Los nuevos «asesores patrióticos» estarán encargados de inculcar desde el primer día de clase «valores morales y espirituales» a sus alumnos y enseñarles, entre otras cosas, que «Ucrania no es un país»
Andrei tiene 8 años, le gustan los superhéroes y, de momento, también ir al cole. Cada 1 de septiembre en toda Rusia las escuelas son una fiesta: profesores y profesoras reciben flores y los estudiantes presentan coreografías. Hoy, Andrei se encontró con una que no había preparado: cantar el himno ruso mientras se iza su bandera. Por órdenes del Kremlin, este ejercicio se repetirá cada vez con más frecuencia: Rusia tiene a muchos países en contra, pero en casa todos deben estar a favor.
«¿A favor de qué?», preguntan inocentes los niños. El patriotismo del gobierno se lo va a explicar durante el curso que empieza. Las escuelas de 45 regiones rusas deben contar con «asesores patrióticos» desde el primer día de clase, según un decreto presidencial emitido en junio. Serán responsables de inculcar el patriotismo y los «valores morales y espirituales» en los niños como parte de un nuevo programa educativo.
El presidente ruso, Vladimir Putin, dio en junio dos meses de plazo a miles de escuelas rusas para que nombrasen «asesores sobre los principios del trabajo educativo» para inculcar estos «valores» en los estudiantes. Las escuelas en otras 40 regiones deberán hacer lo mismo para el año escolar 2023.
La obediente oposición parlamentaria está de acuerdo en que lo que hace falta es más patria y menos debate: «Un país, un presidente, una victoria», clamó el líder de los ultranacionalistas rusos, Leonid Slutsky, en el funeral de Daria Dugina, la hija del ideólogo del conservadurismo ruso.
Son las nueve y ocho minutos de la mañana, los estudiantes tiran de la cuerda con algo de indecisión. La bandera empieza a subir y una versión resumida del himno suena por megafonía. Los padres, que se han quedado a la ceremonia sobre todo para grabar en el móvil la actuación de sus hijos o lo elegantes que van, siguen con la mirada sus tres colores: blanco, azul y rojo. El mismo rojo sangre que algunos disidentes contrarios a la guerra han querido borrar de la bandera rusa para que pase a ser pacífica: blanca, azul y blanca.
Casi nadie canta el himno, aunque algunos mueven los labios demostrando que se lo saben: «Falta costumbre», admite Viktoria, madre de una niña de siete. El pequeño Andrei canta a pleno pulmón: «Esta también me la se», le dice a su madre. «Él es más patriota que yo», confiesa Olga, su madre, que ha vivido un año triste «sin poder viajar como antes» por las sanciones derivadas de la agresión de Rusia a su vecino.
Al otro lado de la calle algunos padres se han refugiado del viento fresco del primer día de septiembre en una cafetería tras escapar de la ceremonia. En el portal de al lado alguien ha escrito con tiza blanca: «Putin ubiytsa» (Putin, asesino). En las escaleras, junto al cuarto de contadores, otro valiente ha garabateado con rotulador negro «Niet vainie», (no a la guerra). Son palabras prohibidas que hacen que algunos paseantes miren de reojo.
«UCRANIA NO ES UN PAÍS»
La oposición a la guerra es débil, callada, pero asoma en los espacios menos expuestos. El gobierno lo sabe, y quiere dar la batalla en los lugares públicos, en los medios y también en la escuela. Los docentes tienen miedo de hablar en los medios. Cuando empezó la guerra -algo que en Rusia es necesario calificar como ‘Operación Militar Especial’- recibieron un argumentario y una orden: trasladar esas ‘ideas’ a los alumnos. En cuestión de semanas algunos niños empezaron a llegar a casa diciendo que Ucrania no es un país, que Zelenski es una mala persona y que los soldados rusos «nos están protegiendo».
Algunos docentes se negaron a colaborar. En muchos casos fueron puestos en manos de la inspección. Lo importante es que el ejemplo no cunda y, por eso mismo, antes de que acabase el curso pasado, el presidente de la cámara baja del parlamento ruso, Viacheslav Volodin, criticó a los maestros que se opusieron a la guerra y les pidió que dimitiesen.
La mayor falta de entusiasmo respecto al ataque a Ucrania se encuentra entre los estudiantes de secundaria y universitarios, quienes «tienen el nivel más alto de negativismo, con un 35%, muy contrarios a la guerra«, según los responsables del Centro Levada. Por eso, en clase les van a explicar no solo lo que hizo Catalina la Grande y el área del triángulo, sino lo que está sucediendo cada día. Con el punto de vista del gobierno, claro.
Entre las actividades estará la discusión activa de eventos, en la que los maestros ayudarán a guiar a los alumnos a través de las noticias del día, infestadas -según dice el discurso oficial- de «mentiras occidentales». Estudiantes de toda Rusia asistirán a clases semanales con películas de guerra y recorridos virtuales por Crimea. «Hay que saber contagiarlos de nuestra ideología», dijo antes del verano el director de proyectos sociales del Kremlin, Serguei Novikov en una reunión con maestros.
Algunos padres están ya hartos del patriotismo, la guerra y las sanciones: «Estoy cansada, quiero avanzar pero no tengo dónde ir», lamenta Elena, que vive en Rostov, al sur de Rusia. Cerca está la frontera ucraniana, donde han muerto miles de personas. «Y aquí nos han cerrado el Zara y otras marcas, menudo lío comprar la ropa de la vuelta al cole», dice con indiferencia. El patriotismo es cosa de la escuela. Y la guerra, algo que está todo el día en la televisión. El resto son pintadas a escondidas, protestas casi siempre sin autor.