Estatuas de Pávlov y mucha ciencia: los museos del ateísmo que quisieron acabar con la religión
El Partido Comunista convirtió los recintos eclesiásticos soviéticos en espacios donde presentar la ciencia como sustituta de la religión. Desvelar la falsedad de los prodigios sobrenaturales era la principal directriz de los curadores de estas exposiciones. Hacemos un repaso por Semana Santa a estos museos del ateísmo.
El 18 de enero de 1918 se celebró en Moscú el llamado “Juicio del Estado Soviético contra Dios”. Quedó visto para sentencia en una mañana, por lo que, al día siguiente, en un gesto simbólico ejemplarizante, se le condenó a muerte y “se le fusiló” disparando cinco ráfagas de ametralladora hacia el cielo. Enseguida, en el fragor de la guerra encarnizada entre “blancos” y “rojos”, el Partido Comunista encargó a Natalia I. Sedova, segunda esposa de León Trotsky, reconvertir las iglesias en museos para adoctrinar a los ciudadanos soviéticos. Esta herramienta, junto con el terror y la educación, serviría para construir un mundo comunista sin religión.
De esta forma, los recintos eclesiásticos se reutilizaron para actividades de formación y ocio del proletariado. Unos se convirtieron en salas de reunión para células del Partido y secciones sindicales; y otros albergaron almacenes de víveres, polvorines militares, cines populares y piscinas. Los más desafortunados sin embargo, como la basílica del Cristo Salvador de Moscú construida para agradecer a Dios la victoria sobre Napoleón, se dejaron en manos del saqueo y el abandono. Como señala Victoria Smolkin en su libro Un espacio sagrado nunca está vacío: una historia del ateísmo soviético (2018): «Los museos se consideraban más eficaces cuando ocupaban espacios religiosos que habían sido reutilizados para uso ateo».
Entre los objetivos comunes a estos museos estaban presentar la ciencia como sustituta de la religión, desenmascarar los falsos milagros de los popes para engañar a los fieles y recurrir a citas antirreligiosas como consignas políticas. Las demostraciones de la superioridad científica sobre la superchería de la fe consistían en estatuas de Pávlov y sus perros adiestrados al toque del silbato, y el orgullo por el Sputnik y la carrera espacial. También se recurrió a la “embriología comparativa”, esto es, oponer fósiles de homínidos y animales a amuletos de curandero.
Desvelar la falsedad de estos prodigios sobrenaturales era otra de las directrices de los curadores de las exposiciones. Esto se hacía mediante reliquias de dudoso origen, huesos desparejados de santos, iconos de la Virgen donde lloraba lágrimas a través de un gotero colocado por detrás y momias de monjes enjutas por razones climáticas. Las citas de autores ateos reforzaban el mensaje ideológico que recibían los visitantes. “Homo homini deus est” (“El hombre es dios para el hombre”) figuraba en el de Moscú bajo un retrato de Stalin. “La religión, el opio del pueblo. Marx» y «La lucha contra la religión es la lucha por el socialismo» se leían en la fachada del Museo Antirreligión de la catedral de San Vladimir en Kiev.
“Credo quia absurdum”
Pero, ¿qué método se siguió para reunir las piezas que iban a formar la colección museística? Disponemos de un testimonio de 1965 cuando se fundó el Museo del Ateísmo de Kaunas (Lituania) en la iglesia de San Casimiro. Los comisarios políticos encargados por el Partido comenzaron a anunciar en el periódico Vakarines Naujienos (Noticias Vespertinas) la compra de objetos religiosos a particulares pagando al contado. Después, realizaron expediciones por todo el país para adquirir obras de arte católicas, exhibiendo un membrete falso de empleados del Museo Histórico y Etnográfico. Llegaron a implantar una asignatura de Ateísmo en el Instituto Politécnico de Kaunas, la Academia de Agricultura de Lituania y otras escuelas superiores, a cuyos estudiantes prometieron subir la nota a cambio de entregar libros de oraciones. Una vez inaugurado el Museo, las entradas para verlo eran gratis, se ordenó a los maestros realizar visitas obligadas con grupos escolares y se celebraron todo tipo de encuentros ociosos para llenar ese espacio poco frecuentado por los lituanos.
El modelo de esta propaganda antirreligiosa fue el Museo de la Historia de la Religión y el Ateísmo de Leningrado. A iniciativa del Presídium de la Academia de Ciencias Soviética fue inaugurado en 1932 en la catedral de Nuestra Señora de Kazán. Esta se había erigido siglos atrás en la concurrida perspectiva Nevski para albergar el venerado icono de la Virgen de Kazán, considerada la “Protectora de Rusia” en las campañas militares, el cual acabó siendo devuelto por el papa Juan Pablo II tras haber pasado de mano en mano.
Conocemos sus contenidos a través de los relatos escritos por algunos turistas, puesto que estaba prohibido hacer fotos y los extranjeros iban acompañados por guías oficiales del Partido. El Comandante -nombre del Director del Museo- adoctrinaba a esos camaradas acompañantes para que explicasen el guion de la colección a obreros y estudiantes desacreditando la ortodoxia en favor de la ciencia. Aunque siempre quedó la sospecha de que algunos de los visitantes rusos lo hacían para seguir rezando a los iconos de la catedral.
El sentido de la visita se iniciaba por el lado izquierdo de la nave central donde estaban los cultos primitivos explicados en láminas y maquetas, las religiones orientales, el politeísmo de una Grecia y una Roma esclavista, esculturas de dioses y vitrinas con objetos de culto. A continuación, se entraba de lleno en la mofa del cristianismo a partir de la frase de Tertuliano “Credo quia absurdum”, citas de los Padres de la Iglesia para demostrar que estaban contra el progreso, la figura de Cristo comparada con otros mesías para afirmar que no existió nunca y las críticas a la religión de Marx y Lenin. Siguiendo con el recorrido había burlas explícitas a los musulmanes y a los judíos para los que colocaron una banda de jazz en una sinagoga sugiriendo que estuviera mejor utilizada.
En el centro donde estaba el altar mayor los organizadores habían puesto el texto del “Decreto del poder soviético que concede la libertad de conciencia y de todas las sociedades religiosas” firmado por Lenin. En el lado derecho se insultaba a la iglesia ortodoxa con imágenes de mujeres crédulas rezando, popes junto a agentes de la Gestapo que saludaban a Hitler, luchas entre sectas, estampas clericales contra la revolución (Tolstoi en el infierno, sacerdotes engañando a los soldados), una estatua de Voltaire y la sala de corruptelas del Papado. Frente a estas mentiras históricas que habían manipulado a las masas se proclamaba el triunfo de la “ciencia comunista atea” sobre las religiones.
La guinda consistía en un diorama que representaba una mazmorra de la Inquisición española donde un verdugo preparaba los instrumentos de tortura para atormentar al reo. Es curiosa la relación de Rusia con el Santo Oficio, porque fue tomado como modelo a comienzos del siglo XVI en Nóvgorod para combatir la llamada “herejía de los judaizantes”. Más tarde inspiró a Dostoievski el capítulo del gran inquisidor dentro de su novela Los hermanos Karamazov y al final fue demonizada por los ideólogos soviéticos como la madre de todos nuestros horrores.
El giro del régimen comunista sobre la Iglesia ortodoxa
La Segunda Guerra Mundial provocó un cambio en la actitud del régimen comunista hacia la Iglesia ortodoxa. El propio Stalin había buscado sucedáneos para reutilizar algunas costumbres eclesiásticas. Las biografías de los héroes soviéticos jugaron el mismo papel que las viejas historias de santos. Las pancartas con los retratos de los líderes revolucionarios sustituyeron a los iconos en procesión. Pero la carnicería de la guerra le hizo dar un giro. El penoso cerco de Leningrado y batallas tan sangrientas como la de Stalingrado hicieron pensar a Stalin en recurrir a la fuerza moral de la religión con el fin de movilizar todas las reservas nacionales contra el invasor alemán. Los sacerdotes ortodoxos fueron autorizados a bendecir a unas tropas que iban al matadero del frente. Los obispos y popes que estaban presos en los gulags fueron liberados. Algunos templos se volvieron a consagrar. Los metropolitas se comportaron como buenos patriotas predicando a sus feligreses el deber de la lucha contra esa encarnación del mal que era Hitler.
Este giro político se escenificó en 1943, cuando el Politburó del Partido Comunista permitió la elección de un patriarca de la Iglesia rusa, el arzobispo Sergio. En la práctica, de forma más o menos clandestina, ya venía siendo la cabeza de la ortodoxia tradicional. Pero este Sergio era tan interesado como Stalin y puso como precio a su colaboracionismo que, mientras sus seguidores quedaran a salvo, continuasen las purgas contra los fieles de las demás sectas disidentes, en particular contra los raskólniki o viejos creyentes de Ávvakum.
Las persecuciones se reanudaron a finales de los años 50, bajo el mandato del Secretario del Partido Nikita Jrushchov, sin tanta saña como en los comienzos de la revolución, centrándose en los “vestigios religiosos de la conciencia humana”. Los museos del ateísmo fueron languideciendo hasta la subida al poder de Gorbachov. El de la catedral de Nuestra Señora de Kazán permaneció abierto hasta 1991, cuando la perestroika devolvió el nombre de San Petersburgo a la ciudad tras un referéndum, aunque se ha trasladado a la antigua casa del Conde Yaguzhinsky ya solo como Museo Estatal de Historia de la Religión.
En la actualidad, cuando es probable que haya muchos más ateos que nunca, el debate sobre el ateísmo se ha desplazado a la comunidad científica. En particular, a teóricos anglosajones, que hace pocos años lanzaron la idea de construir un gran templo del ateísmo en la City de Londres. Proyectos similares han cuajado a menor escala en algunas ciudades de EEUU. En Miami incluso existe el Templo Cero para todos los que no pertenecen a ninguna confesión. Un museo vacío, el cajón de sastre para los descreídos de este mundo.