La ola de ataques terroristas y la represión contra los opositores ha ido aumentando el descontento sobre los regímenes golpistas de Malí, Níger y Burkina Faso.
Desde 2020 hasta 2023, las juntas militares que tomaron el poder en Malí, Burkina Faso y Níger se enfrentan a una ola de violencia terrorista sin precedentes y ejecutan la represión a la disidencia descontenta, tanto por la ineficacia de sus campañas antiyihadistas como el deterioro de la democracia en el Sahel.
Prometieron combatir una insurgencia yihadista que lleva 12 años en la región y, en un giro estratégico, optaron por aliarse con Rusia en detrimento de Francia. Sin embargo, sus limitadas victorias en el campo de batalla y la creciente represión interna han generado un malestar popular cada vez más difícil de silenciar.
Gilles Yabi, del centro de análisis Wathi, comenta sobre la creciente desilusión. “No hay dudas de que la desilusión está ahí. Tras su llegada al poder, una parte de la población decepcionada por los regímenes anteriores se mostró entusiasta. Pero pasan los meses y los años y no se ven resultados claros en la lucha contra el yihadismo”.
Además, Yabi señala la falta de integración de actores de la sociedad civil en estos regímenes y el impacto económico adverso, incluyendo cortes de luz y carestía de la vida en las capitales y entornos urbanos, hasta ahora los lugares relativamente a salvo de los grupos armados.
Epicentro mundial del terrorismo
Burkina Faso sufrió uno de los peores ataques yihadistas en su historia el 11 de junio. Cientos de radicales tomaron la base militar de Mansila, cerca de la frontera con Níger, dejando un centenar de soldados y decenas de civiles muertos, así como siete efectivos secuestrados. El Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), vinculado a Al Qaeda, reclamó la autoría del ataque. La ofensiva ahondó en las serias divisiones internas en el ejército de burkinés, según el International Crisis Group, que destaca la falta de recursos materiales y económicos para enfrentar el desafío yihadista en la región.
El Sahel se convirtió en 2023 en el epicentro del terrorismo mundial, con una de cada tres muertes a nivel global atribuidas a esta causa, según el Índice de Terrorismo Global del Instituto para la Economía y la Paz. Burkina Faso lidera las estadísticas con 1.907 de las poco más de 8.000 muertes. Malí está en tercer lugar con 753.
Los militares tomaron el poder con la promesa de combatir el yihadismo más agresivamente que los gobiernos anteriores, pero la confrontación ha resultado en más muertos y pérdidas territoriales que victorias.
Represión a la disidencia
Cientos de ciudadanos y políticos que han criticado a las juntas militares enfrentan acoso y represión. En noviembre, un colectivo de periodistas y activistas denunció amenazas, acoso judicial y encarcelamientos arbitrarios. Amnistía Internacional destaca el caso de Guy Hervé Kam, detenido por conspiración contra el Estado. En Malí, el régimen del coronel Assimi Goïta ha suspendido toda actividad política y reprime cualquier crítica.
En Níger, los militares enfrentan tanto la amenaza del JNIM y del Estado Islámico como una incipiente rebelión en el norte liderada por independentistas tuareg y tubu. El Frente Patriótico de Liberación (FPL) dinamitó un oleoducto el 16 de junio. El régimen del general Abdourahamane Tiani ha reforzado la seguridad con mercenarios rusos y mantiene detenido al expresidente Mohamed Bazoum. El ambiente en Niamey es tenso y que el Gobierno ha endurecido las leyes contra la difusión de información que pueda perturbar el orden público que, según las asociaciones de libertad de prensa, puede abrir la puerta a encarcelar periodistas.
Las juntas militares en Malí, Burkina Faso y Níger enfrentan crecientes desafíos en su lucha contra el terrorismo y la gestión interna. La violencia y la represión han llevado a una situación de inestabilidad y descontento, poniendo en evidencia las limitaciones de los regímenes militares para cumplir sus promesas y asegurar la paz y la estabilidad en la región del Sahel.