Los ciudadanos se apresuran a comprar provisiones en la capital mientras lloran por lo que parece el fin de la democracia.
Al despertar el lunes, muchos habitantes de Rangún se dieron cuenta de que algo no iba bien. Hacía días que circulaban rumores de un inminente golpe de estado. De repente, los servicios de internet móvil no funcionaban, las líneas de teléfono estaban caídas y algunas cadenas de televisión habían dejado de emitir.
A las 8:30 de la mañana, ya era oficial. Las fuerzas armadas habían tomado el poder. Una década después de que Myanmar iniciara su tenso viaje hacia la democracia, volvía a encontrarse bajo el control directo del ejército.
«Mi madre me despertó alertándome con la noticia de que Aung San Suu Kyi había sido detenida. Quedé en shock, no sabía cómo responder», dice una mujer de 25 años. Igual que muchos, se apresuró a ir a comprar comida y de camino a casa lloró. «Estaba enfadada y nerviosa».
En las tiendas se formaron filas de personas que querían comprar arroz, aceite y fideos instantáneos. Los ciudadanos acudieron enseguida a los cajeros automáticos pero ya no se podía retirar dinero porque los cortes en las comunicaciones habían dejado a las máquinas fuera de servicio. Algunas farmacias quedaron desabastecidas.
Un trabajador de una ONG con base en Rangún cuenta que las calles estaban tranquilas pero que había «miedo y precaución en el aire».
Banderas desaparecidas
La semana pasada, cuando las fuerzas armadas acusaron a la Liga Nacional por la Democracia de Aung San Suu Kyi de fraude electoral dijeron que no descartaban un golpe de estado, muchas personas en Rangún colgaron banderas rojas de la LND para demostrar su apoyo al partido en el poder. El lunes, todas las banderas habían desaparecido. «Creo que la gente no sabe cómo reaccionar. ¿Aceptar, esconderse o protestar? Myanmar tiene un historial complicado y sangriento de protestas», dice el trabajador de la ONG.
La LND obtuvo un triunfo aplastante en las elecciones de noviembre, cuando muchísima gente acudió a las urnas a pesar de los riesgos que suponía la pandemia. Unión, Solidaridad y Desarrollo, el partido apoyado por el ejército, solo obtuvo 33 escaños.
Hubo un profundo enfado en la ciudadanía contra las fuerzas armadas por arrebatar a Myanmar sus sueños de democracia. «Es terrible. No quiero un golpe de estado», explica un hombre de 64 años a AFP en el municipio de Hlaing. «He presenciado muchas transiciones en este país y esperaba que tuviéramos un futuro mejor». Una dependienta de 29 años asegura sentirse «muy decepcionada» por lo ocurrido.
Desfile de camiones
Mientras los activistas y políticos más conocidos se apresuraban a cambiar de ubicación para evitar ser arrestados, por las calles principales se producía un desfile de camiones que llevaban a gente que apoyaba a los militares ondeando la bandera del país y cantando el himno nacional.
Cerca del Mausoleo de los Mártires, en el centro de Rangún, un pequeño grupo de personas se reunió para celebrar el golpe de estado, bailando al ritmo de canciones con letras como «Hemos mostrado con valentía la sangre de Myanmar».
En otra concentración a favor del ejército, cerca de la pagoda Sule, hubo agresiones a periodistas locales y extranjeros, reflejadas en vídeos publicados en Facebook.
Aparte de la policía, había pocos oficiales uniformados en las calles de Rangún, pese a que los camiones del ejército y muchos soldados estaban desplegados delante del ayuntamiento.
Lamin Oo, un cineasta local, reconoció no estar tan sorprendido por las acciones de las fuerzas armadas. «Me tomo muy en serio la posibilidad de votar, porque en mi país pueden pasar estas cosas», explicaba a AFP. En su barrio, en el municipio de Yankin, la gente intentaba mantener la calma. «Creo que debemos prepararnos para lo peor».