La destrucción en Gaza abrió una nueva situación en Medio Oriente. Se renovaron todos los conflictos latentes, entre ellos la frontera aún no definida entre Líbano e Israel.
En una mañana de invierno en Beirut, se escuchan aviones de combate. Tras su paso veloz, dejan en el cielo despejado dos finas y enormes medialunas blancas. Vuelan lo suficientemente bajo como para hacer notar su presencia. Es una demostración de fuerza. El retorno de los aviones es sobre una zona específica de la ciudad: el Dahiyeh, el barrio de Hezbollah (Partido de Dios).
Desde el 7 de octubre, Líbano vive en estado de alerta. Mientras los combatientes de la Resistencia -como se autodenominan- defienden la frontera sur, en la capital del país se prepara todo para una conflagración a gran escala. Pasó más de un mes desde que el segundo dirigente más importante de Hamas fue asesinado por un drone israelí. Un episodio de esa magnitud no ocurría desde 2006, durante la última guerra entre Israel y Líbano. En aquella ocasión, el Dahiyeh recibió las bombas de Tel Aviv.
Farid, un simpatizante de Hezbollah, comenta que “se cree que a Saleh al-Arouri lo delataron, todos hablan de eso, algún infiltrado. Era imposible que sepan dónde estaba, a menos que sea alguien desde adentro”, pues el ataque fue quirúrgico. Esto prendió todas las alarmas.
En las esquinas del Dahiyeh se ven grupos de hombres de civil; son militantes cuidando el territorio. “Nosotros no tenemos miedo a Israel, ellos nos tienen miedo a nosotros, le ganamos dos guerras al ejército más grande del mundo, Alhamdulillah!”, dice el muchacho mientras toma un café junto a un pequeño carrito que vende infusiones y bebidas.
El ambiente en los suburbios es tenso, “podemos entrar en guerra nuevamente, pero no nos importa morir”, remarca Alaa, sonriendo con naturalidad. “Hay una felicidad muy nuestra en la Resistencia, es una forma de vida, siempre y cuando sea defendiendo nuestra tierra y nuestra gente”, agrega la joven.
Estos suburbios tienen una identidad cultural y política propia. El lugar es notablemente más pobre que el resto de Beirut. Abundan las mezquitas, pero también hay iglesias cristianas. Está plagado de simbolismos. Las banderas amarillas, blancas y algunas verdes marcan el territorio a manos de cada quién. Pero quien gobierna es Hezbollah. El Dahiyeh guarda la historia de integración e irrupción de la comunidad chiíta en la sociedad libanesa. Es preciso escarbar para entender por qué es objetivo de los ataques israelíes.
Hasta las raíces
Para entrar al Dahiyeh es obligatorio ser recibido por alguien de la zona. Aunque no hay barreras, el territorio cambia. Se debe tomar la avenida Damasco, que alguna vez fue la “tierra de nadie” durante la guerra civil. Aunque pasaron treinta años del final de ese episodio sangriento, muchos edificios están agujereados por las balaceras. Es un desgarro que no evita el ojo distraído. El cuero de Beirut, cuna de la filosofía antigua, está plagado de cicatrices sin sanar. Úlceras a punto de reabrirse e infectarse tras la guerra civil sectaria e internacionalizada. Las viejas trincheras están a la vista: dividían los barrios del Frente Libanes y del Movimiento Nacional Libanes. A los cristianos maronitas, los ortodoxos, los armenios, de los musulmanes sunitas, chiítas, drusos y los campos de refugiados palestinos.
En ese contexto se fue conformando el Dahiyeh actual, la fuente de poder de Hezbollah. En primer término, tras la Nakba palestina, en 1948, se construyeron campos de refugiados, como Burj el Barajneh y Sabra y Shatilla -que sufrieron una de las peores masacres en 1982 llevada a cabo por la Falange Cristiana y el ejército de Israel-. Por otro lado, la migración de la población chiita rural a la ciudad, tras décadas de modernización en el campo y el desplazamiento por los conflictos tanto en el sur como al este en el Valle del Beqqa. Este proceso y la guerra civil fueron factores clave para el despertar político y organizativo de los chiítas, que hasta ese momento no tenían partidos propios.
En esta historia para nada lejana, Musa al Sadr, un imán chiíta, comenzó a concretar las nuevas formas de organización política del chiísmo con programas propios y en oposición a las élites tradicionales. En 1974, crea el Movimiento de los Desheredados, que luego se transformaría en las Brigadas de Resistencia Libanesa, conocidas como Amal (esperanza). Más tarde, de su seno, surgiría Hezbollah.
La “Guerra de los Hermanos” entre Hezbollah y Amal, de 1988 a 1990, terminó de moldear a favor del primero el control del Dahiyeh y el sur del Líbano. La fuerza del apoyo popular se volcó hacia Hezbollah, porque sostenían una posición de defensa de la causa palestina, la caída del sistema político sectario en el país y la lucha contra Israel. Mientras tanto, Amal se centró en la coexistencia pacífica con Israel, puso en un lugar secundario al pueblo palestino y orientó su actividad política a la integración en Estado sectario libanés.
Al controlar el sur, Hezbollah tenía “acceso” territorial a defender al país de la ocupación israelí, considerada así por Naciones Unidas (ONU) desde 1978. Tras los Acuerdos de Taif, se avanzó con el desarme de las milicias, en 1991. Por entonces, una declaración del gobierno libanés calificó al Partido de Dios como movimiento de resistencia, otorgando el derecho legítimo de conservar las armas y consolidando una posición clave para su desarrollo durante las siguientes décadas.
La estrategia de Dios
El origen de Hezbollah no está del todo claro. La instauración de la República islámica, tras la revolución en Irán en 1979, se convirtió en un faro para los chiítas, lo que dio un impulso mayor a la conformación de partidos políticos islámicos en todo Medio Oriente. En ese marco, surge Hezbollah. En un principio, adopta un programa cuya meta es la conformación de un Estado Islámico similar al de Irán, como un medio para establecer la justicia social hasta la llegada del Mahdi (el imán oculto, o mesías para los chiítas) a la tierra.
Hezbollah hace su aparición pública en plena guerra civil libanesa con la publicación de la “Carta Abierta a los Oprimidos”, en 1985. La centralidad de su metodología es la lucha armada y la defensa de la comunidad chiíta -marginada y humillada-, la causa palestina, la lucha contra Israel y Occidente, y manifestando la lealtad al Líder Supremo iraní, Ruhollah Jomeini. Esto les permitió expandir su influencia rápidamente. Pero con la finalización de la guerra civil, se inicia un proceso de fuertes cambios de su programa, adaptándose a las nuevas situaciones de equilibrio del país. Todo esto, mientras sus milicianos combaten la ocupación en el sur de Líbano hasta la retirada de Israel en el año 2000.
Las nuevas tendencias del partido se dieron en un marco de reconstrucción del país tras quince años de guerra. Ese contexto fue clave para la instauración de un modelo neoliberal que enriqueció principalmente a la familia Hariri, de confesión musulmana sunita y aliada de Arabia Saudita. Esa situación permitió a Hassan Nasrallah, secretario general de Hezbollah desde 1992, avanzar en el programa de apertura política, de institucionalización e integración al régimen confesional libanés, manteniendo la centralidad de la defensa de los oprimidos, pero no solo los chiítas, sino de todos los y las libanesas sin importar su religión.
De esta forma, la organización puso en un segundo plano la instauración de un Estado Islámico para dar paso a una política de “reconciliación” con el resto de las comunidades, sobre todo la cristiana. A su vez, Hezbollah moderó sus pretensiones islámicas, reconociendo el carácter multiconfesional del país, adoptando una estrategia a largo plazo.
Un ejemplo es el Pacto de Mar Mikhael, una enorme iglesia católica que permanece en el Dahiyeh, donde Nasrallah y Michel Aoun, del Movimiento Patriótico Libre, sellaron una alianza entre cristianos y chiítas en 2006, hecho que cambió radicalmente la política libanesa desde ese momento. Pocos meses después, Israel comenzó la “Operación Justa Recompensa”, invadiendo Líbano por tierra, mar y aire, atacando principalmente los suburbios de Beirut para desarmar a Hezbollah. Pero Tel Aviv salió gravemente derrotado. Hassan Nasrallah calificó el triunfo de la resistencia libanesa como la “victoria divina”.
En paralelo, el partido fue desarrollando una extensa red de asistencia social, a vincularse con ONGs y a plantear la redistribución del ingreso desde el centro hacia las periferias “marginadas”, como el Dahiyeh, el valle del Beqqa, el sur y el norte del país. Además, lograron instalar importantes medios de comunicación y propaganda vinculada a la Resistencia, como la cadena Al Manar, donde la figura del “mártir” tiene una fuerte centralidad simbólica.
De esta manera, Hezbollah no solo consiguió hacerse con un enorme apoyo popular sino que se convirtió en un partido de masas. Al mismo tiempo que sostiene una estructura interna de cuadros políticos de carrera -basado en tenderos, profesionales, estudiantes, propietarios, pequeños empresarios-, mantiene un diálogo con todos los niveles de la política libanesa, siempre respetando el sistema político.
La evolución del partido revela un alto nivel de pragmatismo vinculado a su propia existencia y objetivos a largo plazo. Durante la Primavera Árabe, en 2011, Hezbollah se acopló a la visión iraní al ver las manifestaciones que tumbaron a Muammar al Gadafi en Libia, Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto, como un proceso de “despertar islámico”, mientras que en Siria la intervención fue distinta: apoyaron a Bashar al Asad, incluso enviando soldados durante la guerra que se desató en 2012 y que prosigue hasta la actualidad.
Por otro lado, en 2019 se desarrolló el movimiento Thawra contra el régimen confesional y la crítica situación económica en el país. Los protagonistas fueron jóvenes que encontraron nuevas formas de organización política, buscando derribar el actual sistema corrompido, basado en el sectarismo religioso, la malversación de fondos, el tráfico de drogas y, sobre todo, las políticas neoliberales que se sostienen desde la salida de la guerra civil. Hezbollah participó para reprimir ese proceso: el Partido de Dios estaba tan cuestionado como todo el régimen político que busca sostener.
La guerra en Gaza, la guerra en casa
Desde que Israel comenzó las masacres en Gaza, Hezbollah reanudó los combates en la frontera sur. Es un tablero complejo. Si bien Hezbollah mantiene una alianza táctica con Hamas, no desea involucrarse de lleno en una guerra a gran escala con Israel (como tampoco lo quiere su gran aliado Irán). Ahora tiene mucha responsabilidad de gobierno. Por ahora se observan bombardeos cruzados. Hezbollah ataca solo objetivos militares. Casi todos los partidos políticos participan, de una u otra forma, en la defensa de la frontera libanesa. Por su lado, Israel bombardea a civiles, destroza aldeas y amplía el territorio en disputa: el sur del río Litani. Los campos de refugiados ya están abarrotados. Casi cien mil personas fueron evacuadas hacia ciudades como Tiro o Sidón.
Zaid, un granjero de 45 años, está viviendo con sus 11 hijos e hijas en una escuela técnica en Tiro. Allí, hay alrededor de doscientas personas usando el lugar, organizado para recibir refugiados. Zaid cuenta que perdió todos sus animales y sus olivos. “Hemos perdido el trabajo de quince años por los bombardeos, no sabemos si podremos volver a casa”, resume.
La frontera sur no está acordada desde la retirada israelí en 2000. Y para Hezbollah, que no reconoce al Estado de Israel, la negociación es complicada. Hay un acuerdo en agenda. La fuerza libanesa estaría dispuesta a abandonar militarmente el territorio entre el río Litani y la actual frontera demarcada por la ONU -o Línea Azul- a cambio de que Israel devuelva un territorio ocupado conocido como las Granjas de Shebaa y que detenga los ataques en Gaza. Pero la condición que exige el gobierno de Benjamín Netanyahu es que la “milicia chiita” deponga las armas. Una demanda destinada al fracaso. Porque Hezbollah logró echar fuertes raíces en todos los niveles de la sociedad libanesa, construyendo una hegemonía que le otorga el derecho a construir la soberanía nacional, pero también para sostener un orden de negocios rentables para los empresarios amigos.
*Por Santiago Montag, desde Líbano, para La tinta / Imagen de portada: Jeehad Jneid.
Algunas fuentes de consulta
-Fawwaz Traboulsi (2007). A History of Modern Lebanon, Pluto Press.
-Layla Dakhli (2016). Historia Contemporánea de Medio Oriente, Capital Intelectual.
-Renato Vélez Castro (2014). Hezbollah: tres décadas de resistencia en el Líbano (1982-2013), Universidad de Chile
-Chaya, Said. (2023). La vacante presidencial en el Líbano, Anuario de Relaciones Internacionales del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata. En https://shorturl.at/qwZ06, recuperado el 2/10/23
-Chaya, Said. (2019). Un Estado de Clérigos y Familias: apuntes sobre el origen del gobierno confesional en el Líbano (1861-1926). Perspectivas: Revista de Ciencias Sociales. 8 (4). Págs. 434-439. En https://bit.ly/3AJapFU, recuperado el 13/8/21
-Chaya, Said. (2018). El nacimiento de la II República Libanesa: entre el Acuerdo de Taif y la ocupación siria (1989-92). Otro Sur Digital, 6 (5). Págs. 36-49. En https://bit.ly/3g4e2hV, recuperado el 13/8/21-Chaya, Said. (2017). El proceso de institucionalización de Hezbolá (1975-2005). NEIBA: Cadernos Argentina-Brasil, 6 (1). En https://bit.ly/3fYBdKI, recuperado el 13/8/21