Los habitantes de Tombuctú creyeron que era una intimidación más, cuando los yihadistas anunciaron el bloqueo de esta ciudad de Malí. Ahora viven casi desconectados del mundo y sufren la dura realidad, con un comercio bajo mínimos y preocupados por su seguridad.
«Pensábamos que eran mensajes de boquilla, lanzados para sembrar psicosis», cuenta Abdul Aziz Mohamed Yehiya, un representante de la sociedad civil. «Pero lo que estamos viviendo ahora es exactamente un bloqueo».
El Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (GSIM), una alianza yihadista afiliada a la red Al Qaida y en lucha desde hace años contra el Estado maliense, anunció en unos mensajes en agosto que declaraba «la guerra en la región de Tombuctú».
Un comandante local de la organización, Talha Abu Hind, avisó de que en virtud de eso los camiones procedentes de Argelia, Mauritania y otros países ya no podrían entrar en la zona. Y los que lo hicieran serían «atacados y quemados».
Los testimonios recogidos in situ y por teléfono por la AFP cuentan en qué se ha convertido la vida cotidiana para las decenas de miles de habitantes de esta ciudad con una historia y un patrimonio multiseculares, donde los camiones ya no entran, donde uno arriesga la vida al salir de casa, y donde escasean productos de primera necesidad, cuando no cae algún que otro obús.
Algunos habitantes hablan a cara descubierta, y otros piden anonimato.
Un habitante que recién regresó a Tombuctú en motocicleta cuenta que en la carretera era prácticamente el único. «Sólo vi yihadistas fuertemente armados con ametralladoras de 12,7 mm en moto», asegura.
Al ser tan peligrosa la carretera, el río Níger, al sur, era una buena alternativa para el transporte de bienes y personas.
Pero esta opción se acabó el 7 de septiembre con un ataque a un ferry, imputado a los yihadistas, en el que murieron decenas de civiles. La navegación quedó suspendida hasta nueva orden, según dice un agente de la compañía fluvial.
«Insostenible»
En cuanto al transporte aéreo, Sky Mali, la única empresa que trabaja con Tombuctú, anuló sus vuelos tras un ataque con obuses en el perímetro del aeropuerto.
Los yihadistas han extendido su influencia a las zonas rurales alrededor de las ciudades, no tanto para apoderarse de ellas, sino para aumentar la presión sobre el Estado.
La junta militar, confrontada a problemas de seguridad en casi todo el país, minimiza los efectos del bloqueo, al que no se refiere con este término.
En ese sentido, el primer ministro, Choguel Kokalla Maiga, exaltó la resiliencia de los lugareños en un encuentro a principios de mes con representantes de Tombuctú.
«Durante un momento, hay que sacrificarlo todo para invertir la tendencia. Y eso se hace con dolor».
Mientras tanto, el comercio en Tombuctú languidece.
«Sólo hay camiones aparcados que no pueden ni moverse. Ahora mismo no entra ningún camión en Tombuctú», cuenta Umar Baraka, presidente de una asociación juvenil.
«Estamos en crisis», y se echan en falta azúcar, leche y aceite, abunda Baba Mohamed, un comerciante. «Si la cosa sigue así tendrán que cerrar muchas tiendas», añade inquieto.
La falta de productos se traduce también en especulación.
«El litro de gasolina cuesta 1.250 francos (2 dólares), mientras que antes se pagaban 700 francos», constata Umar Baraka.
«La situación es insostenible, la población de Tombuctú está sufriendo», lamenta Abdul Aziz Mohamed Yehiya, figura de la sociedad civil.
Y a todo eso se añade el problema fundamental de la seguridad, máxime con la retirada de la misión de la ONU por voluntad de la junta militar que gobierna Malí. Desde el inicio de su retirada, los yihadistas han redoblado su presión.
«La gente solía salir a divertirse. Pero eso está desapareciendo, por las caídas de obuses en medio de la calle. La gente tiene mucho miedo», cuenta una vecina.