La muerte de 600 soldados desde el ataque del 7-O ha multiplicado las voces que exigen la igualdad para soportar el peso del Ejército, frente a las que declaran que la mejor defensa de Israel «es la ‘Torá'»
Inmerso en una de las guerras más largas de su historia y bajo protestas renovadas que el ataque de Hamas del pasado 7 de octubre había enterrado de forma temporal, Israel se reencuentra con una bomba de relojería con efectos imprevisibles en la política, la sociedad, la economía y la seguridad: la exención militar de los ultraortodoxos.
Esta conocida asignatura pendiente afronta su examen más dramático tras superar durante décadas numerosas reválidas, gracias sobre todo a parches políticos que hoy son insuficientes ante la fuerza demográfica del sector jaredí y las crecientes necesidades de seguridad en un escenario con mayores amenazas.
El Tribunal Supremo, que en las últimas décadas interviene ante el poder legislativo y ejecutivo para asegurar que no haya discriminación ante el alistamiento, ha dado un mes de prórroga para la presentación de una nueva ley de reclutamiento. Al mismo tiempo y ante la ausencia de legislación, ha ordenado la suspensión de la financiación estatal de las academias talmúdicas (Yeshivot) que no cumplen las condiciones al respecto. La sentencia supone un terremoto en la calle jaredí que puede hacer tambalear los cimientos de la coalición ya de por sí muy dividida.
Tocado pero no hundido en los sondeos, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, intenta encontrar la fórmula que combine el deseo de la mayoría de israelíes, incluyendo en la derecha, de que los ultraortodoxos hagan el servicio militar obligatorio como el resto (excepto los árabes, que pueden hacer de forma voluntaria) con la demanda de los dos partidos ultrarreligiosos para aprobar una ley que blinde la exención militar, tal y como les prometió en la formación del Gobierno en diciembre del 2022.
La muerte de 600 soldados desde el ataque del 7-O ha multiplicado las voces que exigen la igualdad y participación de todos para soportar el peso del Ejército, frente a las que declaran que la mejor defensa de Israel «no es el Tsáhal sino la Torá como lo fue siempre para el pueblo judío». Como primer ministro y a nivel personal, Netanyahu se identifica con el primer grupo. Como político que ha hecho de la supervivencia un arte, ‘Bibi’ se muestra receptivo a las peticiones de quienes depende para seguir en el poder.
«Debemos promover la igualdad en el reclutamiento para alcanzar un acuerdo amplio, pero no usando un martillo que no tuvo éxito en el pasado. Hay que tener buena voluntad y el deseo verdadero de llegar a un acuerdo y no de un choque en medio de la guerra cuando estamos a un paso de la victoria ante Hamas», ha declarado Netanyahu, que ha aclarado: «Nos dimos un plazo de nueve meses para poder aprobar una ley, pero el 7 de octubre tuvo lugar un horrible ataque y nos quitó seis meses. Es bueno que el Supremo accediera a mi petición de darnos 30 días más para intentar completar el trabajo. Los jaredíes han aceptado cosas que no pensaba que aceptarían».
Manifestaciones
«A Netanyahu sólo le importa permanecer en el cargo. Destruye las relaciones con Estados Unidos, atropella los organismos de seguridad, abandona los secuestrados y ayuda a los que no cumplen el servicio militar a seguir no haciéndolo. Todo por la política, nada por el país«, acusó el jefe de la oposición, Yair Lapid, en la manifestación frente a la Knésset en una protesta que aunó tres demandas: el adelanto electoral para que haya cambio de Gobierno, el acuerdo para una pausa en la ofensiva en Gaza que permita la liberación de 134 secuestrados en manos de Hamas y el reclutamiento de los jaredíes.
La asociación de reservistas ‘Hermanos de Armas’, que tuvo un papel predominante en las protestas multitudinarias contra el plan de reforma judicial del Gobierno ultraconservador antes de la guerra y en la posterior movilización social y militar, se manifestó hace unos días en el barrio de Mea Shearim. En el feudo de los ortodoxos más estrictos donde hay vecinos que no solo reniegan del Ejército sino del Estado de Israel, un manifestante se declaró «harto de que nosotros sirvamos y sacrifiquemos nuestras vidas, mientras ellos no».
Las abismales diferencias se reflejan en los constantes diálogos (de sordos) en los platós de televisión entre representantes del sector liberal y secular, que consideran sagrado el servicio militar, y del jaredí, contrario a abandonar unos años los estudios en las Yeshivot por el Ejército o incluso combinarlo, como hacen muchos religiosos. Su oposición se basa también en su temor de que el reclutamiento modifique o anule su identidad profundamente religiosa.
La raíz del «problema» se remonta a una decisión del primer jefe de Gobierno, David Ben Gurion, que, con el objetivo de mantener el frente judío unido en los inciertos inicios del país en 1948, aceptó la exención de 400 estudiantes talmúdicos. Hoy, sin embargo, son 66.000. Según un estudio reciente, entre el 30% y 35% de ellos realmente dedica su vida al estudio de la Torá, lo que eleva la indignación del que debe hacer el servicio regular y luego ser reservista, abandonando su trabajo y familia durante unas semanas.
Tras el 7-O, se trata algo más que reparar que unos jóvenes lo dejan todo cuando cumplen la mayoría de edad para cumplir el servicio militar (ellos, 2 años y 8 meses y ellas, 2 años) mientras otros reciben dinero para no hacerlo. Se trata incluso de algo más que el reto económico, ya que Israel no podrá mantener su crecimiento si los jaredíes no se integran plenamente en el mercado laboral teniendo en cuenta que, según los cálculos, el actual 13% de la población se transformará en el 31% en el 2065.
Con 600 militares muertos y otros miles heridos en los últimos seis meses, hoy es también una necesidad. El Ejército necesita alrededor de 6.000 soldados más para responder al abanico de frentes (Irán, Gaza, Cisjordania, Líbano, Irak, Siria y Yemen) abiertos en el exterior de un país que a nivel interno aún tiene difíciles asignaturas pendientes.