar Masumí, nada más retomar el poder en agosto de 2021, o a la jugadora de baloncesto Mahjabin Hakimi, han sido la punta de iceberg de las atrocidades que nunca dejaron de cometer.
El judaísmo ultra prohíbe a las mujeres cantar o leer incluso el libro sagrado, ni les permite tocarlo: Barbara «Barbra» Streisand tuvo que disfrazarse de varón en la película Yentl para revindicar el derecho a saber qué tan misterioso pone en dichos textos: «la información es poder», y la mayoría absoluta de las personas fieles a dichos credos ni han leído sus «libros»: desde la instalación de la teocracia fascista en Irán en 1987, la sociedad iraní ha podido conocer de primera mano el contenido de la Sharía, más allá de las interpretaciones edulcoradas: ahora es la sociedad más laica de Oriente Próximo.
Muestra de esa fusión de la estupidez con la criminalidad hubo en la Edad Media europea, después de que las mujeres fuesen expulsadas de la Iglesia, y también de sus coros. La necesidad de utilizar la voz femenina llevó a los empresarios de música a castrar a niños y así introducir la voz aguda en su orquesta. Y una vez que tuvieron que readmitirlas, les negaron la voz: prohibieron a las mujeres hacer preguntas cuando acudían al templo (Corintios 14:34), además de enviarlas a la parte trasera del espacio, fuera del campo visual de los hombres- genitales, para que hicieran de bulto: sin estas mujeres sin derecho el meganegocio de estos carteles religiosos ni existiría.
Aun aceptando que «la voz de la mujer provoca a los hombres», para esos misóginos la solución no pasa por cambiar la mente de ellos, sino silenciarlas a ellas. Así, Jomeini, tras aterrizar en Teherán -y no en un camello cruzando la Tierra de Mahoma-, sino en un Air France de la OTAN y desde París, a la vez que impuso el velo y bajó la edad nupcial para las mujeres de 18 a 8 años, complaciendo a los hombres que así podían disponer de esclavas sexuales de 8 años en su casa y cuantas quisieran, despidió a decenas de miles de secretarias y telefonistas por su voz, y con ellas todas las cantantes desparecieron del mapa: Gugush, la cantante más popular de Oriente Próximo, había sido callada, mientras otras se exiliaban. Casi un siglo antes, la voz de Eftejar Janom se había convertido en la primera de una mujer iraní grabada en un fonógrafo. En Afganistán, la cantante Rokhshaneh (1940-2020) subía a los escenarios para alegrar la vida de millones de compatriotas con su preciosa voz.
La última perla de los talibanes ha sido presumir de haber destruido unos 21.000 instrumentos musicales. El más antiguo artefacto descubierto para producir sonidos que deleitan al alma data de hace 36.000 años, o sea en el Paleolítico Superior, cuando unos Homo Sapiens fabricaron una flauta hechas de hueso. Si estos credos hubieran nacidos antes de esta fecha, el ser humano, que sin la música no lo es, ni habría existido.
Motivo 2: Nueva prueba en el laboratorio del control social
Los yihadismos han tenido un problema: saben cómo destruir las estructuras del poder y las conquistas sociales en un país determinado, pero no saben construir un nuevo orden. Su mente e ideología congeladas en los milenios pasados chocan con el mundo moderno: si una mujer pretende hacer cosas inadecuadas para su género, luego pedirá ser ministra, y mandará a los hombres a parir y a lavar platos.
En Afganistán (al igual que en Irán), donde las mujeres han sido la vanguardia de la lucha (ya no «para avanzar en derechos») en recuperar los logros arrebatados, y el único sector social que se manifiesta contra esta banda está en la diana de la represión del fascismo religioso. Nan, Kar, Azadi (Pan, Trabajo, Libertad), las principales demandas de las mujeres afganas, han descolocado a los hombres prehistóricos. Su Caudillo, Mullah Hebatullah, ha ordenado reanudar los castigos propuestos por la Sharía, que incluyen flagelación, amputación, lapidación, decapitación y disparos en público a los «enemigos del islam». Karima, de 35 años, fue apedreada, como manda la religión, en diciembre de 2021 en Badakhshan, acusada de adulterio.
Al igual que los talibanes judíos, agrupados en las «Guardias de la modestia», que patrullan los barrios ortodoxos de Israel inspeccionado sus autobuses para obligar a la gente a cumplir las reglas de segregación, los talibanes sunnitas y chiitas en Afganistán e Irán controlan el aspecto y el comportamiento de los ciudadanos, para que nadie piense en la falta de viviendas, empleo, servicios básicos , libertades y oportunidades de una «vida normal», que reclamaba Shervin, el cantante encarcelado iraní, en su canción Baraye («para…» –preposición-), enumerando los motivos de la Revolución Mujer, Vida, Libertad. Los gestores de la religión están para salvar las almas contaminadas por la modernidad, no para preocuparse por vacunar a los niños contra la polio. Cientos de familias afganas han tenido que vender a sus hijas pequeñas, y encima a precios irrisorios, por el exceso de oferta en el mercado, solo para alimentar un par de meses a los hijos varones. En ninguna parte de los libros santos hay instrucciones sobre la gestión de los recursos y la protección a la población gobernada: los talibanes acaban de cerrar las peluquerías regentadas por mujeres, dejando a unas 60.000 personas a su cargo sin sustento. Los zombis que usan móviles de última generación fabricados en el «occidente satánico» acusan a las mujeres de ser agentes de este mismo espacio geográfico demonizado cuando reclaman sus derechos.
Cuando Mahmud Ahmadineyad, el presidente de la teocracia chiita, se enteró de que los jaredíes israelíes habían propuesto separar las aceras entre hombres y mujeres, dijo «!Qué buena idea!¡Me lo copio!». Si no fuera por el escándalo que levantó, hoy estaríamos en otra dimensión surrealista de la pesadilla que viven las iraníes.
¿Cómo los yihadistas consiguieron desmantelar los derechos sociales conseguidos?, se preguntan los neofascistas europeos para acelerar este proceso en sus tierras, con la receta de «seguridad a cambio de privación de las libertades». Cientos de miles de templos levantados en todos los barrios en Irán y Afganistán, junto con las «patrullas contra el vicio», tienen la misión de probar 1001 mecanismos viejos y nuevos para convertir a las personas en esclavas, y también para vigilar el grado de obediencia a las normas más absurdas sobre los colores de las vestimentas, el corte del pelo y la medida de la barba de los chicos: los infractores recibirán 75 latigazos, e incluso la pena de muerte.
Estados Unidos y sus socios han reemplazado en Oriente Próximo las dictaduras semilaicas capitalistas por regímenes islamistas de corte medieval, residuos del feudalismo oscurantista de una casta que se niega al avance del tiempo.
Motivo 3: Discrepancia política sobre la dosis de la represión
Tres años después de retomar el poder, los talibanes siguen perdidos, por : a) no saber qué hacer con el poder, y b) temor a volver a ser derrocados por Estados Unidos como en 2001, cuando sepultaron a cientos de miles de afganos bajo sus bombas para salvar al mundo de Bin Laden y a las mujeres de los mercenarios de la CIA. Situación que ha creado varias fracturas en el seno del grupo:
– Entre los empresarios que buscan seguridad y estabilidad para explotar los inmensos recursos naturales del país, y los que insisten en hacerse un hueco en el cielo, consiguiendo la satisfacción del creador mediante la aplicación de sus mandamientos. Si no lo consiguen, regresarán a sus negocios tradicionales para hacer dinero: contrabando de opio y de armas.
– La facción «Haqqanis» de los talibanes aboga por un mayor aislamiento (que no tiene nada que ver con la independencia) del país, para no tener que estar bajo el escrutinio internacional, y el sector «moderado» de Mulá Ghani, cuyo modelo es la Arabia de Mohammad Ben Salman, El Destripador, o el «pragmático» de Irán Ali Jamenei, que año tras año bate su propio récord en ejecutar a los ciudadanos del país.
– La generación joven talibanán que, si bien comparte el modelo gangsteriano de poder con los que ya rondan los setenta, aboga por el marketing de guardar las apariencias, como lo hacen los jeques emiratíes y qataríes. Buscan cómo lanzar una «operación Pezeshkian» a lo iraní, de colocar en el poder a un moderado hombre de extrema derecha capaz de llevarse bien con todas las potencias regionales y mundiales
– Por último, están los que dependen de los dólares que reciben de Estados Unidos bajo el seudónimo de «ayuda humanitaria», y los que buscan apoyo en China, Rusia, Irán, e India. Mientras, camuflan sus peleas con esta cortina de humo.
Los talibanes siguen siendo un grupo de bandidos: carecen de programa, de estrategia política consensuada y, sobre todo, de la capacidad de gestionar las llamadas «fuentes de poder» -desde proporcionar servicios (de luz, agua, seguridad, etc,) a los ciudadanos, hasta paliar la hambruna, generar empleo y crear un equilibrio de poder entre los señores de la guerra de Kabul, Qandehar y otras regiones y étnicas.
El islam político, gobernando en Irán y Afganistán, ha agotado sus recursos teóricos; solo falta devolverles a donde han venido: la papelera de la historia. La extrema derecha occidental es aporófoba, que no islamófoba, repudia a los migrantes por ser desheredados, no a los millonarios qataríes -emiratíes musulmanes (¡patrocinadores del Estado Islámico y Al Qaeda!)-. En Estados Unidos, los cristianos ricos son mejicanófobos, siendo estos también hijos de Cristo, pero tan pobres que sus únicos recursos son sus piernas para cruzar la frontera.
Y los musulmanes progresistas, en vez de acusar de islamófoba a cualquier crítica constructiva y justificar lo imposible con argumentos dirigidos a los indoctos y parvularios, deben defender la separación de la religión del poder, abogando por un estado laico.
Nazanín Armanian. Miembro del «Grupo de Pensamiento Laico»