El ataque a una niña, a la que un fanático escupió y llamó «indecente», disparó la rebelión.
Fue hace unas semanas, al filo del fin de año. Pero aquel salivazo de un judío ultraortodoxo sobre una niña de ocho años sacudió a todo Israel. Ocurrió en las calles de Beit Shemesh, en las afueras de Jerusalén, cuando el individuo vestido de capota y ropa negra, con un gorro enorme y redondo sobre su cabeza, se abalanzó sobre Naama Margulis y la increpó por vestir supuestamente de manera “indecente ”. Luego, la insultó y la escupió y ahora la niña tiene miedo de ir a la escuela y de recorrer las calles de su barrio.
Días después, bastaron dos minutos en el noticiero de Canal 2 para que Naama encendiera la mecha en el país entero. “Me trataron de desvergonzada, sin pudor, hasta me escupieron”, contó entre lágrimas la pequeña, detrás de sus gafas de miope y frente a las cámaras. Junto a su madre Hadassa, la niña explicó que teme recorrer los 300 metros que separan su casa de la escuela por si se cruza en el camino con alguno de sus temibles censores.
La denuncia de la madre y el testimonio de la niña despertaron una reacción en cadena de la sociedad laica israelí y de los sectores religiosos modernos y moderados, que hasta entonces aceptaban en silencio el avance de los ultrarreligiosos más fanáticos. Ahora, cuando el caso comienza a poner en aprietos al gobierno del premier Benjamín Netanyahu, decenas de manifestaciones han estallado en todo el país contra el fascismo religioso de un grupo minoritario, que ha sido históricamente socio del poder político, y que exige excluir a las mujeres de los eventos públicos y demanda la segregación de los sexos en autobuses, veredas, e incluso en las colas de los supermercados, bajo la creencia de que es una orden de Dios .
“Beit Shemesh se ha convertido en el símbolo de una ciudad secular que se ha vuelto ultra ortodoxa. Los laicos deben poder vivir aquí… la situación actual es intolerable”, subrayó la diputada Miri Reguev, del partido de derecha Likud, resumiendo el sentimiento general.
Pero la fortaleza de ese grupo y su crecimiento en el tiempo tiene una explicación.
Los ultraortodoxos son el 8% de la población . Su promedio de 4,7 hijos por pareja contrasta con el 2,7 del resto de la sociedad. Gozan de privilegios en ayudas sociales estatales. Sus hijos asisten a escuelas públicas religiosas, en las que se estudian materias afines y en las que, en gran parte, no entran las matemáticas y las ciencias naturales, esenciales para una sociedad moderna. Además, tienen la licencia de no realizar el servicio militar obligatorio de tres años.
Este apoyo económico ha ido en crecimiento por la presión de los partidos religiosos y ultraortodoxos que fueron creándose en las últimas décadas y que lograron hoy un 15% de las bancas en el Parlamento. No hay partido político que no dependa de ellos para mantenerse en el poder, por lo que se perpetúa la situación. Esa posición de arbitraje les da oxígeno como para seguir ordenando a sus mujeres caminar siempre detrás de ellos y no delante; o sentarse en los asientos de atrás en el ómnibus para no provocar su propio deseo como hombres. Y sólo por su alianza con la política se sienten poderosos como para reclamar a otras mujeres, laicas o religiosas modernas, que crucen a la otra vereda o se levanten de sus asientos en la parte delantera del colectivo o el tren.
Pero la tensión con la sociedad estalló ahora, empujada por una época de vacas flacas que exige ajustes presupuestarios y cuando la mayoría se pregunta por qué seguir manteniendo a un grupo con tantos privilegios . Junto a la agresión a Naama, la gota que desbordó el vaso fue la reciente difusión por TV de ultraortodoxos que, en un acto, osaron vejar la memoria del Holocausto vistiendo a sus hijos con ropas de presos en los campamentos nazis. Todo esto despertó a la mayoría laica israelí. En una de sus marchas, un cartel pareció sintetizar el ánimo general: “Liberemos a Israel de la coerción religiosa”, “Israel no se convertirá en Irán”.
POLÉMICA. ULTRAORTODOXOS VISTEN ROPAS DE PRESOS NAZIS EN UNA MARCHA EN JERUSALÉN, EL 31 DE DICIEMBRE ÚLTIMO.
PRESIÓN. EN JERUSALÉN, LOS ULTRARRELIGIOSOS ACUSARON A LA PRENSA POR LANZAR UNA “CAMPAÑA DE HOSTIGAMIENTO”.
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