La pandemia de coronavirus es un hecho y una tragedia. En este punto no me parece que quepan medias tintas. Las esperanzas están puestas en la vacunación masiva, pero: y mientras tanto, ¿qué? Pero una cosa es el hecho de la pandemia y otra su explicación y los posibles remedios para vencerla hasta la vacunación. Creo que hasta dentro de bastantes años no seremos capaces de comprenderla con la suficiente distancia, conocimiento y evidencias (o sea, científicamente) ni de valorar adecuadamente todo lo que estamos haciendo ahora mismo. Y eso será así no solo por la enorme complejidad del hecho de la pandemia sino porque, además, se ha convertido en una guerra moral: este asunto se ha moralizado y eso lo enturbia todo.
En este momento, el hecho de la pandemia es un problema científico y político. Estamos ante una enfermedad muy contagiosa pero no sabemos muy bien cómo funciona exactamente ni, por ende, cómo debemos actuar frente a ella hasta la generalización de la vacuna. Se hacen estudios y modelos, pero no parece responder con exactitud a ninguno de ellos. Al mismo tiempo, urge encontrar una solución para salvar vidas y empleos (la salud y la economía) mientras llega la vacuna a todos. Es cuestión de tiempo que la ciencia entienda y explique esta pandemia, el problema es que la ciencia (la única que tenemos, y no la ciencia-ficción o la pseudociencia) necesita para eso mucho tiempo, y los hospitales y la economía no disponen de tanto. La gente está muriendo, las empresas quebrando, los empleos desapareciendo…: no es el mejor contexto para el trabajo científico que requiere de calma, paciencia, análisis, contraste, revisión, etc.
Ante la urgencia de hacer algo ahora mismo, se van ensayando diferentes medidas, a veces en función del conocimiento científico disponible (y cambiante conforme avanza ese conocimiento) y otras veces de forma más aventurera o temeraria. Y es difícil saber si las medidas son acertadas o no: las mismas medidas dan resultados distintos en diferentes sitios o momentos. Las curvas de las diferentes olas parecen responder a una lógica distinta a la de los modelos y las medidas utilizadas. Y cuando parecen coincidir siempre cabe la sospecha de que haya correlación pero no causalidad.
Y por si no fuera todo bastante complejo de por sí, encima se ha complicado más todavía al convertirse en una cuestión moral. Lo que, en principio, es una cuestión técnica e interdisciplinar en la que deben trabajar conjuntamente médicos, enfermeros, epidemiólogos, economistas, políticos, sociólogos, antropólogos, etc., ha adquirido tintes morales que lo desvirtúan completamente.
Entendemos por moralización, siguiendo a Pablo Malo (en este enlace y en relación a la covid-19 en este y este otro), el proceso por el que una cuestión que no es moral acaba siéndolo, enfrentando a bandos morales rivales. La desmoralización sería el proceso inverso: cuestiones morales que pierden ese carácter. Un ejemplo que pone Pablo Malo es el consumo de carne: de ser una cuestión de gusto ha pasado a ser un asunto moral (el veganismo moral). Con el divorcio ha ocurrido al revés: ya (casi) nadie considera inmoral el divorcio (la misma derecha política que en 1981 votó en contra de la ley del divorcio en España ahora se divorcia cada dos por tres).
La moralización de un asunto implica que ciertas acciones pasan a considerarse morales u obligatorias (buenas, loables, deberes) y otras inmorales (malas, reprochables, prohibidas). Además, se cataloga a unos como morales o santos, y a otros de inmorales o pecadores. Y es más: los moralizadores se ven en la obligación de moralizar a los demás e incluso reprobar, obligar y castigar a los inmorales.
Para entender esta moralización vamos a usar dos figuras: el jeremías y el negacionista. Tomamos la palabra “jeremías” en el sentido de la RAE: “Persona que continuamente se está lamentando”, y en referencia al profeta bíblico del mismo nombre que no hacía sino profetizar calamidades. Los jeremías son quienes mantienen que toda medida (pre-vacunación masiva) contra la pandemia es poca y que todas las medidas juntas contra la pandemia también son pocas. Para ellos, deberíamos estar confinados totalmente desde enero de 2020 (y alguno dirá que entonces ya era tarde). Los negacionistas son su contrario absoluto: son quienes niegan la pandemia, la enfermedad y al propio virus. Creen que todo es un invento, una conspiración; que los hospitales están vacíos y que todo es una farsa para que los supervillanos (Iluminatis, reptilianos, masones, judíos, comunistas, farmacéuticas, Bill Gates u otros: elija a su enemigo favorito) nos controlen a todos. Para ellos, toda medida es innecesaria y opresora.
Entre estos dos extremos igual de simplistas caben multitud de puntos medios mucho más complejos y adecuados a la complejidad de esta pandemia. Vamos a intentar explicarlo con la siguiente tabla. Es una tabla solo a efectos analíticos y didácticos. En ella se muestran una serie de indicadores y subindicadores (se podrían añadir y quitar o modificar) que son medidas contra la pandemia previos a la vacunación masiva. A su lado dos columnas: la de los jeremías y los negacionistas. Los primeros dicen sí a todas las medidas, los segundos dicen no a cualquiera de ellas. Hemos numerado del 1 al 40 todas esas respuestas: del 1 al 20 todos los síes de los jeremías y del 21 al 40 todos los noes del negacionista.
Indicador | Subindicador | Jeremías (Sí) | Negacionista (No) |
Mascarilla | En el trabajo | 1 | 21 |
Mascarilla | En casa | 2 | 22 |
Mascarilla | En la calle | 3 | 23 |
Distancia social | En el trabajo | 4 | 24 |
Distancia social | En casa | 5 | 25 |
Distancia social | En la calle | 6 | 26 |
Higiene | De manos | 7 | 27 |
Limpieza | De superficies | 8 | 28 |
Ventilación cruzada | En casa | 9 | 29 |
Ventilación cruzada | En otros espacios interiores | 10 | 30 |
Cerrar o limitar al máximo | Interior hostelería | 11 | 31 |
Cerrar o limitar al máximo | Terrazas hostelería | 12 | 32 |
Cerrar o limitar al máximo | Espectáculos interiores | 13 | 33 |
Cerrar o limitar al máximo | Espectáculos al aire libre | 14 | 34 |
Cerrar o limitar al máximo | Otros espacios interiores: gimnasios, museos… | 15 | 35 |
Cerrar o limitar al máximo | Centros docentes | 16 | 36 |
Cerrar o limitar al máximo | Parques y jardines | 17 | 37 |
Cerrar o limitar al máximo | Parques infantiles | 18 | 38 |
Cierres perimetrales | Cierres perimetrales | 19 | 39 |
Toque de queda | Toque de queda | 20 | 40 |
No se han incluido los confinamientos aunque está clara la respuesta en cada caso
Un jeremías se corresponde con la serie: (1, 2, 3, 4…, 19, 20), y un negacionista con la serie: (21, 22, 23, 24…, 39, 40). Pero entre ambos extremos caben multitud de combinaciones. Por ejemplo, la siguiente (la invento al azar): (1, 22, 23, 4, 25…). Esto significa que esta persona está de acuerdo con la mascarilla en el trabajo (1), pero no en casa (22) ni en la calle (23), también está de acuerdo con la distancia social en el trabajo (4) pero no en casa (25), etc.
Cabe pensar que la mayoría de la gente se encuentra en alguno de los numerosos puntos intermedios entre responder a todo sí (jeremías) o a todo no (negacionista). De esta forma unos se acercarán más a un extremo u otro según la proporción entre síes y noes. También es razonable pensar que una misma persona podría responder de formas distintas en función de los datos de contagios, hospitalizados, UCIs, etc. (por ejemplo, acercándose a los jeremías si la situación empeora pero alejándose si mejora). Incluso sería interesante medir con una tabla bien hecha, y mucho más rigurosa que esa, si en una encuesta el resultado no sería una curva de Gauss que expresara la simplejidad de la cuestión (uso simplejidad en el sentido que tiene en el libro del mismo título de Jeffrey Kluger y Eric Berlow).
Visto así, los jeremías y negacionistas puros serían casos límite, extremos y excepcionales, aunque la moralización de la pandemia lleva a creer que hay más que los que realmente hay (luego veremos porqué). Vamos a centrarnos en lo que sigue en los jeremías, más que nada porque los negacionistas no pasan de ser frikies, y para no contribuir a que tengan más publicidad gratuita que la que ya tienen.
Una política basada en ciencia para hacer frente a la pandemia mientras llega la vacunación masiva sería algo así: ¿qué combinación de medidas (de las de la tabla) es la más eficiente para equilibrar salud y economía, según la mejor evidencia científica disponible (y revisable) en este momento? El problema es que no hay una respuesta ahora mismo para eso, en el sentido de una que gozara de un amplio consenso interdisciplinar (que incluya por lo menos a epidemiólogos y economistas). La política se encuentra aquí ante la incertidumbre.
Nótese que hemos dicho eficiente, que no eficaz. Aquí entendemos por eficaz: que cumple su objetivo (sin reparar en costes). Y por eficiente: que logra el máximo objetivo que es posible al mínimo coste. Esto es importante porque para los jeremías, por ejemplo, solo hay una opción realmente válida: el confinamiento máximo. Ante la incertidumbre, y la posibilidad de que medidas parciales sean insuficientes, adoptan la solución más eficaz: matar moscas a cañonazos. Los confinamientos son eficaces, de eso no cabe duda (salvo que el coronavirus también se transmita por telepatía, claro está). Pero ¿a qué coste social y económico?
La pandemia de coronavirus se moraliza precisamente por su complejidad y el elevado nivel de incertidumbre que conlleva. Los elevados costes y riesgos suponen una urgencia máxima a la hora de tomar medidas, y como en contextos así la ciencia es demasiado lenta, la moral ocupa su lugar. Se simplifica todo de formas simplistas y maniqueas, binarias: o bueno o malo (sin grises ni matices). Y se adoptan medidas contundentes de cortar por lo sano: mascarillas en la calle o incluso cuando uno pasea solo por el campo, cierre de las terrazas al aire libre, de los parques, jardines y parques infantiles, etc. Al mismo tiempo se alaba a quien sigue estas medidas a rajatabla y se denigra a quien se salta alguna.
Se puede relacionar lo anterior con la diferencia entre satisfacedores y maximizadores. Satisfacedor es quien se siente bien con lo suficientemente bueno, y maximizador quien solo está bien con lo máximamente bueno. Ejemplo: un satisfacedor que quiere comprar un ordenador se marca tres o cuatro ítems, consulta unos pocos catálogos y compra un ordenador que cumpla con esos ítems. Un maximizador se marca 30 o 40 ítems, consulta 100 o 200 catálogos, foros, etc., y finalmente no compra ninguno por no estar convencido, o si lo compra sigue pensando que seguro que había otro mejor en algún sitio pero que no lo ha visto por no buscar más todavía.
Los jeremías son maximizadores: ninguna medida parcial contra la pandemia les parece suficiente y todas llegan tarde según ellos. Con que haya un solo contagiado estamos al borde del abismo. Por esta razón, para el jeremías casi todos los demás son irresponsables: para él no hay grados. Basta que incumplas uno de sus ítems para ser irresponsable. Al mismo tiempo, él que se esfuerza en cumplirlos todos, se autoconsidera un héroe moral, incluso un santo. En comparación, todos los demás son pecadores. Así, su ego moral se infla (otra de las razones de la moralización: dota de sentido a quien se apunta a un bando moral).
La realidad es distinta: la mayoría de la gente está cumpliendo con la mayoría de medidas, y que no cumpla más no es cuestión de irresponsabilidad (o no solo, o no siempre). La prueba es que otras enfermedades, como la gripe, están reduciéndose de forma nunca vista. Pudiera ser que las medidas anti-covid están siendo más eficientes contra esas otras enfermedades o virus que contra el de la covid por razones que ahora mismo no sabemos bien. Pero para el jeremías eso no importa: él insiste en su falacia del mundo justo (Véase Pablo Malo para esto mismo también). Si todo el mundo hiciera lo que (él cree que) está bien, simplemente, no habría contagios ni, por ende, pandemia (y ni haría falta vacunación).
Relacionado con lo anterior tenemos que la moralización impide o dificulta el debate sereno, científico y racional del asunto en cuestión. Al moralizarse algo, cada bando moral entra en modo guerra, se cierra en banda y no admite ninguna crítica o cuestionamiento: hacerlo es traición o deserción. Puede pasar si simplemente pones en duda la eficacia de las mascarillas (sobre todo al aire libre) o del cierre de los bares (Alemania lleva meses con ellos cerrados y su curva subiendo). De hecho, basta que señales la complejidad e incertidumbre de todo lo relacionado con la pandemia para que seas tachado de irresponsable o negacionista.
Un ejemplo de lo anterior son los centros docentes. Los jeremías profetizaron que la vuelta al cole aumentaría los contagios y después vendría el fin del mundo. No ha sido así, es más, puede que los centros docentes estén funcionando como muro de contención de la pandemia. Sin embargo, de habérseles hecho caso y haber cerrado los colegios, nunca hubiéramos sabido lo que hubiera pasado (es decir, lo que ha pasado de hecho). La tercera ola hubiera sido horrible y ellos dirían: “Pues imaginad si encima hubiéramos abierto los colegios”. Es más: se podría haber consolidado la falsa creencia de que si hay pandemia hay que cerrar automáticamente colegios, y se habría aceptado como dogma.
La moralización de algunas cuestiones o en ciertos momentos puede ser una estrategia eficaz: elimina la incertidumbre y la ambigüedad y permite acciones conjuntas y contundentes. De hecho, en un momento dado puede que no quede más remedio que un confinamiento masivo para frenar la pandemia. Pero si se hace será por razones pragmáticas y de urgencia, no científicas: al no disponer todavía del conocimiento científico necesario para tener una solución eficiente, tomamos una medida eficaz que conocemos desde hace siglos. Pero eso no significa que el confinamiento sea la mejor opción, sino el reconocimiento de que todavía no sabemos cuál es la mejor opción (por lo menos hasta que se generalicen las vacunas).
La moralización pudo ser el origen de los mandatos religiosos y de la propia religión como exageración de la moralidad (del bueno al santo). Así, ciertas normas religiosas pueden tener sentido como estrategias eficaces (que no necesariamente eficientes) para resolver enfermedades o problemas naturales o sociales en ciertos contextos muy determinados. Sacralizar la norma como mandato divino pudo ayudar a su cumplimiento (a automatizarlo y cumplirlo sin pensar). Con el tiempo se queda como mandamiento divino intemporal y desconectado de su contexto: por ejemplo, no comer vacas en la India o no comer cerdo en oriente próximo (las investigaciones antropológicas de Marvin Harris al respecto son más que oportunas en este ejemplo). Pero, aun siendo eficaces en su momento pueden no ser eficientes y sus costes pueden ser elevados, por lo menos a largo plazo o si cambia el contexto. Pensemos en todas las polémicas por el velo y cuyo origen puede estar en algo parecido a lo que estamos diciendo: la ventaja de cubrirse la cabeza en medio del desierto de oriente medio, o para esconder la belleza ante posibles raptores de mujeres (en otras época era habitual raptar a las mujeres jóvenes para tomarlas como esposas: véase el mito del rapto de las sabinas).
Como decíamos al principio, la pandemia es un hecho y una tragedia, y urge tomar medidas. Que la moralización de este hecho no nos lo ponga más difícil de lo que ya es por sí mismo.