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No es sólo religión, boato y turismo: la cara b del destrozo emocional en Semana Santa

Un nuevo ensayo desentraña el arraigo popular de la Semana Santa, especialmente en Sevilla, donde la fuerza del fenómeno va más allá de la fe.

El historiador César Rina muestra cómo el poder político y religioso ha tratado de controlar la Semana Santa, que ha tenido un envés popular, heterodoxo y hasta rebelde a menudo oculto tras el cliché.

El antropólogo Ángel del Río ilustra con la anécdota de un amigo ateo llorando ante la Macarena la importancia del barrio, la familia y la memoria.

No es tan pura como parece, ni siquiera tan religiosa. Ni mucho menos tan solemne. La Semana Santa que aparece descrita en el ensayo El mito de la tierra de María Santísima. Religiosidad popular, espectáculo e identidad, de César Rina (Centro de Estudios Andaluces, 2021), asoma al lector a una celebración con vetas populares, heterodoxas y hasta rebeldes, que ha vivido en una histórica tensión con su interpretación más canónica y que es clave para explicar su éxito. Rina, que no se ciñe a Sevilla pero sí le presta especial atención, nos muestra unacara bde la celebración –a menudo ignorada por un relato dominante hecho de religión y turismo– que también tiene su historia y sus hitos. Y que también se ve interrumpida con la segunda suspensión consecutiva de las procesiones.

La autoridad política y religiosa, como muestra el trabajo de Rina, ha tratado siempre de poner bajo control y encauzar la Semana Santa, mimando a los valedores de su línea oficial, dándole visibilidad y recursos públicos. Incluso sin procesiones, como volverá a ocurrir este año, la complicidad del mundo oficial cofradiero sigue siendo objeto de deseo del poder político, que ahora ha compensado a las hermandades con ayudas públicas extraordinarias. “Los enemigos natos de la Semana Santa son el cardenal y el gobernador”, escribió Manuel Chaves Nogales en Ahora en 1935, defendiendo que la celebración en Sevilla no es «ni de los curas, ni de los gobernantes», por más que se empeñen.

El periodista reivindicaba que la Semana Santa, más que religión, es barrio, familia y recuerdo. Y diversión, por supuesto. «Donde se supone que tendría que haber ayuno y abstinencia, hay jolgorio y pecado. Y luego el Domingo de Resurrección, que se supone que debería ser un día de gozo, lo que hay es depresión porque se ha acabado la diversión», sonríe el antropólogo Ángel del Río, que resume con una anécdota lo que es también –y a menudo no se conoce, o no se comprende– la Semana Santa: «Estaba viendo la Macarena con un amigo mío ateo, de izquierda, que no pisa una iglesia, y de repente se pone a llorar. Yo estaba sorprendido. Y me lo explicó: ‘Aquí lo que estoy viendo es a mi abuelo, a mi padre, a mi barrio, a mi gente'».

Perfiles similares a los de este ateo en lágrimas, o incluso capillitas convencionales, forman parte del público que ha convertido en un éxito la obra teatral Estrella sublimeuna comedia cargada de gags y transgresiones que es un auténtico fenómeno popular en Sevilla. Ángel López, director de programación de la Sala Cero, donde se representa, ha comprobado cómo los mismos que se arroban ante una imagen pueden reírse con un chiste sobre la misma, sin contradicción. «No olvidemos que en Sevilla la Semana Santa es una fiesta de la primavera. Aquí apenas tenemos carnaval. El fenómeno tiene más de cultural que de religioso», señala López. Dice que en Semana Santa es inútil abrir un teatro en Sevilla, entre otras cosas porque el teatro está en la calle.

El antropólogo Isidoro Moreno, referente en el análisis intelectual de la Semana Santa, combate cualquier visión reduccionista y tópica sobre la celebración, que encuadra dentro del concepto de «hecho social total», acuñado por el etnólogo francés Marcel Mauss. En este tipo manifestaciones la estructura social expresa todas sus dimensiones: religiosa, moral, política, familiar, económica, artística… «Cada cual elige su forma de participar», afirma Moreno, para quien la clave está en los factores «identitario» y «emocional», vinculados a la memoria familiar y al propio barrio. Son significados que suelen quedar eclipsados por un relato sobre la Semana Santa que destaca su dimensión religiosa y económica. Rina pone el foco en otro punto: en su capacidad de creación de comunidad en un mundo cada vez más globalizado. Eso también es la Semana Santa. 

Tensiones y choques

Lo religioso contra lo profano. Lo popular contra lo elitista. Lo oficial contra lo subversivo. El autor de El mito de la tierra de María Santísima, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura, recorre todas las tensiones que han rodeado a esta celebración, que este 2021 volverá a sufrir una no-edición, debido a la suspensión de las procesiones. Pero ni siquiera eso suspende sus contradicciones. De un lado, el mundo cofrade funciona con ayudas públicas. No en vano, el Gobierno andaluz de PP y Ciudadanos y el Ayuntamiento de Sevilla del PSOE han aprobado ayudas específicas, de ámbito autonómico y local, por valor de 3 y casi 1 millón de euros, saliendo en apoyo de unas cofradías en horas bajas. 

Al mismo tiempo que se trata de un tejido asociativo y de una fiesta subvencionada, la Iglesia trata de reivindicar su carácter estrictamente católico. «Por mucho que la Iglesia reivindique que la Semana Santa es católica, se trata obviamente de una fiesta pública, como demuestra el que esté subvencionada con dinero público», señala Rina. Y no es algo nuevo, recalca. Las procesiones no hubieran renacido en el siglo XIX con la fuerza que lo hicieron sin las ayudas municipales, explica Rina.

Y hay otra tendencia histórica. La derecha política, la jerarquía de la Iglesia y las cúpulas cofradieras han tratado de encauzar la Semana Santa hacia la pureza y el oficialismo, mientras otros sectores reclamaban su espacio e independencia. Isidoro Moreno, catedrático de Antropología y cita ineludible al hablar de los significados profundos de la religiosidad popular, lamenta que hoy en día las cofradías apenas defiendan ese margen de independencia y sean «cada vez más sumisas» al dictado del Arzobispado.

Rina detecta un «dualismo» entre las directivas de las hermandades, «identificadas con las élites políticas conservadoras», y el conjunto de los hermanos, con «perfiles ideológicos más diversos». Detrás, siempre, la Iglesia, en el caso de Sevilla el Arzobispado, que mantiene la vigilancia para que las cofradías se ciñan lo más posible a pureza católica del rito. En Sevilla, el Consejo General de Hermandades y Cofradías, que depende de la autoridad eclesiástica y constituye uno de sus brazos de influencia, es la es clave para la preservación de las tradiciones y el carácter católico de la Semana Santa. Similar esquemas siguen otras ciudades andaluzas. 

Instrumentalización política

La historia de la instrumentalización de la Semana Santa por parte del poder tiene anclajes antiguos. Es elocuente la estrategia de los borbones de buscar legitimación popular en Sevilla vinculándose a su imagen más señera, la Macarena: fueron hermanos la reina María Cristina (1892) y Alfonso XIII (1904), entre otros. El ensayo se detiene en cómo la cúpula eclesial, las élites cofradieras y la derecha no sólo protagonizaron el boicot a las procesiones de los años 1932 y 1933, en un intento de socavar el apoyo popular a la República, sino que luego el franquismo logró fabricar con éxito el mito de que había sido el régimen tricolor el que las había prohibido. La Estrella, del arrabal obrero de Triana, fue la única que se atrevió a plantar cara al boicot, como explica Rina. Su salida no fue un camino de rosas. Un ladrillo rompió un ala de un ángel, fueron arrojados huevos con gasolina y un anarquista llegó a disparar contra la imagen de la Virgen, mediando la intervención de las fuerzas del orden para evitar su linchamiento. No obstante, el apoyo popular a la procesión se convirtió, explica Rina, en un «alegato ciudadano».

Cartel propagandístico en la prensa local sevillana en 1933, recogido en el ensayo publicado por el Centro de Estudios Andaluces

Cartel propagandístico en la prensa local sevillana en 1933, recogido en el ensayo publicado por el Centro de Estudios Andaluces.

El mito de la tierra de María Santísima desmenuza además la apropiación y resignificación de la Semana Santa que hizo el franquismo, que pretendía superar su «noción festiva y espectacularizada», militarizando y fascistizando los rituales. Durante el régimen se siguieron produciendo tensiones entre las dimensiones oficial y popular de la Semana Santa. Tensiones con fondo político, por supuesto. ¿Un ejemplo? En 1941 salió por primera vez en procesión Jesús Despojado, cuya imagen era obra de Antonio Perera, un republicano del barrio de San Marcos, en pleno «Moscú sevillano», que la talló en la cárcel tomando como modelo la imagen de un compañero sentenciado a muerte. El obispado destituyó a la junta de gobierno de la hermandad.

Otro más. Millán Astray, en 1939, presidió como hermano mayor honorario el paso del Cristo de la Buena Muerte. En su honor sonó el Novio de la muerte al paso del crucificado por la Plaza de San Francisco, provocando el enojo del público sevillano, que quería silencio. La hermandad pidió que la banda de música de la Legión no volviera a salir con ella. Millán Astray no volvió a la Semana Santa de Sevilla, pero mantuvo su vinculación con el Cristo de la Buena Muerte, de Málaga, donde no había límites a la representación legionaria. Rina desvela la impostura de algunas supuestas tradiciones seculares. «Los legionarios empiezan a salir con la Buena Muerte en 1928, pero ya en 1930 en la prensa de Málaga se habla de una tradición eterna de la ciudad de Málaga», explica el autor. Los empujones entre políticos para lucirse en la Buena Muerte llegan hasta el presente. En 2018 hubo hasta cuatro ministros: Cospedal, Zoido, Catalá y Méndez de Vigo. Esa es la Semana Santa que sale en la foto. Pero no es la única.

Un conflicto histórico

La Semana Santa oficialista, purificada y conservadora contrasta en las páginas de Rina con otra popular, excéntrica, bohemia, en ocasiones canalla, que la mayoría desconoce. La historia ha ido enfrentando a los custodios del dogma con un pueblo en fiesta en toda su diversidad. El propio auge de las procesiones en el siglo XIX ya despertó la alerta de la jerarquía católica, que se resistió y trató de embridar una manifestación bulliciosa e imprevisible. El arzobispo de Sevilla llegó a prohibir cofradías alegando que entre sus miembros había inmorales y homosexuales.

En Semana Santa insólita (Almuzara, 2014), obra citada por Rina, los periodistas Eva Díaz Pérez y José María Rondón ya hicieron repaso a una celebración «subterránea, casi clandestina y ajena a la versión oficial», que demuestra que los caminos de la devoción son imprevisibles. El aviador republicano Ignacio Hidalgo de Cisneros anotó en Cambio de rumbolo frecuentes que eran los altares de la Macarena o el Gran Poder en las casas de prostitución. John Haycraft, autor de Babel en España (1958), se refirió a las procesiones como «borracheras eucarísticas», desarrolladas en un entorno «sensual y báquico». «Báquico» por Baco, dios del vino. En 1973 la delegación episcopal de Málaga pidió la revisión de todas las piezas musicales, después de que el año anterior hubiera sonado en varios puntos Soy rebelde, de Jeanette. Y aquí un ejemplo extremo de desviación con respecto al dogma: en 1900 hubo hermanos de Monte-Sión que remitieron al arzobispo una carta alertando de «desmanes gravísimos» detectados tanto en la procesión como en el templo: una «sacrílega camarilla» de «crápulas» organizaba «orgías».

¿Qué se concluye, en conjunto? Que la celebración de la Semana Santa no es ni política, ni moral, ni culturalmente unívoca. Y que tiene tanto de fiesta como de rito.

Un «auténtico lobby»

Esta pluralidad interna no evita que la celebración tenga sus representantes oficiales, las hermandades y cofradías, que viven tiempos de dificultad. 2021 será el segundo año seguido sin procesiones. El problema impacta de forma llamativa en Andalucía, donde el mundo cofrade está reconocido por la Junta como el «cuerpo social más numeroso», con más de 300.000 hermanos.

Rina no duda en considerarlas «un auténtico lobby», con gran «capacidad de influencia». «Según lo que digan las hermandades se cortan calles, se quitan árboles, quioscos… Los centros de algunas principales ciudades se organizan en función de una semana, condicionando qué se pone en una calle según vaya a pasar o no una procesión», señala.

La revista Pasión en Sevilla contabilizó en el primer trimestre de 2017 un total de 545 cortes de vías, de los que el 43% eran por procesiones, el por 11% ensayos, el 10% por cruces de mayo, el 12% por vía crucis, el 7% por traslados de imágenes, el 5% por romerías y el 4% por otros cultos externos. Es –era– frecuentísimo ver a sevillanos cabreados por tener que dar un rodeo para llegar a tal o cual sitio. Más aún, si no les gustaba la Semana Santa. Porque huelga decir que en la «tierra de María Santísima» también hay a los que no les gustan las procesiones, aunque quizás ahora, dadas las circunstancias, también puedan echarlas un poco de menos.
 

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