Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Normalización árabe-israelí. Los Acuerdos de Abraham, expresión de una alianza religiosa fundamentalista · por Hicham Alaoui

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

La guerra de Gaza ha eclipsado los acuerdos de normalización firmados en 2020 entre Israel, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos. Más allá de su dimensión geopolítica, se ha pasado por alto uno de los aspectos de esta alianza: a pesar de sus diferencias teológicas, los fundamentalistas de los tres grandes monoteísmos la han aprovechado para formar un frente común contra el liberalismo moral y los valores laicos, aunque la represión israelí en Jerusalén Este y las violaciones de los lugares santos también amenacen este aspecto del pacto. (Este texto fue escrito antes de los recientes acontecimientos en la región).

Cuando se firmaron los Acuerdos de Abraham en 2020, sus críticos los denunciaron como un cínico ejercicio de oportunismo geopolítico. Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, quería reavivar su decadente hegemonía negociando nuevos tratados de paz israelo-árabes, consolidando así el frente antiiraní y reforzando sus lazos con sus aliados árabes. Y estos aliados (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos) aceptaron la perspectiva de la normalización con Israel para asegurarse nuevos acuerdos comerciales, asistencia militar y otros beneficios. Marruecos esgrimió la especificidad de su herencia histórica (la presencia de una importante minoría judía en el país) para justificar un acercamiento a Israel, y esperaba que una mano tendida hacia Tel Aviv aliviaría la presión ejercida sobre él en relación con el Sáhara Occidental, al estar en juego el reconocimiento de la soberanía de Rabat sobre este territorio.

Finalmente, por su parte, Israel mejoró su posición internacional gracias a los acuerdos concluidos con los países árabes que, no por casualidad, comparten también su objetivo de contener a un Irán con capacidad nuclear militar.

Marginación de la causa palestina

Todos estos actores se beneficiaron de la marginación de la causa palestina, que se vio desconectada del resto de las crisis en Oriente Medio durante las revueltas de la «primavera árabe». Los Acuerdos de Abraham fueron el epítome de la cínica realpolitik. Sin embargo, otros Estados árabes se estaban posicionando de forma diferente en el tablero geopolítico. Argelia apostaba por que los acuerdos fracasaran, mientras que Qatar prefería mantenerse al margen de la contienda regional intentando desempeñar el papel de mediador, como había hecho en Afganistán.

Sin embargo, aunque la nueva ronda de acuerdos de normalización árabe-israelí comenzó como un ejercicio de conveniencia geopolítica, se ha convertido en algo muy distinto. La lógica estratégica que dio origen a estos tratados ya no es del todo válida. A medida que Estados Unidos se retira de Oriente Medio, los Estados de la región ya no necesitan la validación estadounidense para hablar de paz e innovar en su política exterior.

El temor común a la agresión iraní ya no basta para explicar la normalización israelo-árabe: el reciente acercamiento entre Riad y Teherán no ha disminuido el impulso de normalización. Aunque Arabia Saudí se muestra más cauta debido a su posición simbólica como guardián de las dos ciudades santas de La Meca y Medina, está negociando a través de la administración del presidente estadounidense Joe Biden para obtener los mayores beneficios posibles de una paz separada con Israel. La realpolitik también está impulsando a algunos Estados árabes a forjar alianzas estratégicas con Israel para mejorar su posición económica o política.

Hay otro factor, aparte de la geopolítica, que nos ayuda a comprender los Acuerdos de Abraham: la radicalización religiosa. Los acuerdos reúnen a una inesperada coalición de países que afirman hablar en nombre de su fe mediante una formulación específica de ideales fundamentalistas. Si el uso del nombre del profeta Abraham para designar estos tratados de paz subrayaba inicialmente la tolerancia ecuménica entre las religiones judía, cristiana y musulmana, ahora indica una alianza extremista contra la democracia liberal.

Las teorías de Samuel Hungtinton

Los actores fundamentalistas se han convertido en predominantes en el contexto político de Israel y Estados Unidos, y siguen estando muy presentes en los Estados árabes. En Israel, los fundamentalistas judíos de derechas dominan el gobierno y dictan su posición sobre la cuestión palestina. En Estados Unidos, el ala evangélica del Partido Republicano tiene un fuerte arraigo en el movimiento conservador y se confunde también con la tendencia populista del movimiento Make American Great Again (MAGA) de Trump. Para los países árabes que firmaron los Acuerdos de Abraham, la situación es más compleja. Los gobernantes autoritarios están imponiendo el control del Estado sobre el islam, mientras que hasta ahora los actores religiosos arraigados en la sociedad, desde los ulemas tradicionales hasta los grupos fundamentalistas como los islamistas y los salafistas, han podido coexistir con el islam oficial. Afirman apoyar una versión moderada del Islam, pero en realidad aplican el fundamentalismo de Estado. Rechazan la secularización en el sentido filosófico del término, porque monopolizan y regulan la práctica de la fe musulmana en la vida social.

Estas tres fuerzas -musulmana, cristiana y judía- dominan sus respectivas sociedades. Sus visiones mutuas también han cambiado rápidamente. Hasta hace muy poco, se consideraban rivales. El antisemitismo cristiano y musulmán se dirigía contra la diáspora judía, mientras que los sionistas veían a la mayoría de los cristianos y musulmanes como una amenaza para su sueño de una patria judía. Términos como «cruzada» y «yihad» ilustraban cómo cada movimiento fundamentalista percibía el «choque de civilizaciones». En esta visión del mundo desarrollada por el politólogo estadounidense Samuel Huntington, la religión se consideraba el fundamento de la cultura, e incluso las personas secularizadas se identificaban con sus correligionarios de facto. La línea divisoria dividía el mundo entre sociedades consideradas homogéneas (cristiana, judía o musulmana). Se consideraba que un obispo francés estaba más cerca de un francmasón francés que de un imán inmigrante del norte de África.

Sin embargo, esta visión de competencia interreligiosa ha sido sustituida entre los fundamentalistas por una alianza formada para promover valores comunes. Las guerras culturales han sustituido al viejo paradigma huntingtoniano del conflicto civilizatorio. Cada facción religiosa ya no es reacia a unir fuerzas con sus primos abrahámicos lejanos contra sus hermanos y hermanas seculares más cercanos -judíos, cristianos o musulmanes- que discrepan de su teología y critican su política. En Estados Unidos, los cristianos evangélicos ven en el liberalismo secular una amenaza igual, si no mayor, que cualquier religión competidora. Los fundamentalistas cristianos intentan construir una coalición mundial de conservadores religiosos de todas las confesiones para luchar contra el enemigo ateo. Se alían con los populistas europeos, se apoyan en el nacionalismo blanco, desconfían de toda política de izquierdas y consideran a Vladimir Putin un cruzado cristiano.

Actores político-religiosos radicalizados

Al mismo tiempo, los grupos judíos ultraortodoxos han socavado la política israelí. Las tensiones entre estos movimientos y los judíos secularizados son tales que los primeros ya ni siquiera consideran judíos a los segundos. Ya no se movilizan para defender a la diáspora contra el antisemitismo, porque una gran parte de esta diáspora se ha secularizado o rechaza sus opiniones políticas y teológicas. Así que esta ala fundamentalista judía no tiene ningún problema en aliarse con populistas occidentales antisemitas que también apoyan a los nacionalistas cristianos blancos. Por ejemplo, Benyamin Netanyahu ha calificado al primer ministro húngaro Viktor Orban de «verdadero amigo de Israel», a pesar de sus ataques antisemitas contra el multimillonario estadounidense George Soros. Más recientemente, en mayo de 2023, una delegación del partido de extrema derecha Demócratas Suecos, cuya plataforma pide la prohibición de la circuncisión, realizó una gira por Israel.

En el Golfo, los Estados árabes que antaño pretendían representar al Islam mundial han dado un paso atrás. En Arabia Saudí, el príncipe heredero Mohamed Ben Salmán ha abandonado la tradicional postura saudí de promover los ideales wahabíes como instrumento de poder blando. Aunque el rey Salman conserva su título de guardián de los lugares santos de La Meca y Medina, ni los dirigentes del país ni la mayoría de los demás gobiernos árabes defienden las posturas religiosas del pasado, que antaño fueron fundamentales para sus reivindicaciones políticas en la escena internacional. Ya no hacen causa común con los palestinos. Tampoco se apresuran a defender a las víctimas musulmanas de la islamofobia en Occidente ni a las minorías musulmanas atacadas en otros lugares, como los uigures en China.

Estos tres actores «religioso-políticos» radicalizados también albergan una profunda hostilidad hacia las voces democráticas de sus propias sociedades. Para los fundamentalistas judíos de Tel Aviv, el enemigo es la corriente judía laica que intenta frenar los peores excesos del expansionismo sionista en Palestina y el dominio ultraortodoxo del Estado israelí. Los evangélicos estadounidenses detestan a los defensores liberales del cosmopolitismo y la inclusión política, que amenazan con globalizar una nación que, en su opinión, debe seguir estando radicalmente dominada por los blancos. Por último, los Estados árabes temen una movilización popular en favor de la dignidad encarnada en las «primaveras árabes» y que sigue siendo portada por un gran número de jóvenes para quienes el compromiso político debe hacerse en nombre de la tolerancia y los derechos humanos.

Para los tres grupos, los Acuerdos de Abraham representan una cómoda unión de intereses. La parte israelí puede proceder a la anexión de Palestina, mientras que los evangélicos estadounidenses pueden consolidar su supuesta defensa de la civilización occidental, y los regímenes árabes pueden reforzar sus capacidades militares y sus tecnologías de control de la población. Es esta coalición de radicales religiosos la que apoya los acuerdos de normalización.

Israel, el eslabón débil

Sin embargo, estos acuerdos se enfrentan a una amenaza inesperada. Siempre ha sido ingenuo pensar que estas fuerzas religiosas y políticas permanecerían en un equilibrio armonioso. Pero este equilibrio se está rompiendo en Israel, el único país de Oriente Próximo con instituciones liberales, pero exclusivamente para judíos. Es la propia «democracia» israelí la que se ha convertido en el eslabón débil de este edificio. Las recurrentes movilizaciones de masas contra las políticas autoritarias de Netanyahu han desencadenado una crisis política, anunciando un nuevo ciclo de inestabilidad gubernamental, con la posibilidad de elecciones anticipadas y un cambio de liderazgo.

Estas manifestaciones contra el carácter cada vez más excluyente y abusivo del Estado israelí apuntan a contradicciones más profundas dentro de la nueva alianza religiosa. Los sionistas radicales no dudan en atacar a los cristianos, como en Jerusalén, con la complicidad de las instituciones judiciales y policiales del país. Pero también tienen que enfrentarse a otra realidad: de cara al exterior, los cristianos evangélicos ven Israel como una mera etapa en el camino hacia el regreso del Mesías y no les preocupa la permanencia de un Estado judío. Del mismo modo, los repetidos ataques de los sionistas radicales contra la mezquita de Al-Aqsa simbolizan no sólo el despojo de Palestina, sino una agresión espiritual contra la fe de todo el mundo musulmán y, por tanto, contra cualquier idea de coalición de religiones. En este sentido, todo el marco regional creado por los Acuerdos de Abraham corre el riesgo de derrumbarse bajo el peso de sus propias paradojas.

Hicham Alaoui

Profesor de la Universidad de California, Berkeley. Autor de Pacted Democracy in the Middle East: Tunisia and Egypt in Comparative perspective, Palgrave Londres 2022. Coautor con Robert Springborg de Security Assistance in the Middle East, Challenges and the Need for Change, Lynne Rienner Publishers 2023.

Fuente: Orient XXI el 12 de octubre de 2023 https://orientxxi.info/magazine/les-accords-d-abraham-expression-d-une-alliance-religieuse-fondamentaliste,6760

Temática: Israel, Palestina

Traducción: Antoni Soy

Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share