La divisoria entre izquierda y derecha pasa por dos vectores fundamentales e inseparables, dice Oskar Lafontaine: el rechazo al modelo neoliberal y el rechazo a la guerra. No se puede ser de izquierdas sin combatir un sistema socioeconómico que pone el beneficio y la explotación en el centro de la economía humana hasta el punto de poner en peligro el futuro de la especie. No es de izquierda quien no repudia el dominio económico y militar de las naciones más fuertes en las relaciones internacionales. Es decir, la izquierda es: anticapitalismo, ecologismo, antiimperialismo y antimilitarismo. Lo que queda al otro lado es “derecha” aunque se llame verde o “socialista”. A partir de ahí los programas de transformación, las reformas, los pragmatismos y los posibilismos son cuestiones de táctica, objeto de legítimo y necesario debate, pero obviar alguno de estos vectores fundamentales, o sustituirlos por “estilos de vida”, deja al sujeto fuera de la izquierda.
La actual confusión, crisis y debilidad de la izquierda en Occidente tiene que ver con la falta de claridad respecto a este consenso general básico. La derecha es otro asunto. No está en crisis pero está dividida.
El libro de la periodista de derechas americana Anne Applebaum, Twilight of Democracy trata sobre eso. En el coro de plañideras por la división de la derecha, en un vector “liberal” y otro “iliberal”, fenómeno generalizado en Europa y Estados Unidos, el libro de Applebaum es ejemplar por la ceguera del asombro que expresa.
Applebaum es una cold warrior de los tiempos actuales, una puesta al día de aquel Robert Conquest ayudante del Pentágono en las cruzadas de la guerra fría, cuyo principal mérito fue multiplicar por cinco las cifras, ya de por sí suficientemente horrorosas, de la represión estalinista. Cuando Gorbachov abrió los archivos y los números de Conquest se hundieron estrepitosamente, el viejo agente del Information Research Department (IRD), la unidad secreta de propaganda de la inteligencia británica, tuvo la desfachatez de mantenerse en sus trece. Hoy sus libros están completamente desacreditados. Applebaum es una especie de segunda versión de eso.
Como Conquest, esta autora también escribió premiados libros militantes sobre el Gulag y la hambruna de Ucrania. Académicamente no aportan nada, pero encajan muy bien con la propaganda atlantista hoy requerida para mantener bien dividido el continente y bien demonizada a Rusia. Su último libro, traducido al español como El ocaso de la democracia, la seducción del autoritarismo, es interesante porque va más allá de ese servicio. Ejemplifica la incapacidad de la derecha “liberal” para explicar la génesis del trumpismo y sus epígonos europeos como reacción a la propia gestión neoliberal de las últimas décadas. Precisamente por eso, su éxito editorial está garantizado.
Applebaum llegó a Varsovia en 1988 como corresponsal de The Economist, sumó la particular visión polaca de la historia europea (“víctimas de los dos totalitarismos”) a su propio bagaje derechista y se casó en 1992 con el periodista Radosław (Radek) Sikorski, brillante estrella ascendente polaca de la derecha liberal europea que llegó a ser ministro de defensa y exteriores de su país. El libro de Applebaum expresa el asombro por la deserción en masa del liberalismo de la derecha polaca para abrazar el populismo trumpista de los hermanos Kaczynski, sus paranoias conspirativas y su curso retrógrado, antisemita, chauvinista y ultracatólico contra lo extranjero y diferente. En ese giro, la autora pierde amigos, se distancia de antiguos compañeros de viaje polacos y europeos, y a la hora de explicar los motivos elude cualquier examen introspectivo.
Desde finales de los ochenta, toda la reforma liberal-thatcherista de Leszek Balcerowicz (su nombre era invocado con devoción por los liberales de mentalidad estalinista de la escuela de Yegor Gaidar en la Rusia de los noventa) puso en manos del capital extranjero el patrimonio nacional, más del 30% de la industria y el 70% de los activos bancarios, así como el relato que de ello se hacía, el 80% de la prensa escrita. Y todo el proceso se hizo con nocturnidad, sin la menor consulta.
“El grueso de las decisiones estratégicas del devenir postcomunista del país fue tomado sin consulta o mandato democrático, el orden político que presidió la aplicación del liberalismo económico en Polonia fue en sí mismo una forma de autoritarismo sin control pese a estar apoyado por los demócratas liberales en Polonia y Occidente”, resume Gavin Rae. El referéndum que aprobó la constitución tuvo una participación del 43%, el ingreso en la UE fue apoyado por el 42% (2004) y la inclusión en la OTAN (1999) ni siquiera fue consultada. Es decir: el autoritarismo ahora denunciado ya era una realidad cuando los amigos de Applebaum estaban en el poder como respetables liberales europeístas y atlantistas.
La nueva economía llevó a dos millones de polacos a tenerse que buscar la vida en el extranjero mientras en 2012 el 25% del empleo era temporal. Convertido en símbolo de la corrupción elitista liberal, el propio marido de Applebaum fue pillado en el llamado “Waitergate” comparando las relaciones de Polonia con Estados Unidos con el sexo oral (algo bastante exacto y aplicable al conjunto de la UE) en el curso de una comida de 500 dólares a base de langosta a cuenta del erario público…
Todo esto tiene cronologías similares en muchos países de Europa. En Francia, con la sociedad más despierta, la reacción –lo que representa el lepenismo– fue mucho más temprana, pero cambiando fechas y nombres cada país puede aportar su propia crónica propiciadora de la marea antiliberal en el campo de la derecha.
En lugar de revisar los resultados de las décadas anteriores, Applebaum prefiere achacar el espectáculo polaco a explicaciones mucho más cómodas como el legado del comunismo, el conservadurismo de la Iglesia católica, las paranoias de la población y sus xenofobias. Su libro expone una deshonesta ceguera ante los desastres propiciados por la amplia derecha neoliberal, un espectro que no solo en Alemania incluye a verdes y socialdemócratas, y es como la traducción al europeo de la leyenda americana que explica el éxito popular del trumpismo en la “injerencia” rusa y otras simplezas.
La degradación de la mayoría, el obsceno enriquecimiento de unos pocos y el descrédito de los medios de comunicación en manos de magnates que han hecho “sexy” al autoritarismo desaparecen del análisis. En su lugar se propone una especie de psicoanálisis, sobre el rechazo del comunitarismo y de ese “estilo de vida” (Sarah Wagenknecht de Die Linke en su libro Die Selbstgerechten – Los Arrogantes) que también es casi el único atributo de gran parte de la “izquierda”. Igualdad y equidad reducidas a “igualdad de género” y similares, la broma del lenguaje inclusivo (gloriosamente rechazado en Francia), justicia como asunto identitario, y caridad hacia los emigrantes, que también la necesitan, en lugar de encarar el imperialismo, el belicismo, la deuda ecológica y el comercio injusto que está en la base de los flujos migratorios Sur/Norte.
En la última masacre de palestinos protagonizada por Israel en mayo, desencadenada por el ataque a la mezquita al-Aqsa de Jerusalén en pleno Ramadán (¿qué pasaría si la basílica de San Pedro del Vaticano se llenara de gases y balas de goma israelíes en Pascua?), el periodista brasileño Pepe Escobar presentaba así la realidad de la democracia liberal occidental realmente existente: “Bombardeamos sedes de medios de comunicación y destruimos la libertad de prensa en un campo de concentración a cielo abierto mientras prohibimos manifestaciones pacíficas (Francia) en condiciones de estado de excepción en el corazón de Europa”.
El asombro liberal expresa una incapacidad de comprensión relacionada con la decadencia de las democracias de baja intensidad occidentales en el siglo XXI y la deshonestidad intelectual de sus propagandistas.
Una encuesta de abril reveló que por primera vez la confianza del público en los medios de comunicación en Estados Unidos está por debajo del 50%. “Malas noticias para los periodistas: el público no comparte nuestros valores”, tituló The Washington Post, el diario propiedad del quinto hombre más rico del mundo de cuyo consejo editorial forma parte, precisamente, Anne Applebaum.
No es un asunto de hartazgo con la defensa del privilegio oligárquico, no es una cuestión de la obscena y sistemática justificación del statu quo imperial y de la grosera y más cínica manipulación informativa. Es un asunto de “tecnologías”, del “Internet”, de las “noticias falsas” –como si estas no fueran diarias en la prensa establecida desde siempre– cuando no culpa del pueblo ignorante que ha dejado de sintonizar con unos “valores”… Independientemente de estos diagnósticos, la reacción sigue su curso. A quienes no entienden su sentido solo les queda asombrarse.