Tras cuatro semanas de espera después de su reelección, el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, ha nombrado a su primer ministro y su nuevo gobierno. Así ha iniciado la campaña electoral para las generales, buscando centrar esa campaña en sus promesas políticas.
Los medios, recogiendo la comunicación presidencial, han calificado a la primera ministra, Élisabeth Borne, de “mujer de izquierdas con sensibilidad ecológica”. Es una invención. Borne es una funcionaria de Estado, y sus credenciales supuestamente “de izquierdas” son haber integrado gabinetes de ministros socialistas. Desde 2017, ha sido ministra de Macron con tres carteras diferentes, recortando pensiones de mayores y subsidios de paro e iniciando la privatización de ferrocarriles. Para Le Figaro es “una mujer de izquierdas capaz de implementar reformas de derecha”.
Algo me parece bien: la primera ministra es una mujer, por segunda vez en siglo y medio de república, y es hija de un inmigrante. Su padre, Joseph Bornstein, nació de padres emigrados del Yiddishland —las regiones de Europa oriental con una importante población judía— y era apátrida. Fue resistente, arrestado y deportado, sobrevivió a Auschwitz y Buchenwald. Al obtener la nacionalidad francesa en 1950, eligió llamarse Borne, apellido de su falsa documentación de resistente. Sus hijas eran pequeñas cuando se suicidó; obtuvieron el estatuto de “pupila de la Nación”, con acceso a importantes becas y ayudas. La futura primera ministra superó el concurso de entrada en la escuela politécnica y salió funcionaria del cuerpo de ingenieros de puentes y caminos, los “X-Ponts”. Puro producto del “elitismo republicano”.
Mélenchon afirma que va a ganar las generales y será primer ministro, rectificando así el resultado de las presidenciales
La promoción mediática del nuevo gobierno ya ha tropezado con un escándalo que implica a Damien Abad quien, dos días antes de integrar el ejecutivo, era presidente del grupo de diputados de derechas… en la oposición. En cuanto fuera nombrado ministro, han surgido contra Abad acusaciones de violencia sexual, torciendo el plan de comunicación de Macron.
Mejor le ha ido el nombramiento del historiador Pap Ndiaye como ministro de Educación nacional. Además de ser negro, Ndiaye es conocido por su simpatía hacia las corrientes “interseccionales” e “indigenistas” que se han expandido en la izquierda. Las derechas han cargado inmediatamente contra un ministro acusado de abrir paso a lo ‘woke’ y al islamismo, mientras el líder de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon, lo ha calificado de “gran intelectual (…) renegado”.
Mélenchon ha conseguido copar las portadas al fraguar una amplia y sorprendente alianza de los principales partidos de izquierda. Las cúpulas de los partidos verde, comunista y socialista se han presentado en la sede del partido de Mélenchon, France insoumise, y han acordado presentar candidaturas bajo el paraguas de una “Nueva unión popular, ecológica y social”, NUPES.
El sistema electoral francés explica ese acuerdo. Los 577 diputados son elegidos en circunscripciones de las que sale ganador el que consiga más de 50%, sea en la primera vuelta o en la segunda. Si se presenta en cada circunscripción un solo candidato de izquierda, las posibilidades de ganar diputados se multiplican. Sin esa alianza, los partidos aplastados en las presidenciales arriesgan con quedarse sin grupo parlamentario, puede que sin diputado.
La absoluta genialidad propagandística de Mélenchon ha sido presentar esa alianza defensiva de forma ofensiva: afirma que va a ganar las generales y será primer ministro, rectificando así el resultado de las presidenciales.
Francia ha conocido tres periodos de “cohabitación” entre un presidente de la República y un primer ministro de una oposición ganadora de las generales. Pero en las seis ocasiones en las que las generales se han celebrado en la racha de las presidenciales, siempre han dado la mayoría al presidente de la República.
El voto en las generales no reproduce exactamente el voto en las presidenciales, y además la abstención suele ser más importante. Pero incluso si se mantuvieran los votos de las presidenciales, la simple proyección de esos votos le daría la mayoría absoluta a Macron en el congreso de diputados.
Para ganar, es urgente acallar divisiones y confiar en el líder, aparcar toda crítica y guardarse de traidores
Macron no reúne consenso en el país, ni mucho menos, y es verdad que se nota la movilización del electorado de izquierdas. Pero también se nota la movilización del electorado de Macron, después de unas presidenciales en las que han conseguido un resultado robusto en las dos vueltas. Y la extrema derecha liderada por Marine Le Pen tampoco decae.
Lo que sí está claro es que Mélenchon conseguirá suplantar al partido socialista y alzar su movimiento como hegemónico a la izquierda de Macron. El voto de izquierdas irá a los candidatos de la NUPES, y eso a pesar de los muchos recelos y hasta inquietudes de los votantes hacia el personaje Mélenchon.
El ambiente es bastante diferente en los círculos activistas. Mélenchon les ofrece la promesa casi mesiánica de una victoria inminente contra Macron y el neoliberalismo europeo y mundial. Para ganar, es urgente acallar divisiones y confiar en el líder, aparcar toda crítica y guardarse de traidores. Ese “mesianismo sin mesías” como lo llamaba Derrida, ha sido el potente motor del movimiento comunista en los primeros años de la revolución rusa y, más tarde, del maoísmo. Por supuesto, el movimiento de Mélenchon no alcanza la potencia del leninismo y del maoísmo.
Pero es muy instructivo ver como ese fenómeno de fe consigue apoderarse de amplios grupos militantes y barrer todo atisbo de pensar por sí mismo. Volcados en la inminencia de la victoria, los creyentes de izquierdas desenchufan voluntariamente el cerebro para volcarse en un mundo virtual: el metaverso progre.
En el metaverso, se puede reivindicar la jubilación a 60 años, pero con 40 años cotizados, lo que significa jubilarse a los 65 años para la mayoría, o aceptar recortes. Eso levantaba potentes oposiciones de izquierda hace veinte años, ahora es super progre.
En el metaverso, la producción nuclear de electricidad no garantiza un suministro permanente, pero las “renovables” sí: afirmación autentica de Mélenchon (ya de multiverso de ciencia-ficción, con reglas físicas diferentes). Promete cerrar las centrales nucleares y a la vez reducir las emisiones contaminantes de 65%: eso significa encarecimiento espectacular de la energía y reducción drástica del consumo. Pero en el metaverso, el pueblo bajará con alegría su consumo en un mundo verde guay.
En el metaverso progre de Mélenchon, asaltar centros de vacunación en las Antillas es resistencia popular
En el metaverso, la guerra imperialista rusa en Ucrania no cabe en el relato. Basta con reinicializar el software y, ante la guerra, manos abiertas soltando palomas blancas de la paz. Ante la gravísima crisis de suministros de energía y de productos agrícolas que se avecina, circuito local ecológico; ante la inflación, bloqueo de precios.
La Comisión Europea, la Unión Europea y el euro son los malos, pero todo cambiará porque Mélenchon va a desobedecer, y para eso toma como ejemplo… España y Portugal.
No existe islamismo político en la versión digital de Francia del metaverso, solo hay que luchar contra la “discriminación religiosa” (según los términos del dirigente melenchonista Cocquerel) que sufrirían los musulmanes en Francia.
En el metaverso progre de Mélenchon, asaltar centros de vacunación en las Antillas es resistencia popular. Sé que en España, la gente de izquierdas no me cree cuando explico que Mélenchon ha secundado los peores bulos y movimientos antivacunas: que lean sus tuits, y los comparen con los de Bolsonaro o Trump… o Ayuso.
En el metaverso, es superrevolucionario destrozar, el primero de mayo, una tienda de productos contra los piojos pintando “fuck capitalism”, porque matan a seres vivos. Esa corriente “antiespecista” tiene candidatos a diputados por la NUPES, incluso uno cercano al “cómico” fascista antisemita Dieudonné.
En el metaverso, se puede apartar a un candidato que ha crecido en la barriada popular donde es militante de toda la vida, para presentar a una candidata “racializada”, es decir, mora. Para ello se tilda de “blanco” al joven militante… inmigrante chileno.
Y claro: en el metaverso los dirigentes son hermosos e infalibles, y todo ataque contra ellos es de los malos. Cuando han saltado en los informativos las acusaciones de violación contra el candidato Taha Bouhafs —hasta entonces conocido por sus simpatías islamistas y condenado por insultos racistas contra una policía mora—, se ha evidenciado que los dirigentes del partido de Mélenchon se habían puesto de acuerdo con él para que renuncie oficialmente por culpa de ataques supuestamente racistas. El grupo que trata en ese partido las supuestas agresiones sexuales está formado por dirigentes “feministas”: con ellas, las mujeres víctimas de Bouhafs aceptan “voluntariamente” no denunciarlo a la policía para no darle argumentos a la extrema derecha. Ante tal sorprendente “feminismo”, unos periodistas han investigado y todo apunta a que se ha protegido de la misma manera a otros dos diputados, uno de ellos muy cercano a Mélenchon.
Qué bonita nos está quedando la nueva izquierda, cuando la miras fuera del mundo virtual donde están buceando los militantes.
Para conquistar el poder como sea, Mélenchon apoya todo movimiento que se oponga a la política gubernamental, sin reparar en el contenido de tales movimientos. Se trata de incrementar como sea la conflictividad, para —según sus propias palabras— “convertir a un pueblo enojado en pueblo revolucionario”. No importa la verdad, no importa la realidad: solo importa la agregación de fuerzas. Mientras en España, Yolanda Diaz parece recoger el enfoque eurocomunista —compromiso histórico, reconciliación nacional—, la estrategia de Mélenchon nos hace recordar su juventud trotskista, donde se inició antes de trepar en el partido socialista.
En un reciente ensayo (Infocracia), el filósofo alemán Byung-Chul Han define “la crisis de la verdad”: “La crisis de la verdad se extiende cuando la sociedad se desintegra en agrupaciones o tribus, entre las cuales ya no es posible ningún entendimiento, ninguna designación vinculante de las cosas. En la crisis de la verdad, se pierde el mundo común, incluso el lenguaje común.”
Eso describe muy bien lo que vemos con Trump o con Ayuso en España. Pero también define a Mélenchon.
Desde cuarenta años, la izquierda no para de morir: desde su primera muerte con la caída del comunismo, seguida de su segunda muerte con Tony Blair y la destrucción de la socialdemocracia. Ahora afronta su tercera muerte con Jean-Luc Mélenchon, el Trump de izquierdas.