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Otro caso de discriminación

Rosa Guindzberg se convirtió hace décadas y vivió su vida adulta como judía. Pero al morir el 10 de abril no le permitieron a la familia enterrarla en el cementerio comunitario. Una dura carta abierta del cuñado.

Volvió a ocurrir. Rosa Guindzberg falleció el 10 de abril pasado y pese a que se convirtió al judaísmo hace varias décadas para casarse con Rubén, no pudo ser enterrada en el cementerio judío de La Tablada. Su inhumación debió hacerse en la Chacarita. Ella contrajo matrimonio con Rubén en el templo de la Nueva Comunidad Israelita, en Belgrano, criaron a su hijo en escuelas judías, “vivió 28 Pesaj, 28 Rosh Hashana y 28 Yom Kippur. Una vida dentro de la comunidad de la que fue expulsada luego de morir”, escribió en una carta abierta su cuñado, Oscar Guindzberg. La realidad es que los cementerios de la comunidad judía han estado siempre en la órbita del sector ortodoxo del judaísmo, más todavía en los últimos cinco años, en que consiguieron la presidencia de la AMIA, justamente la mutual que está a cargo de los cementerios.

La carta abierta de Oscar tiene un título duro: “Me da vergüenza ser judío”. Dice en el texto: “Siempre estuve orgulloso de ser judío: la comida, la música, la solidaridad dentro de la comunidad. Ahora me da vergüenza. No le permitieron a Rosa ser enterrada en un cementerio judío, porque ella no había nacido judía, sino que se convirtió al judaísmo siendo adulta. Convertirse al judaísmo no es tarea fácil, sobre todo desde lo sentimental, porque significa renunciar a una forma de vida que tenía previamente.”

La historia de las conversiones en la Argentina es asombrosa. En los años 20 del siglo pasado existió una organización mafiosa judeo-polaca, la Tzvi Migdal, que traía chicas engañadas desde Polonia a las que obligaban a ejercer la prostitución. Para evitar que los mafiosos no judíos se convirtieran al judaísmo, se prohibieron las conversiones. Y la ortodoxia acepta las realizadas en Israel, aunque también en Uruguay o Chile, siempre que sean realizadas por rabinos de esa corriente. Pero, además, en distintas provincias no rige: en Santa Fe o Entre Ríos no tienen la actitud discriminatoria de impedir el entierro de personas convertidas.

Este diario ya publicó en 2008 lo señalado por el rabino Daniel Goldman, de la Comunidad Bet-El, cuando se le impidió el entierro a tres personas. Una llevaba convertida 48 años y otra simplemente fue considerada dudosa.

A la familia de Rosa no le ofrecieron ser enterrada en un sector nuevo del cementerio que los dirigentes de la AMIA están construyendo para enterrar allí a los que se convirtieron. Dirigentes de la Mutual le hicieron llegar a su esposo, tardíamente, el ofrecimiento. Oscar, el cuñado de Rosa, considera que no es solución, sino un nuevo acto de discriminación: “Yo creo que está bien que exista ese sector, pero para la minoría que no quiere ser enterrada cerca de judíos conversos”.

“Esta es una solución que no es una solución, sino que, por el contrario, consolida la discriminación –señaló en su momento el rabino Goldman–. Un judío convertido es un judío y debe ser enterrado con todos los demás judíos. En lugar de existir un cementerio manejado por los ortodoxos, tiene que haber un cementerio donde puedan ser enterrados todos los judíos. Las familias tienen todo el derecho a estar en el mismo lugar que sus miembros que se convirtieron al judaísmo. Y yo también tengo derecho a estar enterrado en el mismo lugar que mis hermanos convertidos”, sostuvo Goldman. El rabino de la comunidad Bet-El insistió también en reclamar que la AMIA no tenga un rabinato oficial, lo que excluye a las demás corrientes del judaísmo.

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