La crisis de la quema de los Coranes en Afganistán ha dado un dramático giro en contra de los intereses occidentales al clamar los talibanes venganza y pedir a los alrededor de 300.000 miembros de las fuerzas de seguridad afganas (Ejército y policía) que vuelvan sus armas contra sus instructores occidentales. Dos soldados de Estados Unidos murieron tiroteados luego por un afgano en la provincia de Nangharar, fronteriza con Pakistán y feudo de los insurgentes. Prueba de la gravedad de la situación es que el propio presidente Barack Obama ha presentado al presidente Hamid Karzai y al pueblo afgano sus “disculpas más sinceras” por “un error (…) cometido de forma inconsciente”.
Por tercer día consecutivo Afganistán era este jueves un polvorín de manifestaciones antioccidentales, en Kabul y otras localidades, que han costado ya la vida al menos a doce afganos en distintas provincias del país. También ha habido numeroso heridos.
De mucho mayor calado fue el incidente de Nangharar. “Cuando los manifestantes se acercaban a la base americana un soldado afgano disparó sobre los militares americanos y mató a dos. Luego se perdió entre la gente”, relató el gobernador de la provincia. La Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF, dirigida por la OTAN) reconoció lo ocurrido, pero declinó relacionarlo con las protestas o con el llamamiento talibán
Antes de estas dos muertes, y desde mayo de 2007, se habían registrado en Afganistán 43 incidentes en que un policía o un soldado afganos habían atacado a sus mentores occidentales. “Cada caso es único, aunque los talibanes se atribuyan el mérito”, decía la pasada semana el general Daniel Bolger, responsable de la misión de la OTAN para la formación de soldados, a preguntas del enviado especial de EL PAÍS. “La realidad es que solo en una mínima parte de los casos hubo inducción de los talibanes”.
El último incidente de gravedad de este tipo se produjo hace un mes en una base francesa de la provincia de Kapisa, al noreste de Kabul, cuando un militar afgano atacó a un grupo de soldados franceses desarmados y mató a cuatro e hirió a otros quince, ocho de gravedad. El asalto sacudió a Francia y al poco el presidente Nicolas Sarkozy anunció “el retorno de todas las fuerzas de combate [francesas] para finales de 2013”.
Aquel inesperado anunció unilateral sembró el caos en ISAF y dio lugar a otras manifestaciones también equívocas que requirieron un estricto golpe de disciplina en la reunión de ministros de Defensa aliados de principios de febrero para asegurar que no va a haber cambios en la estrategia aliada y que se seguirá en plena disposición de combate hasta la prevista fecha de salida de Afganistán, el 31 de diciembre de 2014. No obstante, y para aplacar a Francia y a otros aliados inquietos, los ministros encargaron una revisión a fondo de las medidas de control y seguridad para evitar la repetición de acometidas semejantes.
La ISAF podía vivir sin gran desgaste la amenaza de ataques esporádicos de ese tipo, de casuística muy variada y en escasas ocasiones ideológicamente motivada, según distintas fuentes castrenses. Como medida de precaución los responsables de las patrullas conjuntas abogaban por estar en alerta. “En nuestras patrullas, de unas 15 o 20 personas, siempre procuro que haya una mayoría de fuerzas nuestras, a razón de dos tercios y un tercio”, señalaba un capitán estadounidense.
Pero la inquietud occidental no ha pasado desapercibida a los talibanes que han decidido explotar a fondo ese flanco. Dos comunicados talibanes han pedido hoy a sus seguidores que no se conformen con manifestaciones y gritos y han apelado a que “las bases militares de los invasores, sus convoyes y sus tropas se conviertan en objetivo de valientes ataques. Matadles, apaleadles, hacedles prisioneros…”, se leía en uno de ellos, mientras el otro pedía “a todos los jóvenes integrados en los aparatos de seguridad del régimen de Kabul (…) que vuelvan sus armas contra los infieles invasores extranjeros”.
En la actualidad hay unos 305.000 soldados y policías afganos -que serán del orden de 352.000 en mayo-, que son instruidos o están desplegados codo con codo con los 130.000 militares de ISAF. Un caballo de Troya que puede causar estragos entre las fuerzas aliadas y, en cualquier caso, minar la confianza imprescindible para formar las fuerzas de seguridad llamadas a asumir creciente responsabilidad en la seguridad del país hasta culminar con el relevo en 2015.
La quema de los Coranes en la base de Bagram se produce mientras Washington y Kabul tratan de establecer los términos de una asociación estratégica a largo plazo que están resultando difícil de concluir. Karzai insiste en que Estados Unidos entregue a las autoridades afganas los alrededor de 3.000 insurgentes detenidos en la cárcel de Parwan –donde fueron confiscados los Coranes y otro material religioso que acabaron en la hoguera de la vecina Bagram al descubrirse que eran usados para pasar consignas y mensajes entre reclusos– y que ponga fin sus ataques nocturnos contra los insurgentes. Washington se niega a ambas medidas y el estallido de esta crisis le hará más arduo a Karzai pactar con Estados Unidos.
Afganos queman una bandera de EE UU en Helmand. / ABDUL MALIK (REUTERS)
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